Como todas nosotras hemos sentido personalmente el poder transformador de los cuentos, me gustaría contaros esta historía real, que apareció en La Vanguardia el día 1/2/07.
Un joven tuareg relata como hace unos unos años al pasar por su campamento el rally Paris-Dakar, a una periodista se le cayó un libro que él recogió para entregárselo. Entonces, ella le hablo de ese libro. Era El principito. El joven tuareg, de nombre, Moussa Ag Assarid, se prometió que un día sería capaz de leerlo. De ahí nació el impulso que lo llevó a convencer a su padre para que lo dejara ir a a la escuela. Caminaba 15 Km cada día, hasta que el maestro le dejó una cama y le permitió dormir allí, también entonces apareció una mujer que le daba comida.
Ahora está estudiando en una Universidad Francesa y su objetivo es tener los recursos que le permitan ayudar a su pueblo nómada, a no desaparecer. La sabiduría la había aprendido en el desierto, a solas con el silencio, cuando sólo oía su corazón. Sabía como olisquear el aire, orientarse por el Sol y las estrellas, escuchar el viento…
El dice que allí todo es simple y profundo y las personas felices, porque no desean más de lo que tienen, no sueñan con llegar a ser, porque ya son…
Cuenta las ganas de llorar que sintió cuando vió el primer grifo de su vida, el dolor intenso que siente todavía al ver correr el agua en las fuentes de adorno. El entrevistador incrédulo le pregunta ¿tanto? y el explica que el trabajo de toda su vida había consistido en buscar agua y que una gran sequía cuando él tenía unos 12 años mató a muchos animales y personas. Fué cuando su madre, enfermó y murió.
No sabe cuantos años tiene, nació en un campamento nómada y dice añorar la leche de camella y las estrellas que veía cada noche. “Aquí, por la noche, miráis la tele”…….