La soledad creadora de Liliane Mizrahi

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Algunos fragmentos del libro La mujer transgresora -libro descatalogado desde hace unos años (tenemos sus páginas iniciales en pdf)- para acompañar el final de nuestra tarea con Piel de foca, piel del alma.

A veces, al soportar el propio desamparo, descubro el lugar preciso del enigma. Una clave importante para sostener el proceso de crecimiento. El sentimiento de orfandad es inevitable. La dependencia, la necesidad de sostén, de comprensión, la resonancia sensible del otro con el propio sufrimiento, el miedo a la soledad y otros dolores son propios de nuestro género humano.

Estas características generalmente nos determinan para establecer vínculos infantiles, dependientes, muchas veces simbióticos, en los que contraemos pactos de no crecimiento. Sufrimos inevitablemente en todas aquellas situaciones en las que nuestra autonomía está amenazada.

La cultura en que vivimos, los cánones sociales, los mandatos familiares y otras convenciones educativas por el estilo nos enseñan el horror de la soledad. Así, desde esta perspectiva, la soledad se convierte en vacío, aislamiento, abandono o deterioro. Se cree que la soledad es fundamentalmente carencia. Nadie nos induce a explorarla, conocerla, dialogar con ella, transformarla en un espacio de encuentro fecundo con uno mismo.

Miedos ancestrales nos ayudan a pegotearnos e incrustarnos en los otros, renunciando las más de las veces a nuestra autonomía. Cualquier cosa con tal de no estar solos. Concedemos, intentamos conciliar, negamos realidades que son obvias o dolorosas, buscamos cuanta forma de autoengaño sepamos conseguir con tal de no quedarnos, o de que no nos dejen solos. La soledad se ha convertido entonces en un malentendido con la vida.

¿Qué hago con esa vivencia de orfandad que implica la propia soledad?
Puede ser que ponga en marcha la experiencia de integrarme, acercarme un poco más a mi misma para enterarme quién soy y cómo soy. O bien puedo postergar mi propia búsqueda e iniciar la búsqueda de algún otro que calme mi ansiedad frente al vacío.

Sé por experiencia que quien no está capacitado para vivir armónicamente consigo, no está capacitado para vivir con otro. La soledad, como logro de mi propia madurez, ratifica la confianza en mi autonomía. Es solamente a partir del compromiso que asumo en la convivencia conmigo desde donde puedo elegir convivir con otro. Descubro la alteridad. En la medida en que sé quién soy, puedo darme cuenta de quién es el otro. Cuando me encuentro conmigo, descubro al otro como ser diferente y discrepante con quien puedo elegir estar o no.

El proceso de transformación del vínculo con la soledad, en tanto modifica los significados originarios que culturalmente se le adjudican, es en primera instancia una transgresión.

Convertir la soledad en un encuentro consigo mismo es una propuesta transgresora en tanto implica la ruptura con los mandatos de enajenación que fuimos recibiendo a través de la educación y a lo largo de nuestra historia. La transgresión ha iniciado su proceso ascendente cuando vamos comprendiendo que nadie se libera de una vez y para siempre. Llego a la conclusión de que no se alcanza ni la verdad ni el conocimiento en términos estáticos y definitivos, sino procesales.

Liliana Mizrahi. La mujer transgresora. Ed. Emecé, 1990.