Le chant des étoiles de Fabienne Verdier

El particular homenaje de Fabienne Verdier a todos los muertos por Covid-19. “Cada pintura quiere ser un icono de consuelo” comenta la artista.

La exposición aborda la obra de Fabienne Verdier de manera inédita, en relación con las pinturas de los grandes maestros del Museo Unterlinden. Es el testimonio del encuentro de la artista francesa con las obras maestras del museo, entre el 2019 y el 2022, y especialmente con el Retablo de Issenheim (1512-1516).

Planificada en dos etapas, la exposición muestra primero una selección de pinturas significativas de la artista, pintadas entre 2006 y 2018, en diálogo con una selección de obras de arte antiguas y modernas. Continúa en la sala de exposiciones del Ackerhof, presentando la monumental instalación Rainbows (76 lienzos) y el Grand Vortex of Unterlinden (políptico), realizados en el contexto de la pandemia de 2020. Fabienne Verdier compara nuestro final de vida con el de las estrellas: representando el aura luminosa y vibratoria producida por la desaparición de las estrellas, aborda la representación de la muerte como una energía transmitida a los vivos. La muerte engendra la vida, la vida engendra la muerte… ¿Os resuena esto, no?

Fabienne Verdier
Nacida en París en 1962, Fabienne Verdier comenzó a estudiar en la Escuela des Bellas-Artes de Toulouse en 1979. A los veinte años decide irse a China para estudiar con los últimos grandes maestros de la pintura tradicional. Aquejada de una grave enfermedad, regresa a Europa con treinta años y, en 2003, publica la novela autobiográfica Passagère du silence. Dix ans d’initiation en Chine (hay traducción en castellano, Pasajera del silencio, diez años de iniciación en China). Fabienne Verdier abandona la pintura de caballete e imagina una nueva forma de pintura en vertical donde la fuerza de la gravedad se vuelve central. En 2006 diseña pinceles monumentales con los que hace cuerpo para crear sus pinturas en el suelo. Colabora regularmente con músicos, escritores y científicos para captar las fuerzas que generan las formas. Sus obras están presentes en muchas colecciones públicas y privadas de todo el mundo.

Fabienne Verdier – Le chant des étoiles

01. 10. 2022 – 27. 03. 2023 en el Musée Unterlinden a Colmar, Francia.

Commissaire d’exposition : Frédérique Goerig-Hergott, conservatrice en chef

Assistante d’exposition : Léa Rosenfeld

¡¡¡Así que, lobas y ascesianas, quizá, hemos de ir pensando en pegar un gran salto hasta Colmar, en los albores de la primavera, para ir a ver y a escuchar este canto estelar de Fabienne!!!

Además de la susodicha exposición, Fabienne Verdier expone sus dibujos en el Saarlandmuseum – Moderne Galerie à Saarbruck (Alemania), del 3 septiembre 2022 al 5 de febrero 2023.

Una trenza de hierba sagrada

Como botánica, Robin Wall Kimmerer formula preguntas sobre la naturaleza con las herramientas de la ciencia. Como miembro de la Citizen Potawatomi Nation, comparte la idea de que las plantas y los animales son nuestros maestros más antiguos. En Una trenza de hierba sagrada, Kimmerer une estas dos lentes del conocimiento para guiarnos en «un viaje que es tan mítico como científico, tan sagrado como histórico, tan inteligente como sabio», en palabras de la escritora Elizabeth Gilbert.
Basándose en su vida como científica, indígena, madre y mujer, nos muestra cómo otros seres vivos nos ofrecen regalos e importantes lecciones, incluso aunque hayamos olvidado cómo escuchar sus voces. En una rica trenza de reflexiones que van desde la creación de Isla Tortuga hasta las fuerzas que amenazan hoy su florecimiento, Kimmerer despliega su idea central: el despertar de una conciencia ecológica requiere el reconocimiento y la celebración de nuestra relación recíproca con el resto del mundo viviente. Solo cuando podamos escuchar los lenguajes de otros seres seremos capaces de comprender la generosidad de la tierra y aprender a dar nuestros propios dones a cambio. Una trenza de hierba sagrada está destinado a ser un clásico de la escritura sobre la naturaleza.

Robin Wall Kimmerer, Una trenza de hierba sagrada. Saber indígena, conocimiento científico y las enseñanzas de las plantas. Trad. David Muñoz Mateos. Ed. Capitán Swing, 2021.

“Las historias antiguas indígenas nos contaban que había que entender a la tierra como un ser vivo, un ser sagrado por el que los seres humanos tienen una responsabilidad moral. Todo lo contrario a la visión del mundo que tiene el colonizador, que entiende el mundo como una propiedad, como una mercancía, como un simple objeto que hay que poseer y explotar. El sistema colonial trató de erradicar esta historia, el entender la tierra como algo vivo y sagrado, porque se interponía en su única y propia narrativa de expansión, propiedad y dominación. Querían que olvidáramos nuestras historias, pero no lo hicimos. Y hoy las recordamos y nos inspiran para una nueva -en realidad, volvemos a la de siempre- forma de habitar y relacionarnos con la tierra. Ya hay gente de todo el mundo que ha empezado a rechazar la visión de la tierra como un mero objeto para explotar solo con el fin enriquecernos y que desean, por el contrario, tener una relación respetuosa con la naturaleza, basada en el amor y el respeto. A todo esto me refiero cuando digo que somos libres de contarnos una historia diferente. Si todos nos pusiéramos de acuerdo colectivamente en creer que la Tierra es un regalo que debemos cuidar, en lugar de tratarla como un mero recurso de consumo, el planeta y nosotros nos encontraríamos en una situación totalmente diferente. No se trata de si podemos cambiar la narrativa, es que no nos queda otra si queremos sobrevivir.” [de la entrevista «Nuestros monstruos ahora se esconden detrás del estatus, propagando la enfermedad del consumismo»]

El ciclo. Equinoccio de otoño 2022

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« El otoño devuelve a la tierra las hojas que ella le prestó en verano. »

George Christoph Lichtenberg

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Este año, el cambio de estación se produce astronómicamente este viernes 23 de septiembre, a las 3:04 horas (horario peninsular). Durará 89 días y 21 horas hasta concluir el 21 de diciembre, cuando comenzará el invierno, según cálculos del Observatorio Astronómico Nacional (OAN). Las variaciones de fecha de un año a otro responden al modo en que encaja la secuencia de años según el calendario (unos bisiestos, otros no) con la duración de cada órbita de la Tierra alrededor del Sol, conocida como año trópico. De hecho, la Tierra gira alrededor del Sol en 365 días, 5 horas y 46 minutos. Un ajuste se requiere, entonces, cada 4 años por la inclusión del 29 de febrero durante los años bisiestos. Razón por la cual el equinoccio se ve desplazado cada año, iniciándose el otoño el 21, 22, 23 o, incluso, el 24 de septiembre.

El inicio del otoño en el hemisferio norte, marcado por el equinoccio, señala el instante en que la Tierra pasa por el punto de su órbita desde el cual el centro del Sol cruza el ecuador celeste en su movimiento aparente hacia el sur. Cuando esto sucede, la duración del día y la noche prácticamente coinciden. Damos entonces la bienvenida al otoño en el hemisferio norte, y a la primavera en el hemisferio sur.

Y con el otoño, nosotras volvemos a reactivar nuestros encuentros lobunos.

Ojalá también recordemos devolver a la tierra lo que nos prestó durante el verano. Vida cíclica, vida salvaje… ¡Buen equinoccio, lobas!

(La foto es mía.)

Los exilios de Medea: Chantal Maillard en Rumbo al Este

Fotograma de la película Medea, de Lars von Trier, 1987.

“Los exilios de Medea” se emitirá en 3 partes en Radio Nacional para el programa Rumbo al Este, de Radio Clásica, a cargo de la maravillosa y entrañable Maja Vasilévic, que con su habitual pericia va entretejiendo la voz de Chantal Maillard leyendo los poemas de Medea, su último poemario, con música de los distintos lugares geográficos por los que Medea transitó, partiendo de Georgia y llegando, por ahora, hasta Corinto. 

La emisión en directo del primero de los 3 episodios grabados será este miércoles 9 de febrero a la 17h:  https://www.rtve.es/radio/radio-clasica/directo/

Aquí el enlace para escuchar en diferido este podcast (en el caso de que no pudisteis acudir en directo) así como todos los de Rumbo al Este magistralmente pilotados por Maja Vasilévic: 

https://www.rtve.es/play/audios/rumbo-al-este/

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La leyenda de Kópakonan, la mujer foca de las Islas Feroe

Posted on by Conbilletedevuelta

La leyenda de Kópakonan es una historia aferrada a la remota isla de Kalsoy, una de las islas más septentrionales y aisladas de las Feroe. En ese lugar inhóspito, incomunicado y azotado por los fríos vientos del ártico creció un mito que ha llegado hasta nuestros días en forma de maldición: la de que todos los hombres de Mikladalur están condenados a morir en el mar.

Pero empecemos desde el principio. Kalsoy es una de las islas más al norte de las Feroe, estrecha y alargada como una lanza. Llegar hasta su diminuto puerto cuesta a penas 200 coronas y 20 minutos en ferry bien invertidos por la majestuosidad del paisaje. El ferry discurre desde Klaksvík, la capital en el norte, y ofrece magníficas panorámicas del archipiélago – si la niebla lo permite-.

La carretera que vertebra la isla es solitaria, pero tras el desembarco del ferry los escasos diez coches que pisamos tierra nos dirigimos en convoy hacia el extremo de la isla atravesando los túneles que perforan sus montañas. Uno de nuestros objetivos en Kalsoy es visitar Mikladalur y conocer más de cerca la leyenda de Kópakonan, una escultura femenina que despierta en nosotros una gran curiosidad. Resulta difícil de explicar, pero los mitos siempre tienen un aura de misterio que alimentan el folklore popular, y también nuestras ganas de conocer la historia que se esconde tras ellos.

Kópakonan es uno de los ejemplos perfectos para definir ese estado de curiosidad permanente que despiertan en nosotros este tipo de historias. Su figura aparece con el mar de fondo en el litoral escarpado de Mikladalur, la pequeña localidad de la que habla la leyenda. El pueblo se encuentra situado al borde de un acantilado, y para acceder hasta la costa, rocosa y atormentada por las olas del Atlántico, es necesario descender una gran escalinata que nos conduce a los pies de Kópakonan.

El silencio del descenso solo lo rompen las olas al chocar contra las rocas que envuelven la figura de Kópakonan, el mito de la mujer foca de Kalsoy. Paso a paso, el influjo de su leyenda se apodera de nosotros y su historia parece cobrar vida de repente…

La leyenda de Kópakonan, la mujer foca de las Islas Feroe

La leyenda de Kópakonan cuenta que todas las focas son personas que han decidido pasar su vida bajo las aguas del océano, enfundadas en su magnífica piel de foca. Una vez al año, en la Víspera de los Tres Reyes – Eve of Three Kings – estos seres regresan a la costa de Mikladalur para reunirse en una de las muchas cuevas que perforan sus acantilados. Allí, se desprenden de su piel de foca por una noche para volver a ser personas. En el calor de la hoguera, pasan toda la noche bailando y cantando hasta las primeras luces del alba.

Uno de los jóvenes de Mikladalur, que había oído hablar de esa mágica noche, se propuso espiar a las criaturas mientras disfrutaban de su noche. Escondido tras una roca, observó la forma en que estos seres llegaban a la orilla y se desprendían de su piel, dejándola bien escondida en los recovecos de la playa para no perderla. Una de las Seal Woman, bella como ninguna otra, dejó prendado al joven, que no dejó de observarla durante gran parte de la noche. El muchacho, sabedor de que con las primeras luces del amanecer ella se marcharía, decidió robarle la piel de foca que había escondido detrás de unas rocas en la entrada de la cueva.

Con las primeras luces del alba, cuando todos estos mágicos seres volvían a ataviarse con su piel para volver al océano, la joven descubrió la treta del muchacho. Al ver al chico se acercó a él claramente irritada, pero el joven echó a correr colina arriba en dirección al pueblo. La joven, obligada a recuperar su piel, persiguió al muchacho hasta la villa sin éxito. Exhausta, no tenía más remedio que esperar a que el chico decidiese devolverle lo que era suyo. Pero el joven, conocedor de las historias populares, sabía que escondiendo la piel de foca de la joven bajo llave esta siempre estaría a su lado, sumisa y esperanzada en poder recuperarla algún día.

Los años pasaron y el muchacho se casó con la joven, con la que tuvo tres hijos. Mientras tanto, la piel de foca estaba bien custodiada en un baúl de la casa bajo llave, fuera del alcance de cualquier persona. El hombre, conocedor del riesgo que corría su matrimonio si la mujer encontraba algún día la llave, la llevaba consigo atada a su cinturón allí donde fuese.

Un buen día el marido salió a faenar con sus compañeros, ya que la pesca era la forma de vida que había heredado de sus ancestros de Mikladalur y de la isla de Kalsoy. En un momento de charlas con sus compañeros, echó mano a su cinturón para comprobar que la llave seguía en su sitio, como hacía siempre casi inconscientemente. Pero para su sorpresa, al tocarse la cintura no notó el tacto frío y rudo de la llave dorada que siempre colgaba de una de las hebillas de su cinturón… ¡Había olvidado la llave en su casa!

La leyenda de Kópakonan cuenta que el hombre, exaltado por temor a quedarse sin mujer por ese descuido, regresó rápidamente a Mikladalur. Al entrar a casa vio a los tres hijos que había tenido con la Seal Woman sentados en la cocina, en silencio y solos. Solos…

La mujer había encontrado al fin su piel de foca. Con ella en la mano, caminó hasta la orilla de la playa rocosa de Mikladalur, melancólica por abandonar a sus pequeños pero feliz de regresar a su hogar. Antes de sumergirse de nuevo en el océano, miró por última vez la silueta sombría de Mikladalur al atardecer. Bajo el estruendo de una ola al chocar contra las rocas, se giró y desapareció en las profundidades del océano.

La maldición de Kópakonan y Mikladalur

El marido y sus tres niños pasaron años esperando a su regreso mientras miraban el horizonte que dibujaba el Atlántico desde las costas abruptas de Kalsoy. Pero jamás regresó.

Cegado por el rencor y la venganza, el marido planeó junto al resto de hombres del pueblo asesinar a todas las focas que encontrase durante la próxima noche de la Víspera de los Tres Reyes. Su objetivo era acorrarlarlas en la cueva donde estuviesen celebrando su regreso al mundo de los humanos. Pero cuenta la leyenda que la noche anterior a su plan tuvo un sueño en el que su antigua esposa le hablaba directamente para advertirle de la maldición que caería sobre los hombres de Mikladalur si llevaba a cabo su malvada venganza: “Todos moriréis en el mar, algunos despeñados desde los acantilados, otros ahogados faenando, otros engullidos por una tormenta…”.

El hombre, cegado por el rencor, ignoró ese sueño y junto a los demás hombres del pueblo asesinó a todas las criaturas marinas que encontraron aquella noche. Desde entonces, jamás volvió a verse una Seal Woman por las costas de Mikladalur, y todos los hombres del pueblo cayeron en una maldición eterna que perdura hasta hoy.

Por eso, siempre que un hombre de Mikladalur muere en el mar, los ancianos del lugar hacen referencia a la maldición de Kópakonan…

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La mujer foca o el murmullo del abismo de Catherine Rondeau

Producidas como parte de una residencia artística en el Centro de Arte Contemporáneo de Glasgow (Escocia), las obras de mi serie La femme phoque (2018) exploran el arquetipo de la mujer salvaje* en el corazón del cuento La mujer foca. Un proyecto feminista de tintes trágico-lúdicos que, como en mis trabajos anteriores, continúa indagando sobre el alcance iniciático del relato en la búsqueda de la identidad, pero en un terreno ahora más personal y maduro.

Le murmure de l’abysse (2020) es una obra videográfica surreal que acompaña las imágenes fotográficas de mi serie La femme phoque.

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“¿Pueden las mujeres existir fuera de los lazos del matrimonio? ¿Aparte de su relación con los hombres y los niños? Son preguntas que plantea la historia de La Mujer Foca. Aunque la historia de origen celta tiene muchas variantes, la trama gira siempre en torno a una selkie (una criatura marina que, fuera del agua, asume la apariencia humana al quitarse la piel de foca). Un hombre le roba la piel y la obliga a casarse con él. Si bien la existencia terrenal permite a la mujer experimentar la vida conyugal y la maternidad, la llamada del mar se volverá cada vez más potente…

Más que ilustrar las distintas fases de la historia, mi intención es enfocar la trama simbólica que allí se despliega, es decir, el ciclo de pérdida y reconquista de la psique femenina, su parte instintiva, libre y vibrante. Mis imágenes exploran la relación metafórica entre la piel de foca y el poderoso fuego interior de las mujeres, a menudo enterrado bajo años y capas de socialización. Del mismo modo que en la interpretación de un sueño cada uno de los personajes representa una faceta del soñador, aquí personifico, mediante la autofiguración, a los diferentes protagonistas del cuento. Pues, cada mujer lleva dentro de sí unas zonas de sombra que inhiben, y unas zonas de luz que buscan emerger.

El hecho de ponerme a mí misma en escena acentuó el juego de imbricación de mi planteamiento. Decía, medio en broma, que me iba a Escocia para recuperar mi piel de foca, y es justo allí, durante mi residencia artística, cuando se produjo un especie de deslizamiento entre la búsqueda de la selkie y la mía: como en una curiosa sincronía, empecé a vestir prendas largas, anticuadas, vestidos pesados, engorrosos. Y fue en mi propio cuerpo, frente a la cámara, que tuvo lugar esta búsqueda de liberación y de alivio, presente en filigrana en todo el relato. “

(Traducción del francés de Muriel Chazalon)

*El arquetipo de la Mujer Salvaje es un concepto desarrollado por la narradora y psicoanalista Clarissa Pinkola Estés en su libro Mujeres que corren con lobos (1992).

El Cazador Celeste. Roberto Calasso

¿Qué es dios y qué no es dios, y qué hay en medio?
EURÍPIDES, Helena

I. EN LOS TIEMPOS DEL GRAN CUERVO

En los tiempos del Gran Cuervo también lo invisible era visible y se transformaba continuamente. Los animales, entonces, no eran necesariamente animales. Podía darse el caso de que fueran animales, pero también hombres, dioses, señores de una estirpe, demonios, antepasados. De modo que los hombres no eran necesariamente hombres; podían ser también la forma transitoria de otra cosa. No había intuiciones que permitieran reconocer lo que aparecía. Era necesario haberlo ya conocido, como se conoce a un amigo o a un adversario. Todo sucedía en el interior de un único flujo de formas, desde las arañas a los muertos. Era el reino de la metamorfosis.

El cambio era continuo, como, más tarde, solo sucedería en la caverna de la mente. Cosas, animales, hombres: distinciones nunca claras, siempre provisorias. Cuando una gran parte de lo existente se retiró hacia lo invisible, no por eso dejó de suceder. Pero se volvió más fácil pensar que no sucedía.

¿Cómo podía lo invisible volver a ser visible? Golpeando el tambor. Esa piel tensa de un animal muerto era la cabalgadura, era el viaje, el torbellino dorado. Conducía hasta allí donde la hierba ruge, donde los juncos gimen, donde ni siquiera una aguja podría clavarse en la espesura gris.

Cuando empezó la caza no había un hombre que perseguía a un animal. Había un ser que perseguía a otro ser. Nadie habría podido decir con certeza cuál era cuál. El animal perseguido podía ser un hombre transformado o un dios o simplemente un animal o un espíritu o un muerto. Un día, a las muchas invenciones los hombres agregaron otra: empezaron a rodearse de animales que se adaptaban a los hombres, en tanto que durante un tiempo muy largo habían sido los hombres los que imitaban a los animales. Se volvieron sedentarios –y ya un tanto envejecidos.

¿Por qué semejante excitación antes de emprender la caza del Oso? Porque el Oso podía ser también el Hombre. Era necesario mostrarse cautos al hablar, porque el Oso oía todo lo que se decía de él, por lejos que estuviera. Incluso cuando se retiraba a su guarida, incluso cuando dormía, el Oso seguía los acontecimientos del mundo. «La tierra es la oreja del Oso», se decía. Cuando se reunían para decidir la caza, el Oso nunca era nombrado. En general, si se hablaba del Oso, no se lo denominaba nunca con su nombre; era «el Viejo», «el Viejo Negro», «el Primo», «el Venerable», «la Bestia Negra», «el Tío». Quien se preparaba para la caza evitaba abrir la boca. Prudentes, concentrados, sabían que el mínimo sonido habría bastado para arruinar la empresa. Si el Oso aparece inesperadamente en el bosque lo aconsejable es apartarse, quitarse el sombrero y decir: «Sigue tu camino, muy honorable.» O bien se intentará matarlo. Todo, en el Oso, es de gran valor. Su cuerpo es una medicina. Cuando lograban abatirlo huían, enseguida, rápidamente. Después reaparecían en el lugar, como por casualidad, como si estuvieran paseando. Descubrían con gran estupor que unos desconocidos habían matado al Oso.

El primer ser divino cuyo nombre se prohibió pronunciar fue el Oso. En este aspecto, el monoteísmo no fue una innovación sino un recomienzo, un entumecimiento. La novedad fue la prohibición de las imágenes.

Hablaban con el Oso antes de atacarlo –o inmediatamente después–, a sabiendas de que el Oso entendía sus palabras. «No hemos sido nosotros», decían algunos. Le agradecían al Oso que se dejara matar. Con frecuencia se disculpaban. Algunos llegaban a decir: «Soy pobre, por eso te estoy cazando.» Algunos cantaban, mientras mataban al Oso, de modo que el Oso, muriendo, pudiera decir: «Me gusta esa canción.» 

Colgaban la calavera del Oso entre las ramas de un árbol, a veces con tabaco entre los dientes. A veces adornado con tiras rojas. Le ataban cintas, juntaban los huesos en un hatillo y los colgaban de otro árbol. Si un hueso se perdía, el espíritu del Oso consideraba responsable al cazador. El hocico iba a parar a un lugar secreto, en el bosque.


Cuando capturaban un osezno lo metían en una jaula. Con frecuencia era amamantado por la mujer del cazador. Así crecía hasta que un día la jaula se abría y «el querido pequeño ser divino» era invitado a la fiesta en la que sería sacrificado. Todos danzaban y batían las manos alrededor del Oso. La mujer que lo había amamantado lloraba. Después un cazador le dirigía al Oso algunas palabras: «Oh, tú, divino, has sido enviado al mundo para que nosotros te cazáramos. Oh, tú, preciosa pequeña divinidad, nosotros te adoramos; escucha nuestra plegaria. Te hemos alimentado y criado con tantas penurias, porque te queremos. Ahora que te has hecho mayor, estamos a punto de enviarte con tu padre y tu madre. Cuando llegues junto a ellos habla bien de nosotros y diles qué amables hemos sido; por favor vuelve a nosotros y nosotros te sacrificaremos.» A continuación lo mataban.


El pensamiento más antiguo, aquel que por primera vez no sintió la necesidad de ofrecerse como relato, se manifestó en la forma de los aforismos sobre la caza. Como un susurro, entre tiendas de campaña y fuegos, se transmitieron como cantilenas:

«La presa es semejante a los seres humanos, pero más santa.»
«La caza es algo puro. La presa ama a los hombres puros.»
«¿Cómo podría cazarlo si antes no lo dibujaba?»
«El mayor peligro de la vida reside en que el alimento de los hombres está hecho enteramente de almas.»
«El alma del Oso es un Oso en miniatura que se encuentra en su cabeza.»
«El Oso podría hablar, pero prefiere abstenerse.»
«Quien habla con el Oso llamándolo por su nombre lo vuelve amable e inerme.»
«Un inepto que sacrifica consigue mayor número de presas que un cazador hábil que no sacrifica.»
«Los animales que se cazan son como mujeres que flirtean.»
«Las hembras de los animales seducen a los cazadores.»
«Toda caza es caza de almas.»

Al principio no estaba claro para qué servía la caza. Como un actor que, en el escenario, intenta meterse en el personaje, trataban de convertirse en predadores. Pero ciertos animales corrían más veloces. Otros eran imponentes y cautelosos. Además, ¿qué era matar? Algo no muy distinto que matarse. Si el hombre se convertía en el Oso, al matarlo se hería a sí mismo. Aún más oscura era la relación entre matar y comer. Quien come hace que algo desaparezca. Esto era incluso más misterioso que matar. ¿Dónde va lo que desaparece? Va a lo invisible, que, al final, está lleno de presencias. No hay nada más animado que la ausencia. ¿Qué hacer, entonces, con todos esos seres? Quizá había que facilitar su pasaje a la ausencia, acompañarlos durante una parte de su viaje. El matar era como un saludo. Como todo saludo, exigía ciertos gestos, ciertas palabras. Empezaron a celebrar sacrificios.

La caza nace como acto inevitable y termina como acto gratuito. Elabora una secuencia de prácticas rituales que preceden al acto (la matanza) y lo continúan. El acto puede solo ceñirse en el tiempo, como la presa en el espacio. Pero el curso de la caza mismo es innombrable e indomable, como el coito. No se sabe qué sucede entre el cazador y la presa cuando se enfrentan. Es verdad, sin embargo, que antes de la caza el cazador cumple gestos de devoción. Después de la caza, siente la obligación de descargarse de una culpa. Acoge en su cabaña al animal muerto como un noble huésped. Frente al Oso apenas troceado, el cazador susurra una plegaria muy dulce, que causa vértigo: «Permíteme también matarte en el futuro.»
 

La presa debe ser enfocada: la mirada la aísla y restringe el campo visual sobre un punto. Es un conocimiento que procede por cesuras sucesivas, recortando figuras a partir de un fondo. Al circunscribirlas, las aísla como blanco. Desde ya, el gesto de recortarlas es el mismo que las hiere. De otro modo no nace la figura. Los mitos son cada vez superpuestos sobre los perfiles recortados. Llevando al extremo este modo de conocimiento, acumulando siluetas, empieza a recomponerse la tela del fondo, de la que fueron arrancados. Este es el conocimiento del cazador.


Con la ganadería y la agricultura, el animal pasa a ser solo animal, separado para siempre del hombre. Para el cazador, en cambio, el animal era todavía otro ser, ni animal ni hombre, cazado por seres que no eran ni animales ni hombres. Cuando tuvo lugar ese acontecimiento que fue el acontecimiento de toda historia antes de la historia, cuando se produjo la separación de algo que iba a llamarse animal por parte de algo que iba a llamarse hombre, nadie pensó que la sabiduría –la vieja y la nueva sabiduría– pudiera ser encontrada sino por alguien que participara de ambas formas de vida. Entre las grutas y los bosques del monte Pelión, Quirón el Centauro se convierte en la fuente de la sabiduría, aquel que, más que ningún otro, podía enseñar la justicia, la astronomía, la medicina y la caza. Era casi todo lo que entonces se podía enseñar.

Para los héroes criados por Quirón, la caza fue el primer elemento de la paideia. Pero esa «educación», esa primera prueba de la aretḗ, de esa «virtud» que más tarde sería evocada con frecuencia, se desarrollaba fuera de los confines de la sociedad. No era útil. La caza que practicaban los héroes no servía para alimentar a la comunidad. Era un ejercicio sanguinario y solitario, practicado sin otro fin. En la caza, el animal se volvía en contra de sí mismo e intentaba matarse. Antes de que los protagonistas de muchas historias de metamorfosis, los grandes cazadores fueron, ellos mismos, el resultado de una metamorfosis. Antes de matar al lobo y a los ratones, Apolo fue lobo y ratón. Antes de matar a las osas, Artemisa había sido osa. El pathos de la caza, la complicidad entre el cazador y la presa, se remonta al origen, cuando el cazador era él mismo el animal, cuando Apolo fue general de un ejército de ratones y el jefe de una manada de lobos. El fundamento de la caza fue un descubrimiento de la lógica: la obra de la negación. Este descubrimiento fundacional y embriagador exigía ser permanentemente corroborado, vuelto a recorrer. Mientras la vida de la ciudad latía, otra –en paralelo– le correspondía en las montañas. Incansables y solitarios, Apolo y Artemisa, e incluso Dioniso, seguían cazando. La energía que desprendían sus gestos era el sobrentendido necesario, la urdimbre escondida detrás de los intercambios del mercado, el sueño de las familias, la fatiga de los campos. Nada de todo eso que constituía la vida de la ciudad hubiera podido existir sin esas carreras, esas emboscadas por los montes, sin esas flechas disparadas y esa sangre. Se diría que la sociedad no se había sentido nunca lo suficientemente viva, y acaso real, sin esa vida paralela y superflua, vagante, de los cazadores perdidos en los bosques. 

Como la oración del monje, la carrera silenciosa de los dioses cazadores mantenía en pie los muros que rodeaban la ciudad. Esa carrera era lo que los cercaba, como un remolino perpetuo.

Roberto Calasso, El Cazador Celeste, Trad. Edgardo Dobry, Anagrama, 2020.

https://www.anagrama-ed.es/libro/panorama-de-narrativas/el-cazador-celeste/9788433980748/PN_1035

Maneras de estar vivo. Baptiste Morizot

Hace mucho tiempo surgió una especie que decidió separarse de las otras diez millones de especies que habitaban la Tierra: aunque todas eran necesariamente sus parientes, optó por llamarlas «la naturaleza», y así empezó a verlas como cosas, meros recursos a su disposición.

Este relato es nuestra herencia, y su inimaginable violencia ha dado lugar a la actual y devastadora crisis ecológica. El presente libro pretende dar un golpe de timón frente a esta situación: armar (en el doble sentido de la palabra) una filosofía de los seres vivos que sea tanto una política como una praxis.

Para ello Morizot se aleja de toda creación convencional de pensamiento, pues su filosofía surge de la práctica sobre el terreno y de la experiencia del rastreo. Morizot no es un naturalista al uso. Ni siquiera un biólogo. Es un filósofo que reflexiona sobre lo vivo como ningún otro que hayas leído, un perseguidor que puede pasar largas jornadas rastreando a una manada de lobos o noches enteras esperando a que un oso aparezca en la pantalla de una cámara térmica. Entre el thriller etológico y la filosofía salvaje, con las botas perdidas de barro, oliendo a sudor y a bosque, Morizot trata de ofrecer respuesta a las preguntas que hoy de verdad nos importan:

¿Cómo reconectar con los seres vivos mediante una ecosofía sencilla, resiliente y alegre?

¿Cómo oponer al tecnocapitalismo una reactivación de nuestras propias fuerzas vitales anestesiadas?

¿Cómo sustituir la pulsión de control y domesticación por un ethos del encuentro y la acogida?

¿Cómo comportarse de un modo adecuado con todo aquello que vive y, sin embargo, difiere de nosotros?

¿Cómo construir colectivamente un planteamiento político que aúne la imprescindible convivencia con los otros seres vivos y la lucha sin cuartel contra aquellos que destruyen el tejido de la vida?

Baptiste Morizot, Maneras de estar vivo. LA crisis ecológica global y las políticas de lo salvaje. Trad. Silvia Moreno Parrado, Ed. Errata Naturae, 2021.

«Baptiste Morizot, auténtico filósofo de campo, es sin duda la referencia intelectual del actual pensamiento ecológico. No sólo inventa un nuevo cosmopolitismo, sino que dibuja una nueva y esperanzadora diplomacia de lo salvaje». Nicolas Truong, Le Monde

«Baptiste Morizot lidera una batalla cultural para repensar la convivencia entre el ser humano y el animal, uno de los grandes temas del siglo XXI». Mathieu Vidar, France Inter

«Maneras de estar vivo es un ensayo extraordinario. En él, el filósofo Baptiste Morizot, figura emergente del pensamiento ecológico, da un vuelco a los marcos habituales de interpretación de la crisis de la biodiversidad y nos invita a repensar radicalmente nuestra relación con los seres vivos no humanos que nos rodean». Mathieu Dejean, Les Inrockuptibles

«Maneras de estar vivo nos propone un nuevo humanismo descentrado que se desarrolla mediante una forma rica y original de investigación en la frontera de la literatura, la etología y la filosofía». Alexandre Gefen, Le Nouveau Magazine Littéraire

Viajar por las venas del dragón con Chantal Maillard

Desde épocas ancestrales el universo ha sido concebido en China como un sistema de resonancias en el que no existen cosas ni seres sino fuerzas activas en perpetua mutación. No hay nada en él que actúe por separado, nada que no dependa de todo lo demás. Considerar el medio desde esa perspectiva puede sin duda ayudarnos en la elaboración de la ecosofía y la ethopolítica que se precisan actualmente para transformar nuestras sociedades.

Nunca como ahora ha sido tan acuciante la percepción de la necesidad de un cambio de parámetros y tan imperiosa, por tanto, la responsabilidad de educarnos en este sentido. Las enseñanzas iniciales de las tres corrientes de pensamiento de las que se ocupa este libro pueden ayudarnos en este empeño. El buen gobierno (confucionismo), la armonía con el entorno (taoísmo) y la profunda comprensión de nuestra propia naturaleza (budismo) se presentan como tres ingredientes imprescindibles para evitar la catástrofe que se avecina.

Que estas propuestas lleguen alguna vez a ser conjuntamente algo más que una utopía es realmente poco probable, pero quizás valga la pena recuperarlas ahora desde otros lugares.

Chantal Maillard, Las venas del dragón. Confucionismo, taoísmo y budismo. Galaxia Gutenberg, 2021.

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En librerías este próximo miércoles 29

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