Una trenza de hierba sagrada

Como botánica, Robin Wall Kimmerer formula preguntas sobre la naturaleza con las herramientas de la ciencia. Como miembro de la Citizen Potawatomi Nation, comparte la idea de que las plantas y los animales son nuestros maestros más antiguos. En Una trenza de hierba sagrada, Kimmerer une estas dos lentes del conocimiento para guiarnos en «un viaje que es tan mítico como científico, tan sagrado como histórico, tan inteligente como sabio», en palabras de la escritora Elizabeth Gilbert.
Basándose en su vida como científica, indígena, madre y mujer, nos muestra cómo otros seres vivos nos ofrecen regalos e importantes lecciones, incluso aunque hayamos olvidado cómo escuchar sus voces. En una rica trenza de reflexiones que van desde la creación de Isla Tortuga hasta las fuerzas que amenazan hoy su florecimiento, Kimmerer despliega su idea central: el despertar de una conciencia ecológica requiere el reconocimiento y la celebración de nuestra relación recíproca con el resto del mundo viviente. Solo cuando podamos escuchar los lenguajes de otros seres seremos capaces de comprender la generosidad de la tierra y aprender a dar nuestros propios dones a cambio. Una trenza de hierba sagrada está destinado a ser un clásico de la escritura sobre la naturaleza.

Robin Wall Kimmerer, Una trenza de hierba sagrada. Saber indígena, conocimiento científico y las enseñanzas de las plantas. Trad. David Muñoz Mateos. Ed. Capitán Swing, 2021.

“Las historias antiguas indígenas nos contaban que había que entender a la tierra como un ser vivo, un ser sagrado por el que los seres humanos tienen una responsabilidad moral. Todo lo contrario a la visión del mundo que tiene el colonizador, que entiende el mundo como una propiedad, como una mercancía, como un simple objeto que hay que poseer y explotar. El sistema colonial trató de erradicar esta historia, el entender la tierra como algo vivo y sagrado, porque se interponía en su única y propia narrativa de expansión, propiedad y dominación. Querían que olvidáramos nuestras historias, pero no lo hicimos. Y hoy las recordamos y nos inspiran para una nueva -en realidad, volvemos a la de siempre- forma de habitar y relacionarnos con la tierra. Ya hay gente de todo el mundo que ha empezado a rechazar la visión de la tierra como un mero objeto para explotar solo con el fin enriquecernos y que desean, por el contrario, tener una relación respetuosa con la naturaleza, basada en el amor y el respeto. A todo esto me refiero cuando digo que somos libres de contarnos una historia diferente. Si todos nos pusiéramos de acuerdo colectivamente en creer que la Tierra es un regalo que debemos cuidar, en lugar de tratarla como un mero recurso de consumo, el planeta y nosotros nos encontraríamos en una situación totalmente diferente. No se trata de si podemos cambiar la narrativa, es que no nos queda otra si queremos sobrevivir.” [de la entrevista «Nuestros monstruos ahora se esconden detrás del estatus, propagando la enfermedad del consumismo»]

Las queridas malas compañías de Marina Garcés

“Las malas compañías no se escogen, pero se puede decidir seguirlas o no. Este es un libro sobre la libertad y sobre la verdad. Y ahora ya podéis reír. Pero no os protejáis en la risa sarcástica, permitíos una risa impertinente. La libertad y la verdad son dos formas de impertinencia necesaria, cuando hemos comprendido que no somos realmente libres ni escaparemos nunca del error ni del engaño. De esto hablan estos textos, y lo hacen de la mano de diversos autores y personajes que han hecho de su impertinencia una forma de pensamiento. Una cacofonía que es una fiesta de la inteligencia, en un tiempo en el que se ha hecho muy difícil sentir la alegría de pensar.”

Marina Garcés, Las malas compañías, Galaxia Gutenberg, 2022.

El Cazador Celeste. Roberto Calasso

¿Qué es dios y qué no es dios, y qué hay en medio?
EURÍPIDES, Helena

I. EN LOS TIEMPOS DEL GRAN CUERVO

En los tiempos del Gran Cuervo también lo invisible era visible y se transformaba continuamente. Los animales, entonces, no eran necesariamente animales. Podía darse el caso de que fueran animales, pero también hombres, dioses, señores de una estirpe, demonios, antepasados. De modo que los hombres no eran necesariamente hombres; podían ser también la forma transitoria de otra cosa. No había intuiciones que permitieran reconocer lo que aparecía. Era necesario haberlo ya conocido, como se conoce a un amigo o a un adversario. Todo sucedía en el interior de un único flujo de formas, desde las arañas a los muertos. Era el reino de la metamorfosis.

El cambio era continuo, como, más tarde, solo sucedería en la caverna de la mente. Cosas, animales, hombres: distinciones nunca claras, siempre provisorias. Cuando una gran parte de lo existente se retiró hacia lo invisible, no por eso dejó de suceder. Pero se volvió más fácil pensar que no sucedía.

¿Cómo podía lo invisible volver a ser visible? Golpeando el tambor. Esa piel tensa de un animal muerto era la cabalgadura, era el viaje, el torbellino dorado. Conducía hasta allí donde la hierba ruge, donde los juncos gimen, donde ni siquiera una aguja podría clavarse en la espesura gris.

Cuando empezó la caza no había un hombre que perseguía a un animal. Había un ser que perseguía a otro ser. Nadie habría podido decir con certeza cuál era cuál. El animal perseguido podía ser un hombre transformado o un dios o simplemente un animal o un espíritu o un muerto. Un día, a las muchas invenciones los hombres agregaron otra: empezaron a rodearse de animales que se adaptaban a los hombres, en tanto que durante un tiempo muy largo habían sido los hombres los que imitaban a los animales. Se volvieron sedentarios –y ya un tanto envejecidos.

¿Por qué semejante excitación antes de emprender la caza del Oso? Porque el Oso podía ser también el Hombre. Era necesario mostrarse cautos al hablar, porque el Oso oía todo lo que se decía de él, por lejos que estuviera. Incluso cuando se retiraba a su guarida, incluso cuando dormía, el Oso seguía los acontecimientos del mundo. «La tierra es la oreja del Oso», se decía. Cuando se reunían para decidir la caza, el Oso nunca era nombrado. En general, si se hablaba del Oso, no se lo denominaba nunca con su nombre; era «el Viejo», «el Viejo Negro», «el Primo», «el Venerable», «la Bestia Negra», «el Tío». Quien se preparaba para la caza evitaba abrir la boca. Prudentes, concentrados, sabían que el mínimo sonido habría bastado para arruinar la empresa. Si el Oso aparece inesperadamente en el bosque lo aconsejable es apartarse, quitarse el sombrero y decir: «Sigue tu camino, muy honorable.» O bien se intentará matarlo. Todo, en el Oso, es de gran valor. Su cuerpo es una medicina. Cuando lograban abatirlo huían, enseguida, rápidamente. Después reaparecían en el lugar, como por casualidad, como si estuvieran paseando. Descubrían con gran estupor que unos desconocidos habían matado al Oso.

El primer ser divino cuyo nombre se prohibió pronunciar fue el Oso. En este aspecto, el monoteísmo no fue una innovación sino un recomienzo, un entumecimiento. La novedad fue la prohibición de las imágenes.

Hablaban con el Oso antes de atacarlo –o inmediatamente después–, a sabiendas de que el Oso entendía sus palabras. «No hemos sido nosotros», decían algunos. Le agradecían al Oso que se dejara matar. Con frecuencia se disculpaban. Algunos llegaban a decir: «Soy pobre, por eso te estoy cazando.» Algunos cantaban, mientras mataban al Oso, de modo que el Oso, muriendo, pudiera decir: «Me gusta esa canción.» 

Colgaban la calavera del Oso entre las ramas de un árbol, a veces con tabaco entre los dientes. A veces adornado con tiras rojas. Le ataban cintas, juntaban los huesos en un hatillo y los colgaban de otro árbol. Si un hueso se perdía, el espíritu del Oso consideraba responsable al cazador. El hocico iba a parar a un lugar secreto, en el bosque.


Cuando capturaban un osezno lo metían en una jaula. Con frecuencia era amamantado por la mujer del cazador. Así crecía hasta que un día la jaula se abría y «el querido pequeño ser divino» era invitado a la fiesta en la que sería sacrificado. Todos danzaban y batían las manos alrededor del Oso. La mujer que lo había amamantado lloraba. Después un cazador le dirigía al Oso algunas palabras: «Oh, tú, divino, has sido enviado al mundo para que nosotros te cazáramos. Oh, tú, preciosa pequeña divinidad, nosotros te adoramos; escucha nuestra plegaria. Te hemos alimentado y criado con tantas penurias, porque te queremos. Ahora que te has hecho mayor, estamos a punto de enviarte con tu padre y tu madre. Cuando llegues junto a ellos habla bien de nosotros y diles qué amables hemos sido; por favor vuelve a nosotros y nosotros te sacrificaremos.» A continuación lo mataban.


El pensamiento más antiguo, aquel que por primera vez no sintió la necesidad de ofrecerse como relato, se manifestó en la forma de los aforismos sobre la caza. Como un susurro, entre tiendas de campaña y fuegos, se transmitieron como cantilenas:

«La presa es semejante a los seres humanos, pero más santa.»
«La caza es algo puro. La presa ama a los hombres puros.»
«¿Cómo podría cazarlo si antes no lo dibujaba?»
«El mayor peligro de la vida reside en que el alimento de los hombres está hecho enteramente de almas.»
«El alma del Oso es un Oso en miniatura que se encuentra en su cabeza.»
«El Oso podría hablar, pero prefiere abstenerse.»
«Quien habla con el Oso llamándolo por su nombre lo vuelve amable e inerme.»
«Un inepto que sacrifica consigue mayor número de presas que un cazador hábil que no sacrifica.»
«Los animales que se cazan son como mujeres que flirtean.»
«Las hembras de los animales seducen a los cazadores.»
«Toda caza es caza de almas.»

Al principio no estaba claro para qué servía la caza. Como un actor que, en el escenario, intenta meterse en el personaje, trataban de convertirse en predadores. Pero ciertos animales corrían más veloces. Otros eran imponentes y cautelosos. Además, ¿qué era matar? Algo no muy distinto que matarse. Si el hombre se convertía en el Oso, al matarlo se hería a sí mismo. Aún más oscura era la relación entre matar y comer. Quien come hace que algo desaparezca. Esto era incluso más misterioso que matar. ¿Dónde va lo que desaparece? Va a lo invisible, que, al final, está lleno de presencias. No hay nada más animado que la ausencia. ¿Qué hacer, entonces, con todos esos seres? Quizá había que facilitar su pasaje a la ausencia, acompañarlos durante una parte de su viaje. El matar era como un saludo. Como todo saludo, exigía ciertos gestos, ciertas palabras. Empezaron a celebrar sacrificios.

La caza nace como acto inevitable y termina como acto gratuito. Elabora una secuencia de prácticas rituales que preceden al acto (la matanza) y lo continúan. El acto puede solo ceñirse en el tiempo, como la presa en el espacio. Pero el curso de la caza mismo es innombrable e indomable, como el coito. No se sabe qué sucede entre el cazador y la presa cuando se enfrentan. Es verdad, sin embargo, que antes de la caza el cazador cumple gestos de devoción. Después de la caza, siente la obligación de descargarse de una culpa. Acoge en su cabaña al animal muerto como un noble huésped. Frente al Oso apenas troceado, el cazador susurra una plegaria muy dulce, que causa vértigo: «Permíteme también matarte en el futuro.»
 

La presa debe ser enfocada: la mirada la aísla y restringe el campo visual sobre un punto. Es un conocimiento que procede por cesuras sucesivas, recortando figuras a partir de un fondo. Al circunscribirlas, las aísla como blanco. Desde ya, el gesto de recortarlas es el mismo que las hiere. De otro modo no nace la figura. Los mitos son cada vez superpuestos sobre los perfiles recortados. Llevando al extremo este modo de conocimiento, acumulando siluetas, empieza a recomponerse la tela del fondo, de la que fueron arrancados. Este es el conocimiento del cazador.


Con la ganadería y la agricultura, el animal pasa a ser solo animal, separado para siempre del hombre. Para el cazador, en cambio, el animal era todavía otro ser, ni animal ni hombre, cazado por seres que no eran ni animales ni hombres. Cuando tuvo lugar ese acontecimiento que fue el acontecimiento de toda historia antes de la historia, cuando se produjo la separación de algo que iba a llamarse animal por parte de algo que iba a llamarse hombre, nadie pensó que la sabiduría –la vieja y la nueva sabiduría– pudiera ser encontrada sino por alguien que participara de ambas formas de vida. Entre las grutas y los bosques del monte Pelión, Quirón el Centauro se convierte en la fuente de la sabiduría, aquel que, más que ningún otro, podía enseñar la justicia, la astronomía, la medicina y la caza. Era casi todo lo que entonces se podía enseñar.

Para los héroes criados por Quirón, la caza fue el primer elemento de la paideia. Pero esa «educación», esa primera prueba de la aretḗ, de esa «virtud» que más tarde sería evocada con frecuencia, se desarrollaba fuera de los confines de la sociedad. No era útil. La caza que practicaban los héroes no servía para alimentar a la comunidad. Era un ejercicio sanguinario y solitario, practicado sin otro fin. En la caza, el animal se volvía en contra de sí mismo e intentaba matarse. Antes de que los protagonistas de muchas historias de metamorfosis, los grandes cazadores fueron, ellos mismos, el resultado de una metamorfosis. Antes de matar al lobo y a los ratones, Apolo fue lobo y ratón. Antes de matar a las osas, Artemisa había sido osa. El pathos de la caza, la complicidad entre el cazador y la presa, se remonta al origen, cuando el cazador era él mismo el animal, cuando Apolo fue general de un ejército de ratones y el jefe de una manada de lobos. El fundamento de la caza fue un descubrimiento de la lógica: la obra de la negación. Este descubrimiento fundacional y embriagador exigía ser permanentemente corroborado, vuelto a recorrer. Mientras la vida de la ciudad latía, otra –en paralelo– le correspondía en las montañas. Incansables y solitarios, Apolo y Artemisa, e incluso Dioniso, seguían cazando. La energía que desprendían sus gestos era el sobrentendido necesario, la urdimbre escondida detrás de los intercambios del mercado, el sueño de las familias, la fatiga de los campos. Nada de todo eso que constituía la vida de la ciudad hubiera podido existir sin esas carreras, esas emboscadas por los montes, sin esas flechas disparadas y esa sangre. Se diría que la sociedad no se había sentido nunca lo suficientemente viva, y acaso real, sin esa vida paralela y superflua, vagante, de los cazadores perdidos en los bosques. 

Como la oración del monje, la carrera silenciosa de los dioses cazadores mantenía en pie los muros que rodeaban la ciudad. Esa carrera era lo que los cercaba, como un remolino perpetuo.

Roberto Calasso, El Cazador Celeste, Trad. Edgardo Dobry, Anagrama, 2020.

https://www.anagrama-ed.es/libro/panorama-de-narrativas/el-cazador-celeste/9788433980748/PN_1035

Cristina Peri Rossi, Premio Cervantes 2021

Cristina Peri Rossi nació el 12 de noviembre de 1941 en Montevideo (Uruguay); es una escritora que cultiva la narrativa y la poesía.
Durante la dictadura militar de Uruguay se exilió en España, país donde vive desde entonces y donde ha trabajado como articulista en diferentes publicaciones tales como “El País” y “El Mundo”. Como escritora se ha destacado por su obra “La nave de los locos“, una obra que deja en evidencia los crímenes de las dictaduras militares en latinoamérica, con una visión un tanto surrealista.
En lo que se refiere a poesía, en el 2008 recibió el Premio Loewe con su obra “Play Station“. Otras de sus obras publicadas son “Descripción de un naufragio” y “Europa después de la lluvia“, “Invitación” y “Palabra“.
Cristina asegura que su casa es la literatura, que no sabe vivir en este sistema para ganar dinero y que por eso se aferra a las letras porque está convencida de que es lo único que no pueden arrebatarle. Y esa pasión y esa entrega son las responsables de que haya podido conquistar tierras extranjeras, consiguiendo que sus creaciones trascendieran el espacio.
Actualmente vive en Barcelona, ciudad donde su labor en los medios es muy significativa, y continúa escribiendo y aportando su granito de arena para que crezca la literatura hispana.

Mi casa es la escritura

En los últimos años

he vivido en más de cien hoteles diferentes

(Algolquín, Hamilton, Humboldt, Los Linajes

Grand Palace, Víctor Alberto, Reina Sofía, City Park)

en ciudades alejadas entre sí

(Quebec y Berlín, Madrid y Montreal, Córdoba

y Valparaíso, París y Barcelona, Washington

y Montevideo)

.

siempre en tránsito

como los barcos y los trenes

metáforas de la vida

En un fluir constante

Ir y venir

.

No me creció una planta

no me creció un perro

.

Sólo me crecen los años y los libros

que dejo abandonados por cualquier parte

para que otro, otra

los lea sueñe con ellos

.

En los últimos años

he vivido en más de cien hoteles diferentes

en casas transitorias como días

fugaces como la memoria

.

¿cuál es mi casa?

¿dónde vivo?

Mi casa es la escritura

la habito como el hogar

de la hija descarriada

la pródiga

la que siempre vuelve para encontrar los rostros conocidos

el único fuego que no se extingue

.

Mi casa es la escritura

casa de cien puertas y ventanas

que se cierran y se abren alternadamente

Cuando pierdo una llave

encuentro otra

cuando se cierra una ventana

violo una puerta

Al fin

puta piadosa

como todas las putas

la escritura se abre de piernas

me acoge me recibe

me arropa me envuelve

me seduce me protege

madre omnipresente.

.

Mi casa es la escritura

sus salones sus rellanos

sus altillos sus puertas que se abren a otras puertas

sus pasillos que conducen a recámaras

llenas de espejos

donde yacer

con la única compañía que no falla Las palabras.

Cristina Peri Rossi, de Estrategias del deseo (2004)

Los cuentos: un mundo inmenso para explorar

Presentación del capítulo primero del estudio de Jaqueline Kelen sobre el simbolismo de los cuentos de hadas titulado «Une robe de la couleur du temps: Le sens spirituel des contes de fées». Las imágenes, que no pertenecen al libro, son de Remedios Varo. Selección y traducción de Lluïsa Vert. https://www.arsgravis.com/un-mundo-inmenso-para-explorar/

A través de todo lo que se busca, hay algo que viene de mucho más lejos que el hombre y que va mucho más lejos también. […] La gran enemiga del hombre es la opacidad. Esta opacidad está fuera y sobre todo está en el mismo hombre, con el mantenimiento de las opiniones convencionales y de toda clase de defensas sospechosas. (André Breton).

En toda historia humana existe un canto profundo y secreto que pide aflorar, un canto único que oculta cada existencia y que a menudo permanece hundido, obstruido. Cuando, en este principio del siglo XXI, se leen los himnos de las epopeyas de Sumer, o de la India, que datan de los primeros tiempos de la escritura, cuando se contemplan los vestigios grandiosos de la civilización egipcia y después se mira alrededor, cuando se escucha la verborrea contemporánea, uno está obligado a constatar que durante milenios el hombre no ha cesado de repetirse, que su visión se ha reducido terriblemente, que sus aspiraciones se han vuelto muy limitadas. La razón es muy simple: el hombre ha dejado de girarse hacia la inmensidad misteriosa del cielo para no contemplar otra cosa que a sí mismo; ha cortado los vínculos que le unían a lo sobrenatural a fin de reinar sobre su pedazo de tierra y declararse feliz así;  ha terminado por negar obstinadamente cualquier presencia que no puedan captar sus sofisticadas máquinas, toda realidad que no esté “probada científicamente”.

Así, al creer que conquistaba su independencia, negando los dioses y  los universos invisibles, el hombre moderno se ha enjaulado a sí mismo y, al despedir el alma inoportuna, se ha entregado a la muerte cierta.

Hace seis mil años, el fiero rey Gilgamesh dejó riquezas, poder y placeres para ir en busca del único bien valioso, la planta de la inmortalidad. Hace veintiséis siglos, el filósofo Empédocles se confrontó a las potencias cósmicas y meditó sobre el origen del universo y de los seres. Hace nueve siglos, hombres de valía y de conocimiento construían catedrales a la gloria de Dios sin preocuparse de dejar sus nombres en la historia. Y hace un poco más de cuatrocientos años, Don Quijote hizo una estrepitosa entrada en la escena del mundo y a causa de su loca sabiduría volvió a encender en los corazones un deseo de infinito e hizo que se levantaran de nuevo los tiempos mesiánicos.

Hace seis mil años, el fiero rey Gilgamesh dejó riquezas, poder y placeres para ir en busca del único bien valioso, la planta de la inmortalidad…

Pero el hombre continúa repitiéndose, resignado a su condición mortal. Se ha habituado a su jaula, incluso la ha decorado, sueña con hacer de ella un paraíso. El canto de los pájaros se ha detenido, enmascarado por el ruido y la indiferencia de los que pasan ocupados. ¿Pero, es que hubo alguna vez un pájaro…?

Los cuentos lo repiten con insistencia, limitado a su existencia terrestre, a su yo carnal, el individuo se revela muy pequeño. Es un Pulgarcito o una Caperucita roja, un patito feo o una sirenita. Hay que crecer, aventurarse, tomar aire, expandirse. Es necesario que el ser humano experimente la amplitud y la  libertad de la que es capaz y que le fueron ocultadas o arrebatadas.

Para volverse un verdadero hombre, el héroe del relato debe dejar su casa, el sótano, los lugares subterráneos donde se le confina, donde se le retiene con las cadenas de la dulzura o el miedo. Va a viajar, a visitar países, no solo los terrenales, sino y sobre todo los mundos innumerables exteriores e interiores que poco a poco se despiertan y se revelan en el secreto del corazón. Un día es suficiente, un hermoso día, abrir la puerta de la jaula y ponerse en camino, lo maravilloso comienza, es la historia sin igual de aquél que, a través de pruebas y encuentros, se encamina hacia su verdadera realeza, es la historia de su alma que accede a la vida eterna. Y he aquí que un joven peregrino silba y he aquí que un pájaro le responde.

Nuestro héroe a menudo avanza solo por el camino, pero jamás está aislado. No se siente separado del universo, escucha lo que dice el viento, lo que canta la lluvia, habla tanto a los árboles y a los animales que encuentra como al ogro, al hada, al gigante, recoge piedras en sus bolsillos y por la noche sonríe a las estrellas. Es una inmensa conversación con los seres que pueblan la naturaleza, con las criaturas que no tienen apariencia humana, con las presencias del mundo invisible. Todo está lleno de vida, todo merece atención. ¿Cuándo perdimos la facultad de comunicarnos libre y espontáneamente con todo lo que vive sobre la tierra y con los habitantes del mundo sobrenatural? ¿Cuándo abandonamos esta vasta y feliz conversación?  Sí, “había una vez” esta conciencia cósmica, esta inmensa inteligencia amante. Después los hombres se volvieron razonables y desconfiados, prudentes y arrogantes. Ya no hablaron a la ranita ni abrazaron a las flores. Han preferido permanecer entre ellos, tener solo contactos humanos, relaciones sociales.  Se consideran superiores, pero se han disminuido a sí mismos.

¿Cuándo perdimos la facultad de comunicarnos libre y espontáneamente con todo lo que vive sobre la tierra y con los habitantes del mundo sobrenatural?

A los pequeños humanos los cuentos tradicionales les recuerdan dos cosas principales: que han de aprender y crecer. Aprender es dejar la indolencia y la suficiencia, escuchar, hacer silencio, ser curioso y atento; abandonar las falsas certezas, experimentar, equivocarse, adquirir discernimiento; perseverar con fervor, abrirse al conocimiento que llena el corazón. Para crecer, lo primero es tomar la verdadera medida del ser humano e intuir sus posibilidades inauditas, deseos elevados y no renunciar jamás a ellos. Crecer es liberarse de las normas y los condicionamientos que obstaculizan la expansión del alma y apuntar al cielo, nada menos.

Los cuentos maravillosos no conciernen al yo temporal sino al sujeto espiritual. Más allá del viajero terrestre, se dirigen al alma peregrina. Por supuesto, de estos cuentos pueden extraerse distintos consejos y lecciones para desenvolverse en la tierra, llevar los asuntos de este mundo, para comportarse de modo justo y generoso respecto a los demás, para evitar las astucias y las maldades. Charles Perrault cuidaba de enunciar al final de sus cuentos una moralidad, a menudo maliciosa, que estaba lejos de constituir todo su sentido. Por ejemplo: la curiosidad se paga cara (Barba Azul), un pequeño mocoso puede hacer feliz a toda su familia (Pulgarcito), las jovencitas deben desconfiar de “los lobos aduladores”, que son de largo los más peligrosos (Caperucita Roja). Pero además del plano existencial, para el pequeño ser humano se trata de situarse con respecto al cielo, de desarrollar sus sentidos sutiles , de estar atento a los signos y a los sueños a fin de explorar, poco a poco, el mundo invisible y, como con las botas de siete leguas, que su alma corra por ellos. Los hermanos Grimm eran perfectamente conscientes del mensaje iniciático contenido en los cuentos que habían recogido. Según sus propios términos, estos relatos escondían “revelaciones divinas” y permitían acceder a “una sabiduría eterna”.

Los cuentos maravillosos no conciernen al yo temporal sino al sujeto espiritual. Más allá del viajero terrestre, se dirigen al alma peregrina.

Como los cuentos tradicionales se dirigen al hombre interior, para “comprenderlos” bien conviene apercibirse de lo que se oculta detrás de la historia aparente y que resuena profundamente en uno. Existen toda suerte de correspondencias e incluso de complicidades entre el mundo exterior de los fenómenos y de las cosas concretas y el universo impalpable de las realidades espirituales. “Lo que es visible abre nuestras miradas a lo invisible”, anunciaba el filósofo Anaxágoras que vivió en el siglo V antes de la era cristiana. La cáscara disimula y protege a la vez la deliciosa almendra, solo gusta el sabor del fruto el que no se queda en la superficie y se dirige al interior. Este es el modo de hacer del esoterismo en el sentido exacto del término.

Así, los diversos personajes de los cuentos, su estatus, su comportamiento, las peripecias de sus aventuras se deben entender siempre en un plano espiritual y demandan ser interiorizados. Por ejemplo, un hombre calificado de pobre designa una persona desprovista de recursos interiores, y un hombre muerto equivale al yo carnal y terrestre desconectado de toda dimensión trascendente. La ignorancia no es falta de saber, sino olvido del mundo superior invisible. Un cazador no es quien persigue la caza sino que alude al peregrino que busca sin descanso la sabiduría. Las monedas de oro, un tesoro oculto, simbolizan las riquezas espirituales adquiridas, los frutos del conocimiento, mientras que los diversos alimentos y bebidas evocan aquello de lo que se sustenta el alma. Así, se encontrarán falsas monedas y alimentos indigestos o envenenados. Los ladrones que atacan al viajero representan las bajas pasiones que se apoderan de la vida interior y despojan al ser humano de lo que tiene de más valor, el ogro es la imagen del yo devorador que impide cualquier impulso espiritual. Los zapatos en sus variadas formas permiten caminar sobre la tierra en la vida cotidiana, pero remiten también al camino espiritual, la elevación de los pensamientos y los sentimientos a otros planos de conciencia.

Los ladrones que atacan al viajero representan las bajas pasiones que se apoderan de la vida interior y despojan al ser humano de lo que tiene de más valor, el ogro es la imagen del yo devorador que impide cualquier impulso espiritual.

El niño, considerado un bendito o un simple, no está saturado por un saber cerebral, sino que posee la inteligencia limpia del corazón, la única necesaria para la salvación del alma. Siempre “bella y sabia”, la princesa pertenece al reino celeste y representa tanto el Conocimiento como la identidad divina del ser humano. En cuanto al rey, a menudo designa al Yo trascendente, al ser establecido en la dimensión eterna del Espíritu.

Todo eso son indicios, no explicaciones. Al igual que un sueño se revela mucho más rico que el sentido general dado por una llave de los sueños; un relato iniciático, lleno de ecos y que comporta numerosos niveles no podría adaptarse a un diseño predeterminado. La interpretación es soberana, ella es la que hace que el sentido brote, que se escuche la música enterrada. Pero ante la riqueza inagotable del cuento, no puede ser dogmática, y menos aún definitiva. En el fondo revela tanto la personalidad del intérprete como el significado del relato. Por eso, un psicoanalista freudiano solo verá en los cuentos símbolos sexuales, un astrólogo leerá en ellos imágenes planetarias, y el terapeuta se dedicará a encontrar remedios y recetas para el bien estar del hombre…

Es curioso que los personajes de los cuentos no posean casi nunca un apellido o un nombre propio; se trata de un sastre, de una jovencita, de un emperador, de una sirena. Otros se designan por un sobrenombre o un mote que oculta su apariencia verdadera, Barba azul, Cenicienta, Piel de asno, Caperucita roja.

Los personajes de los cuentos no posean casi nunca un apellido o un nombre propio, así, cada lector está invitado a identificarse con el héroe del relato,  por lo que este cuento se escucha y se dirige a la parte más íntima de mí ser.

Así, cada lector está invitado a identificarse personalmente con el héroe del relato, humano o animal, en lugar de guardar las distancias; es para mí, hoy, por lo que este cuento se escucha y se dirige a la parte más íntima de mí ser. Mi alma es este niño abandonado en el bosque del mundo, esta esplendorosa princesa que se maltrata aquí abajo; en mí se alberga un patito desgraciado, rechazado por sus congéneres y que sueña con otros lugares, y también un asno que un día huyó de su servidumbre para tocar la lira. Si los cuentos de hadas tienen un alcance universal, atraviesan los siglos y gustan a cualquier edad es porque su mensaje de orden espiritual nos concierne a cada uno de nosotros y en nosotros se dirigen a aquello que no perece. En el fondo, cada uno se siente príncipe o princesa, hecho para vivir rodeado de belleza en un universo de alegría y destinado a un amor extraordinario. Tal es el clima propio del espíritu: inmensamente libre, luminoso y alegre. De esta vida superior e indestructible es de lo que hablan los cuentos tradicionales, de la Edad de Oro del ser humano. Su final es también siempre feliz puesto que se sitúa en un plano trascendente y en un tiempo que no es otro que la eternidad. Pero si se tiende a rebajar el mensaje de los cuentos a un nivel existencial, se mantendrán toda una serie de mentiras e ilusiones respecto a la felicidad terrestre, a un matrimonio perfecto, una familia ideal, y las señoritas esperarán durante mucho tiempo la venida de un príncipe inexistente, por decirlo con propiedad.

Los cuentos de hadas que he escogido están entre los más conocidos. No han llegado por el francés Charles Perrault (1628-1703), por los hermanos Grimm, Jacob (1785-1863) y Wilhem (1786-1859), que los recogieron pacientemente en Alemania, y por Hans Christian Andersen (1805-1875), originario de Dinamarca. Frente al pensamiento cartesiano, frente al racionalismo del Siglo de las Luces, y después al positivismo y al cientifismo, que ocuparon sucesivamente estos tres siglos, las recopilaciones de los cuentos maravillosos ofrecen un contrapunto saludable, recuerdan que la sabiduría es más preciosa que el saber, que la intuición es superior a la razón y que la grandeza del género humano reposa en la aspiración de su alma. Igualmente, para interpretarlos he escogido presentarlos en un orden que me parece que corresponde a una progresión en la vida espiritual. Un viaje en el que un modesto artesano se convierte en rey y el viajero terrestre se muda en hombre de luz.

Un viaje iniciático en el que un modesto artesano se convierte en rey y el viajero terrestre se muda en hombre de luz.

INFORMACIÓN DEL LIBRO

Marguerite Yourcenar y el amor a los animales

<< Y sin embargo el amor a los animales es tan antiguo como la raza humana. Millares de testimonios escritos o hablados, de obras de arte y de gestos evidenciados, dan fe de ello. Amaba a su asno, aquel campesino marroquí que acababa de oírlo sentenciar a muerte porque él, durante semanas y semanas, había estado vertiendo sobre sus largas orejas cubiertas de llagas aceite para motores, por creerlo más eficaz, al ser más caro, que el aceite de oliva que abundaba en su pequeña granja. La horrible necrosis de las orejas había ido pudriendo poco a poco al animal entero, al que ya no le quedaban muchos días de vida, pero que seguiría hasta el final cumpliendo con su tarea, al ser el hombre demasiado pobre para consentir en sacrificarlo. Amaba a su caballo, aquel rico avaro, que llevaba a la consulta gratuita del veterinario europeo al hermoso animal de pelaje gris, orgullo de los días de fantasía, y cuya enfermedad se debía únicamente a un alimento no apropiado. Amaba a su perro, aquel campesino portugués, que llevaba en brazos, todas las mañanas, a su pastor alemán con la cadera rota, para tenerlo a su lado durante su largo día de trabajo como jardinero, y alimentarlo con los restos de la cocina. Aman a los pájaros, ese anciano o esa anciana de los desmedrados parques parisinos, que alimentan a las palomas y de los cuales se ríe la gente sin razón, puesto que gracias a ese batir de alas a su alrededor entran en contacto con el universo. Amaba a los animales el hombre del Eclesiastés cuando se preguntaba si el alma de las bestias desciende bajo la tierra; y Leonardo, que liberó a los pájaros presos en un mercado de Florencia, o también esa china de hará mil años que al encontrar, en un rincón del patio, una enorme jaula con un centenar de gorriones –pues su médico le recomendaba que comiese cada día los sesos de un pájaro aún tibios– abrió de par en par las puertas de la jaula: «¿Quién soy yo para preferirme a estas bestezuelas?». Las opciones que debemos tomar continuamente, otros las tomaron antes que nosotros. >>

Marguerite Yourcenar, El Tiempo, Gran Escultor, trad. Emma Calatayud, Alfaguara, 1989.

Fotografía de Marguerite Yourcenar con su cocker Valentine, tomada en mayo de 1968, por Marc Garanger © Éditions Gallimard.

La perrita cocker murió atropellada el 3 de octubre de 1971. Marguerite Yourcenar la llamó con alegría, y Valentine cruzó la carretera cerca de Petite Plaisance para reunirse con ella. La escritora, muy afectada por su muerte, escribió un “Tombeau pour Valentine” (que se puede leer en Sources II, Gallimard, collection « Les Cahiers de la nrf », 1999.)

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El éxito callado de ‘El infinito en un junco’: “Hay lectores que se han aferrado como un viaje liberador”

Irene Vallejo, autora de ‘El infinito en un junco’ Foto ©JORGE FUEMBUENA

23.11.2020  | Por ANA BELÉN GARCÍA FLORES

El caminar del ensayo El infinito en un junco. La invención de los libros en el mundo antiguo (Siruela), de Irene Vallejo (Zaragoza, 1979), es el de un éxito callado como si emulara las hazañas de los héroes griegos y romanos a los que ha devuelto la voz.

Sin ningún tipo de promoción reglada, las recomendaciones de los libreros y el boca oreja de los lectores lo han elevado al olimpo de “fenómeno” editorial-y casi milagroso-durante la pandemia.

“Ha sido conmovedor. Durante el confinamiento ha habido lectores que me han dicho que en esa angustia, el libro ha sido un viaje liberador. Otros me decían: ‘mi madre está en el hospital, no puedo ir a verla donde me aferro y encuentro la tranquilidad es en tu libro”, relata la escritora a RTVE.es.

El infinito en un junco (449 páginas) ya ha vendido más de 100.000 ejemplares y no hay premio que se le resista: desde del Ojo Crítico de Narrativa de RNE, el galardón Las Librerías Recomiendan de No Ficción 2020 al relumbrón del Premio Nacional de Ensayo hace tan solo unas semanas.

Vallejo ha tejido con pericia una aventura épica, humorística y didáctica acerca dela cuna del conocimiento y de los libros en el mundo clásico, y la alabanza es unánime por parte de autores como Vargas Llosa o Luis Landero.

Esta filóloga clásica ya había publicado varios libros como La luz sepultada (2011) o El silbido del arquero (2015) y aunque hasta ahora confiesa que vivía de la literatura como si fueran “los bolos de los músicos”, no ha sacado un conejo de la chistera.

Planteó una estructura compleja como “un guión de cine” en el que mixtura referencias autobiográficas, películas, series, batallas, citas y traducciones con saltos en el tiempo constantes, apuntalados en una minuciosa investigación sobre los formatos de la escritura y más.

Un “experimento” creado para empujar los límites del ensayo, señala, sobre este triunfo “emocionante, desbordante e inesperado” e inmersa en plena vorágine de entrevistas en las que habla con entusiasmo de esta joya narrada con el ritmo de “los cuentacuentos de toda la vida que te dejaban ganas de más”.

PREGUNTA: ¿De haberlo escrito durante este tiempo habría incluido referencias de los clásicos sobre cómo sobrellevar la pandemia?

REPUESTA: Sí, hubiera hecho referencias más explícitas a lo que está ocurriendo, porque por ejemplo hablo del Nobel a Dylan (2016) que sucedió mientras escribía, pero en muchos de los capítulos hablo de cómo los libros han sido un apoyo, un refugio, y una vitamina en momentos de sufrimiento y de catástrofes, creo que de alguna manera conectan con lo que está pasando ahora.

No hablo de epidemias pero sí de campos de concentración nazis y de gulags. En uno de los textos cito el diario Echt Dachau del autor Nico Rost. El protagonista está en el campo de concentración de Dachau en la enfermería donde hay una epidemia de tifus. Los prisioneros se enfrentaron a la enfermedad y al miedo montando una especie de club de lectura clandestino. Ellos combaten la amenaza atmosférica contándose historias, si pueden conseguir libros, con los libros, y así se ayudaban.

En estos tiempos de confinamiento ha habido servicios telefónicos de gente que leía o contaba historias a otras personas que estaban solas. Nico Rost dice una cosa muy bonita: “Lo que nos salvaba la vida era la vitamina L (Lectura) y la F (Futuro)”. A través de los libros y la cultura se salva uno.

Vista de la moderna Biblioteca de Alejandría de Egipto en 2002 EFE

P:¿Qué le debemos a la gran Biblioteca de Alejandría en Egipto que atraviesa todo el ensayo? 

R: Era un lugar de culto a las musas pero también le dio a la palabra ese papel tan importante como para crear una institución que la proteja y la preserve. No hay un acontecimiento equivalente a la misma escala en las civilizaciones anteriores.

Luego el proyecto de traducción de todas las grandes civilizaciones conocidas y la parte de organización bibliotecaria. Se enfrentaron a la mayor colección de libros que se había conocido nunca. Son el antecedente de Internet y de la informática.

A nuestros aparatos informáticos los llamamos ordenadores no es que sean archivos. Y eso tiene que ver con el concepto de organización de la información que ya tenían en Alejandría.

La intuición de que la literatura es patrimonio cultural es muy importante. Aunque los libros se han destruido y ni siquiera encuentran los restos arqueológicos de la primitiva biblioteca, su leyenda y los fundamentos intelectuales sobre los que se asentó, han transformado el mundo.

P: Los libros han sido pasto de las llamas en numerosas ocasiones como en la Biblioteca de Sarajevo en la Guerra de los Balcanes en 1992, el nazismo, lecturas prohibidas… Por otra parte, el humor contestatario siempre ha quedado al margen como la sátira de Aristófanes. Al final, la historia se repite.

R: Del humor me interesaba destacarlo porque parece un género de segunda categoría en la literatura y en los premios se suele preferir obra seria, pero si lo vemos desde la perspectiva del choque de la censura, el humor siempre ha estado en la vanguardia de la oposición y es lo que más se ha perseguido. El humor también pretende ser un canto a esa rebeldía.

Desde los primeros tiempos que se tiene noticia se ha intentado destruir los libros. Llega hasta nuestros días, no con la misma saña, pero sigue habiendo ataques. 

En el caso de la Biblioteca de Sarajevo fue horrible porque no solo formó parte de un plan de extermino de su población, sino también a sus libros que son parte de su memoria y querían borrarlos.

Eso me hace pensar que si los libros reciben tantos ataques a través de la historia y algunos recientes como es el caso de Salman Rushdie (Los versos satánicos, 1988), realmente quiere decir que se siguen percibiendo como objetos poderosos.

P: El papel de las mujeres como Safo y otras poetas silenciadas, la inteligencia de Hipatia de Alejandría o la sagacidad de Aspasia, esposa y mano derecha de Pericles… el papel de estas mujeres es tan memorable como casi suicida por la valentía y usted las rescata en este ensayo.

R: Era uno de los objetivos. Echaba de menos que en las historias generales estuviese presente ese relato. Si que tendemos en las monografías a hacer capítulos aparte para las mujeres.

Yo quería que formasen parte del todo y quería explicar que aunque se hayan perdido sus obras, al menos hay huellas de que estuvieron ahí y de que al menos hubo muchas más de lo que sospechamos.

Un caso de arrinconamiento de una figura muy importante fue el caso de la sacerdotisa acadia Enheduanna (2285–2250 a. C.) que firmó el primer texto no anónimo de la historia. La primera que deja un nombre propio asociado a una obra literaria. Teniendo ese papel de pionera cómo es posible que no esté en los libros de texto y qué nadie haya oído hablar de ella cuando es anterior a Homero. Es importante rescatar estas genealogías.

Lo hago de forma muy consciente y lo llevo a la época contemporánea donde hago un homenaje a mi profesora de instituto, a mi madre, al papel intelectual de las mujeres que muchas veces se ha perdido por el camino. Para mí era importante reivindicarlo, por supuesto, al lado de muchos hombres que aparecen también.

Quería mostrar la historia como algo que hemos forjado juntos, pero las obras de las mujeres no se valoraron lo suficiente como para ser copiadas y por eso no han llegado hasta nosotros. He hecho una nómina de libros perdidos y por lo menos rescatarlas de esa oscuridad.

Fotograma de la película ‘Ágora’ (2010) de Amenábar sobre la filósofa y astrónoma Hipatia

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P: Los antiguos bardos pensaban que con la escritura se perdería la capacidad de reflexión, usted hace un símil con Google en la actualidad, ¿Cree que la era digital amenaza al libro? 

R: Es curioso comprobar como en las épocas de cambios tecnológicos se producen unas actitudes que se parecen bastante. Aparecían las mismas reservas hacia la imprenta y ahora hacia el mundo digital. Parece que sentimos vértigo hacia lo nuevo y pensamos que va a acabar con el mundo tal y como lo conocemos.

Pero la realidad es que no sucede. La curiosidad es como una energía, se transforma pero no desaparece. Soy optimista, ahora lo tenemos mucho más fácil para obtener la respuesta y durante muchos siglos no ha sido así. Un campesino de la Edad Media no tenían ningun incentivo para la curiosisad.

No todo es competencia, el libro de papel frente a pantallas, no son enemigos, los distintos formatos nos permiten formas distintas de aproximarnos a saber. Mirando la historia de libro, es un objeto muy sólido que ha demostrado ser un gran superviviente y no creo que esté en tan grave peligro como se suele decir.

Las previsiones más catastrofistas no se han cumplido, tendemos a subestimar la capacidad del libro para adaptarse y su perfección como objeto como decía Umberto Eco: “La rueda, la cuchara, las tijeras son imbatibles es difícil mejorar ese mecanismo” y creo que el libro pertenece a esa estirpe. De hecho, se publican más libros que nunca y se lee más que nunca.

“El cine de aventuras está basado en los héroes de la antigüedad”

P: Se nota su pasión por los libros pero a la vez las humanidades se difuminan cada vez más en los planes de estudio, ¿Es este ensayo una forma de sellar el interés por los clásicos?

R: Cuando lo escribí no pensé que este tema pudiera interesar a tanta gente. Yo mismo llevaba tanto tiempo oyendo durante mis años de grado que con la filología clásica no iba a ninguna parte en este mundo digital. Esto me caló. Quería defender los clásicos y me ha sorprendido que tanta gente se haya mostrado interesada. La cultura clásica es importante porque enriquece nuestra creatividad.

La prueba está en que la mitología está detrás de muchos creadores actuales pero también en las sagas juveniles como El corredor del laberintoLos juegos del hambreHarry PotterStar Wars.

El cómic y el cine de aventuras está basado en las historias de los héroes de la Antigüedad. Sigue hasta dando beneficios económicos y nos abre la mente aunque no deja de retroceder en los planes de estudio, el interés existe. La acogida de este libro es la prueba. Ojalá los que hacen la leyes de educación fueran más receptivos a este mensaje.

“La curiosidad es como la energía, se transforma”

P: Como divulgadora, ¿Cómo podemos estimular a leer a los niños? 

R: Todo tiene intereses diversos. Está relacionado con un tipo de carácter más contemplativo, curioso, necesita un cierto sosiego y no todos los niños encuentran el mismo placer y lo bueno de la lectura es que se puede iniciar a cualquier edad.

Si necesitas correr y jugar pues ya habrá tiempo para que te reencuentres con la lectura, pero es importante el entorno que los niños vean libros en su casa, vean a los adultos leyendo y no solo los imperativos que se vea que para la familia los libros son importantes.

La mezcla de esos factores define ese gusto por la lectura. La inversión de fomento de la lectura me parece importante porque los niños que leen mejoran su rendimiento escolar y tienen mejor vocabulario, se expresan mejor.

Yo sigo defendiendo la lectura principalmente por el placer, el entretenimiento, el gusto y las aventuras que te abre. Yo con mi hijo intento que esté fuera de las imposiciones y del trueque de los premios y castigos: leer existe como un tiempo de diversión y juego no como algo obligatorio.

P: ¿Creo que el libro que le cambió la vida fue La Odisea de Homero? ¿Qué figura de la antigüedad le suscita más admiración?

R: Me la contaba mi padre con sus palabras. Yo llegué a los poemas homéricos a la forma tradicional como si mi padre fuera un juglar por esto estoy interesada en la oralidad. Con ese versión de mi padre de La Odisea me convirtió en filolóloga clásica. Me pasé toda la infancia leyendo libros de filología.

Y sobre personajes, el historiador Heródoto es fascinante por su deseo de viajar y por su curiosidad por otras formas de vivir. En mitad de una guerra entre griegos y persas él decide viajar por todo Oriente y se relaciona con todo tipo de gente sin superioridad, por eso se le considera el padre de la antropología o el primer periodista, intentaba recopilar datos y hacer crónicas, tenía en cuenta la versión de los otros. Me hubiera gustado tomarme algo con él.

Y Aspasia porque hace falta mucha valentía para hacer discursos políticos, eso era anómalo, las mujeres con una vida encerrada escribían poemas de sus emociones, pero que una mujer escribiera sus discursos y que participara en la vida pública a través de sus palabras, eso era muy valiente, siendo una extranjera y con todos los ataques por su dudosa reputación (Fue hetaira, el término para las prostitutas para los griegos). Aspasia abrió nuevos caminos a la participación de las mujeres en la política y en las escuelas filosóficas.

https://www.rtve.es/noticias/20201123/exito-callado-infinito-junco-hay-lectores-se-han-aferrado-como-viaje-liberador/2058244.shtml

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La arena entre los dedos. Chantal Maillard

Reunir estos cuatro Diarios: Filosofía en los días críticosHusos, notas al margenDiarios indios y Bélgica, bajo el prisma del «método», responde a la voluntad de hacer explícito el camino de observación que ha guiado esta escritura desde sus inicios. Los libros van acompañados ahora de un capítulo introductorio: «La escritura como método», en el que la autora desvela los entresijos del mismo, sus etapas, el significado de los «hilos» y los «husos», y ofrece una guía para introducirse con ella en esta especial topografía de la mente. [de la web de Ch. M.]

Os transcribo la contraportada con extractos de su magnífico prólogo La escritura como método. Como dice Chantal, “escribo, ya sabéis, para que el agua… entre todos”.

<< Tenía nueve años recién cumplidos cuando confeccioné mi primer cuaderno. Para una cirugía de poca importancia, habían decidido someterme a una anestesia general. En realidad, perder la conciencia me daba pavor. La cuestión no era morirme, sino dejar de ver. Debía, pues, por todos los medios, mantenerme despierta. Así que decidí concentrarme y observar. A partir de entonces, la voluntad de observación nunca me abandonaría. Tampoco los cuadernos, que vinieron a ser no sólo una herramienta eficaz sino una forma de saberme. La escritura vino a ser mi manera de reconocerme, pero también –de esto me daría cuenta más tarde– mi manera de oír lo que me precede.

No sería, no obstante, hasta mucho más tarde, al entrar en contacto con ciertas técnicas de Oriente y comprender, en sus textos, su significación y su propósito, cuando entendí que esta escritura mía y la observación que comporta podían convertirse en método para la cuestión que desde siempre me había inquietado. Algo concreto podía –debía– en efecto observarse, algo que, detrás de los párpados, seguía en todo momento su proceso.

En las páginas que siguen trataré de mostrar que la escritura de estos diarios responde a la práctica de una observación que terminó siendo método. No tengo dudas de que, en épocas oscuras, la educación que se precisa es esa observación. Ver sucederse los actos mentales, saber distanciarse de ellos, disminuir el ansia que producen, podría dar lugar a una ética que reemplazase la moral defensiva, hiciera del respeto la norma de convivencia y de la humildad la regla del entendimiento.

Al final, una vida es bien poca cosa. Como refiere el haiku que Kobayasi Nobuyuki (conocido por el nombre de Issa), escribiera antes de morir, en el invierno de 1827, entre una tina y otra tina ¿quién ha entendido nada? Entre la cuna y el ataúd, tan sólo palabras vanas. Si alguna rara vez aún así sigo pensando que el camino recorrido entre una y otra tina ha valido la pena es por haber aprendido a situarme en los límites en los que el discurso pierde pie. Aunque, bien pensado, lo más probable es que tampoco eso importe. >>

Chantal Maillard, La arena entre los dedos. Diarios reunidos. Pre-Textos, 2020.

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¡EL DÍA 2 DE DICIEMBRE ESTARÁ EN LIBRERÍAS!

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