Una trenza de hierba sagrada

Como botánica, Robin Wall Kimmerer formula preguntas sobre la naturaleza con las herramientas de la ciencia. Como miembro de la Citizen Potawatomi Nation, comparte la idea de que las plantas y los animales son nuestros maestros más antiguos. En Una trenza de hierba sagrada, Kimmerer une estas dos lentes del conocimiento para guiarnos en «un viaje que es tan mítico como científico, tan sagrado como histórico, tan inteligente como sabio», en palabras de la escritora Elizabeth Gilbert.
Basándose en su vida como científica, indígena, madre y mujer, nos muestra cómo otros seres vivos nos ofrecen regalos e importantes lecciones, incluso aunque hayamos olvidado cómo escuchar sus voces. En una rica trenza de reflexiones que van desde la creación de Isla Tortuga hasta las fuerzas que amenazan hoy su florecimiento, Kimmerer despliega su idea central: el despertar de una conciencia ecológica requiere el reconocimiento y la celebración de nuestra relación recíproca con el resto del mundo viviente. Solo cuando podamos escuchar los lenguajes de otros seres seremos capaces de comprender la generosidad de la tierra y aprender a dar nuestros propios dones a cambio. Una trenza de hierba sagrada está destinado a ser un clásico de la escritura sobre la naturaleza.

Robin Wall Kimmerer, Una trenza de hierba sagrada. Saber indígena, conocimiento científico y las enseñanzas de las plantas. Trad. David Muñoz Mateos. Ed. Capitán Swing, 2021.

“Las historias antiguas indígenas nos contaban que había que entender a la tierra como un ser vivo, un ser sagrado por el que los seres humanos tienen una responsabilidad moral. Todo lo contrario a la visión del mundo que tiene el colonizador, que entiende el mundo como una propiedad, como una mercancía, como un simple objeto que hay que poseer y explotar. El sistema colonial trató de erradicar esta historia, el entender la tierra como algo vivo y sagrado, porque se interponía en su única y propia narrativa de expansión, propiedad y dominación. Querían que olvidáramos nuestras historias, pero no lo hicimos. Y hoy las recordamos y nos inspiran para una nueva -en realidad, volvemos a la de siempre- forma de habitar y relacionarnos con la tierra. Ya hay gente de todo el mundo que ha empezado a rechazar la visión de la tierra como un mero objeto para explotar solo con el fin enriquecernos y que desean, por el contrario, tener una relación respetuosa con la naturaleza, basada en el amor y el respeto. A todo esto me refiero cuando digo que somos libres de contarnos una historia diferente. Si todos nos pusiéramos de acuerdo colectivamente en creer que la Tierra es un regalo que debemos cuidar, en lugar de tratarla como un mero recurso de consumo, el planeta y nosotros nos encontraríamos en una situación totalmente diferente. No se trata de si podemos cambiar la narrativa, es que no nos queda otra si queremos sobrevivir.” [de la entrevista «Nuestros monstruos ahora se esconden detrás del estatus, propagando la enfermedad del consumismo»]

“Vosotros los sumisos”: la Medea de Chantal Maillard

Chantal Maillard alcanza niveles universales con Medea (Tusquets, 2020), esta nueva propuesta poética radical, que combina la filosofía con el grito para enseñarnos qué son el crimen, la hipocresía, las prótesis, la procreación y las vísceras con que hemos de vivir.

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Por Andreu Navarra

Chantal Maillard acaba de publicar Medea, un poema largo dividido en tres libros que vuelve a fusionar poesía y filosofía tal y como hacían los autores griegos más remotos. La propuesta atrapa instantáneamente: una Medea emparentada con Milton y los grandes autores románticos, los más satanistas, emprende un intenso monólogo dramático que interpela directamente al lector y al contexto actual de hipocresía desenfrenada. Muchas veces lo afirma Medea: ¿quién es el puro que arroja piedras contra la criminal, si sólo un criminal puede conocer las leyes del mal?

¿Quién es el puro que arroja piedras contra la criminal, si sólo un criminal puede conocer las leyes del mal?

Lo mejor de este libro es su aroma de la más bronca y delicada poesía griega: la dramática de Esquilo, la lírica de Safo, la filosófica de un Alcmán o un Empédocles, la vocación de aforismo atraviesa todo el libro y lo convierte en una fuente no sólo de placer sino también de sabiduría. No he podido dejar de pensar en Derek Walcott, en Yorgos Sepheris, en Heráclito, Hölderlin y Blake pero sobre todo no he podido dejar de pensar en la autoridad con la que se imponen estos versos afilados de Chantal Maillard, convertida desde hace tiempo en una de las escritoras excepcionales de Europa, por la originalidad de su voz y su plena autonomía de modas y límites. Ayuda a todo ello la edición impecable, el dorado de esta veterana colección de Tusquets, Marginales.

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La reflexión moral de Maillard aparece trenzada con una tensa pregunta sobre el tiempo: “Todo círculo es vicioso: / en cualquier punto en el que inicies / el trayecto / te encuentras al final del mismo. / En cualquier punto estás en el inicio”. El libro es tan bueno que no alcanzo a comprender cómo podemos perder el tiempo con tantas bobadas como se publican en nuestro país. Pero, por suerte, esto no tiene por qué preocuparnos, como no le preocupan ni lo más mínimo ni a Maillard ni a Medea.

La arquitectura fragmentaria y cincelada de estos poemas, algunos auténticos “cantos” tal y como los entendía Ezra Pound (como el 35), pueden recordarnos a los dos poemas mayores de Góngora, pero evitan convertirse en materia marmórea; porque no estamos aquí en la Grecia soñada y verdiblanca de los autores petrarquistas, sino en la más real, terrible, polvorienta y manchada de sangre de Pasolini, Nietzsche y los trágicos, que tiene un color pardo más real que la silva amable, porque lo que ocurre en Medea es que alguien eleva la voz para acusar a todos los acusadores, recreando la filosofía remota que fundó nuestra mentalidad, pero no en la versión blanqueada al uso, sino en su realidad más franca y real, hecha de piedra calcinada, placenta seca y sangre.

“¿No condenamos todas acaso a nuestros hijos?”

Viejos poetas filósofos (aquí Parménides) resuenan en este largo poema: “La mente o el deseo de agarrarse / al filo resbaloso / del abismo detener el / torrente de partículas / y SER”… Heidegger se hubiera puesto de pie para celebrar esta poesía y hacer reverencias. “La materia se cansa. / La memoria / es su manera de dormir”, reflexiona Medea, repensada por Maillard como nueva Hipatia, una pensadora radical que ha apurado el zumo de la vida y por eso puede arrojarnos a la cara su decepcionante significado: “¿No condenamos todas / acaso a nuestros hijos?”. El tono es sentencioso, oracular y dentado. Medea se ha convertido en una heroína romántica (en su sentido luzbélico y sin asomo de palabrería o gestualidad), y se encarga de aleccionarnos sobre el horror de vivir: “Pensáis que todo crimen responde a un motivo. / No es así. / Todo tiene una causa / pero no toda causa es un motivo.”

Y no se escatiman realidades sobre lo que es la vida: “¡Tanta era la sed y tan pútrida el agua!”. Probablemente sea este tema (la reflexión sobre lo que es vivir) lo que aliente detrás de los 48 fragmentos del libro, también centrados en reflexionar sobre lo que son la rebelión y el orden social, reñido con la libertad: “En la más diminuta criatura / hay más virtud / que en el hombre que a ciegas obedece / las leyes de su tribu”. Nos guste o no, seguimos siendo tribu, y seguimos siendo timoratos y obedientes. Esto es lo que Medea ha venido a decirnos. En la nota final, se nos muestra la necesidad de que naveguemos sin velas, más allá del discurso, de la mente y de nuestro yo. Sólo desde ese estado salvaje podríamos experimentar algo parecido a una liberación.

Para acabar, diré una sola cosa más: tenemos mucha suerte de contar con una autora tan grande.

https://www.thegodmothermag.eu/post/vosotros-los-sumisos-la-medea-de-chantal-maillard

Chantal Maillard: “La palabra esperanza no está en mi diccionario”

Chantal Maillard. Foto de Bernabé Fernández.

EMMA RODRÍGUEZ © 2022 /

La experiencia de leer la poesía de Chantal Maillard es como emprender un recorrido que tiene principio, el momento en que abrimos la primera página de sus libros, pero cuyo final somos incapaces de atisbar porque no sabemos hacia dónde nos dirigirá la lectura, qué nos hemos de encontrar. Aunque esto suceda con toda obra literaria, en la poesía esa sensación de pérdida, de búsqueda, se acentúa, y en el territorio concreto de Maillard, aún más. Tal vez hallemos en alguna esquina de sus páginas un simple reflejo, un fogonazo de luz, un hueco por el que introducirnos, un alivio. Tal vez una palabra capaz de perturbar o aquietar el ánimo. Tal vez la impresión de un paisaje, de un instante, de una ráfaga de viento. Tal vez un momento de silencio, de calma.

Esa sensación de extravío, de tanteo, de la que os hablo, se intensifica aún más cuando accedemos a la continuidad de un discurrir poético lleno de pasadizos que se conectan, de ventanas desde las que observar detenidamente. Un devenir que puede conducirnos, si anhelamos profundizar más, hacia libros de ensayo y diarios salidos de la misma mano. Lo que el pájaro bebe en la fuente y no es el agua es el título de la poesía reunida de Maillard, que Galaxia Gutenberg acaba de poner en las librerías, una hermosa edición que incluye una parte de inéditos y se acompaña de ilustraciones, de sutiles y enigmáticos dibujos, algunos de la propia autora. 

La entrega, que recoge libros publicados entre 2004 a 2020 y traza un itinerario que comienza con Matar a Platón y concluye con Medea, permite un acercamiento con perspectiva a una obra que cultiva el autoconocimiento y el abrazo; que se adentra y nos anima a adentrarnos, a dejarnos llevar por una corriente de imágenes, de momentos que se suceden, de variaciones, de tramas superpuestas, de impactos, de revelaciones, de emociones en las que poder reconocernos, hermanarnos. La compasión es el hilo grueso que va uniendo las distintas partes de un recorrido en el que entran la culpa, el miedo, el grito, la muerte, la pérdida, el duelo… Y también el “esfuerzo por sobrevivir”, la necesidad de sosiego, “la luz, el pájaro, el aire”.

La herida atraviesa un camino de casi dos décadas, como señala en el esclarecedor estudio preliminar Virginia Trueba Mir, quien alude a unos versos incluidos en Medea: “Algo a veces acontece / que lo revuelve todo” para dar cuenta de dos momentos esenciales, definitivos en la vida y en la escritura de Maillard: una grave enfermedad, a finales de 1999, y el suicidio de uno de sus hijos en 2003. Circunstancias dolorosas, extremas, que indudablemente marcan el rumbo y los motivos de una obra que busca sentidos entre las sombras, entre lo que no se deja ver ni tocar. Una indagación en lo profundo del ser, en las eternas preguntas sobre la existencia, realizada mediante el cultivo de un lenguaje sin grandilocuencias, despojado de adornos banales, que parece nuevo en sus hallazgos, en sus combinaciones.

LA COMPASIÓN ES EL HILO GRUESO QUE VA UNIENDO LAS DISTINTAS PARTES DE UN RECORRIDO EN EL QUE ENTRAN LA CULPA, EL MIEDO, EL GRITO, LA MUERTE, LA PÉRDIDA, EL DUELO… Y TAMBIÉN EL “ESFUERZO POR SOBREVIVIR”, LA NECESIDAD DE SOSIEGO, “LA LUZ, EL PÁJARO, EL AIRE”.

Si tuviera que decir a alguien que aún no conozca a Chantal Maillard algo sobre ella, dejaría de lado los datos y detalles biográficos y le llevaría de la mano hasta una de sus piezas, Escribir, que acompaña al relato poético que es Matar a Platón. Intensa, deslumbrante, conmovedora, con unos impactantes cambios de registro, es una especie de autorretrato de la autora, de sus motivaciones, de lo que siente y busca con la escritura. Tomo aquí algunas de sus partes:

“Escribir / para curar / en la carne abierta / en el dolor de todos / en esa muerte que mana / en mí y es la de todos”

“escribir / como quien des-espera / para cauterizar / para tomarle las medidas al miedo / para conjurar / para morder de nuevo el anzuelo de la vida / para no claudicar”

“escribir / “otoño” / para recordar cómo / uníamos castañas con palillos de dientes / y surgían princesas y perros y dragones / y mi madre era hermosa / y ¿quién sabe? tal vez / fue feliz, también ella / ese día”

“escribir / porque es la forma más veloz / que tengo de moverme”

Si ese alguien quisiera saber más, le hablaría de mi propia experiencia. Le diría que ese poema tuvo un efecto sanador sobre mí un día, de los primeros del confinamiento por la pandemia de Covid-19, en que, a través de whatsapp, me llegó, como un milagro, leído por la autora, con su voz característica, con sus silencios. Y también que aún no he olvidado el impacto emocional que me produjo una de sus representaciones escénicas en torno a los textos que componen los diarios de IndiaMaillard (nacida en Bélgica en 1951, con nacionalidad española desde 1969) ama la experimentación, la ruptura de los límites. Su obra crece en muchas direcciones y su efecto, en mi opinión, se aviva cuando se escucha, cuando la vemos escenificada. Entonces el adentramiento puede llegar a ser instantáneo. 

Si ese alguien decidiese entonces tomar en las manos Lo que el pájaro bebe en la fuente y no es el agua y dejarse arrastrar por su corriente, le animaría alegremente a que lo hiciera, pero después de cerrar las puertas al ruido y a las prisas. «Lo que se nos entrega en el registro poemático ha de recibirse, como la música, en el lugar que le corresponde, más cuerpo y menos mente«, señala Chantal Maillard en el diálogo que se abre a continuación, un intercambio de preguntas y respuestas mantenido a través de correo electrónico.

Chantal Maillard durante la escenificación poético-musical de «Matar a Platón».

– La poesía reunida en Lo que el pájaro bebe en la fuente… abarca desde 2004 a 2020, dieciséis años de trayectoria, de vida. ¿Cómo te enfrentas a este recorrido, dónde está la Chantal Maillard de antes de Matar a Platón? ¿Por qué este libro inauguró un tiempo nuevo, supuso un punto de inflexión, como indica en el prólogo Virginia Trueba Mira? 

– La aportación y la compañía de Virginia Trueba y de Miguel Morey en estas páginas ha sido, para mí, un regalo y, para el libro, un complemento indispensable. Un libro de este tipo es itinerario y es bueno que alguien amigo te acompañe al final. Las fechas que constan en portada son las de la publicación del primero y último de los libros reunidos. Si atendemos a las fechas de redacción (1998-2018), el conjunto abarca en realidad dos décadas de mi vida. Pero lo que le proporciona unidad no es la cronología sino el tema. La pregunta por la compasión, la difícil compasión, atraviesa y vertebra el volumen desde el primer verso hasta el último. El daño y el castigo, la ceguera y la inocencia, el yo y sus ausencias, el hambre y la pérdida, todo ello desemboca finalmente en la misma pregunta: ¿Cómo compadecer? No pretendí que así fuera. Lo descubrí al reunir el material. Fuera quedó todo lo anterior.  

 El camino de tu poesía es un camino de autoconocimiento, una senda hacia la comprensión, hacia la compasión. ¿Te resulta fácil mirar atrás? ¿Tu obra, en todas sus vertientes, dice lo que eres, lo que has crecido, lo que has avanzado y aprendido?

– La escritura ha sido siempre, para mí, una vía de descubrimiento. Quien escribe se concentra, la atención se focaliza y las fuerzas se unifican en una sola dirección. (Es todo lo contrario de la dispersión que los dispositivos móviles favorecen ahora, y es por eso que, si no logramos utilizar los nuevos medios adecuadamente, la involución cognitiva está asegurada). Desde que tengo uso de razón quise averiguar de qué iba todo esto de existir y, con el tiempo, la escritura vino a formar parte de un método de observación. Observar el proceso mental y dar cuenta de ello es algo enormemente gratificante. Mis diarios son el testimonio de ese aprendizaje. Un aprendizaje que contradice el término “avance”, en realidad, pues llega un momento en que se trata más de soltar lastre que de acumular, de decrecer en soberbia, en importancia, en ambición, en posesiones. Disminuirse personal y colectivamente, además; el proceso es o debería ser el mismo.           

– ¿Qué te ha ido revelando el discurrir? ¿En qué medida tu lenguaje poético, tus ideales, se han ido transformando con los años?

– Los ideales son la grandilocuencia de las ideas. Suelen expresarse en conceptos que uniformizan y deforman la singularidad de lo existente.  Desde muy pequeña experimenté la necesidad de saber. Algo había que debía comprender, algo en principio muy vago, que tenía que ver con lo que somos, con lo que es la realidad o el existir. No era ningún ideal, era una voluntad encaminada hacia un fin. La naturaleza del saber que buscaba era, en esos inicios, algo bastante vago. (No sabría, hasta mucho más tarde, que Aristóteles había definido la “filosofía primera”, la que pregunta por la raíz de lo real, como “el saber que se busca”). Lo único que sabía, a ciencia cierta, es lo que no era. Así que fui descartando. Busqué en las diversas mitologías, en la filosofía, en la psicología, en las antiguas sabidurías de los distintos continentes y en sus prácticas. Con el tiempo comprendí que la respuesta no se daría por medio del raciocinio, aunque este pudiese servir para desbrozar las vías (léase eliminar opiniones, creencias y demás perturbaciones). Así que bajé de los empíreos, eliminé las mayúsculas, vacié la mochila, invertí la mirada y me puse a la escucha. La voz poemática tiene sus particularidades. Más bien habla al margen de mí. A veces es anciana, a veces sabia, a veces balbucea, a veces danza. Soy yo la que aprende de ella. La vía discursiva se da de otra manera, mucho más explícita y, por tanto, también más limitada.   

«LA ESCRITURA HA SIDO SIEMPRE, PARA MÍ, UNA VÍA DE DESCUBRIMIENTO. DESDE QUE TENGO USO DE RAZÓN QUISE AVERIGUAR DE QUÉ IBA TODO ESTO DE EXISTIR Y, CON EL TIEMPO, LA ESCRITURA VINO A FORMAR PARTE DE UN MÉTODO DE OBSERVACIÓN», SEÑALA CHANTAL MAILLARD.

– El título de la antología es precioso. ¿En qué medida sirve para englobar todo el recorrido? ¿O es una sugerencia, una invitación a adentrarse, a buscar lo no evidente?

– Al final del volumen hay unos textos en prosa. Los hemos elegido porque procuran algunas claves para entender la escritura poética desde mi perspectiva. Uno de ellos responde al título del libro. Y dado que una pequeña dosis de misterio nunca viene mal, no diré aquí nada más al respecto. 

– Empecemos con Matar a Platón. ¿Puedes volver al momento en que lo escribiste? ¿Qué sentías, qué te motivaba? ¿En qué medida la escritura de este libro fue una manera de resistir a las heridas de la enfermedad, de la pérdida, del duelo? 

De este libro, en realidad, tan sólo el poema Escribir, que lo concluye, tiene que ver con el dolor y, concretamente, con el cuerpo malherido. La primera parte, que da título al libro, fue compuesta tres años antes. Recuerdo que lo escribí en quince días, en Isla Canela (Huelva), durante el mes de julio de 1998. Una simple frase de Musil desencadenó la serie de poemas que describen lo que ocurre alrededor de un hombre que es aplastado por un camión. Cada poema es una escena en la que intervienen uno o más personajes. También los espectadores (oyentes o lectores) y el propio autor, incluso, se convierten en parte de la historia. He de decir que me lo pasé muy bien, fue una escritura lúdica, a pesar del tema. Tres años más tarde, en circunstancias muy distintas, utilicé la escritura para desviar mi atención de los dolores insoportables que padecía por aquel entonces.  

«LA VOZ POEMÁTICA TIENE SUS PARTICULARIDADES. MÁS BIEN HABLA AL MARGEN DE MÍ. A VECES ES ANCIANA, A VECES SABIA, A VECES BALBUCEA, A VECES DANZA. SOY YO LA QUE APRENDE DE ELLA. LA VÍA DISCURSIVA SE DA DE OTRA MANERA, MUCHO MÁS EXPLÍCITA Y, POR TANTO, TAMBIÉN MÁS LIMITADA», EXPLICA LA AUTORA.  

– “La palabra herida atraviesa de principio a fin la escritura de Chantal Maillard”, señala Virginia Trueba. “(…) La herida nos precede / no inventamos la herida, venimos / a ella y la reconocemos”, leemos en el poema 26 de Matar a Platón. ¿Puedes reflexionar sobre ello?

– Hay, en el fondo de cada cual, un lugar que a todos pertenece. Cuando penetramos en él con la atención despierta, el yo desaparece. Somos más de una/o, somos todas/os. Ese lugar (intuido a veces con una evidencia que la razón no alcanza) tiene también varios niveles, y cuanto más abajo, más se diluyen las diferencias. Algunas experiencias pueden ser guía, si la conciencia atiende en el proceso. El dolor es una de ellas. La herida nos atañe a todos. Pero me pides explicación… Lo que dice el poema –cuando de verdad dice algo– no ha de explicarse: la explicación mata al poema. Es como llevar al erizo (así llamaba Derrida al poema) bajo la luz para que la mente racional lo diseccione. Por mucho que trate de recomponerlo luego con hilo de sutura, el erizo está muerto. Nunca podremos ver más allá de sus cicatrices, los límites del lenguaje. Lo que podría habernos desvelado se pierde para siempre. Lo que se nos entrega en el registro poemático ha de recibirse, como la música, en el lugar que le corresponde, más cuerpo y menos mente. 

Chantal Maillard. Foto de Bernabé Fernández.

– Cuando leo los poemas aquí reunidos, vistos con la perspectiva del tiempo, de la visión de conjunto, tengo la impresión, de que las heridas personales se van tornando en colectivas; que es en las heridas donde nos hermanamos. Y también en las emociones más intensas que emanan o conducen a ellas: la culpa, el miedo, el vértigo ante el dolor, ante lo desconocido.

– Efectivamente. Por eso entendí que la idea de reunir estos libros y no otros me pareció importante. Si reunimos material en torno a un tema hacemos un libro distinto de sus partes, un libro con un argumento, y el tema es lo que interesa. Si, por el contrario, compilamos el material poético de un autor, el propio autor es lo que se convierte en tema. 

– La poesía como espacio de aproximación, de abrazo, de diálogo. ¿Crees que juntos, en comunidad, somos capaces de entender, de aceptar, de asumir mejor nuestra fragilidad? 

– En comunidad se generan las guerras, en comunidad se juzga, se decreta, se castiga, en comunidad se danza, se copula, se mata. Todo lo que hace el humano lo hace en comunidad. Salvo bajar a los ínferos y comprenderse a sí mismo. Eso se hace en solitario. Otra cosa es que, en la bajada, uno atraviese distintos planos de conciencia y termine encontrándose con el lugar donde se gestan todas las modalidades de la emoción y, por tanto, todas las acciones. Si alguien baja hasta allí, comprenderá que es un lugar común (a todos) y el yo con el que llegó se convertirá en un nosotros. Aceptar la fragilidad es tomar conciencia de que la muerte, que se declina en singular, forma parte de la vida.

– Durante lo más duro del confinamiento, de la pandemia, con tantas pérdidas alrededor, recuerdo un poema que enviaste, una tarde lluviosa, a tus contactos a través de WhatsApp. Para mí, personalmente, esa voz que leía, las palabras con su verdad, fueron un consuelo, una compañía en momentos difíciles. ¿Cómo viviste esa experiencia y cómo estás viviendo todo lo que ha supuesto y sigue suponiendo? ¿Crees que algo así debería habernos transformado, habernos dirigido hacia un sentimiento de comunidad fortalecido, en la dirección de los cuidados, de una mayor conciencia del daño que, con nuestro tipo de vida capitalista, infligimos al planeta? ¿Te sientes desencantada?

– Verás, sólo se decepciona o se desencanta aquel que espera lo que no debería esperar. Si conoces a alguien tendrás cuidado de no pedirle lo que no puede darte. Cuestión de respeto. Si sabes lo que puede dar, sabes también lo que puedes o no puedes esperar. Cuestión de conocimiento. Así que no, no me siento desencantada. Era previsible que esta situación no cambiaría las cosas. Cuantas más penalidades sufre un animal humano, cuantos más temores, más ganas tiene de salir brincando y volver al estado anterior, ese al que llama “vida normal”. La conciencia de la fragilidad es dura de sobrellevar cuando es permanente. En cuanto a mí, no tuve ese problema: la conciencia de mi fragilidad me acompaña, a la fuerza, en todo momento. Y no es un mal.        

– El poema al que he hecho referencia es Escribir.  Largo y profundo es uno de mis favoritos de todo el recorrido. Creo que, en cierto modo, es un autorretrato de Chantal Maillard, de su relación con la escritura. “Escribir para rebelarse”. “Escribir para hacer de la inutilidad un manantial”. “Escribir porque es la forma más veloz que tengo de moverme”. ¿Qué significa para ti? ¿En qué circunstancias, de qué pulsiones, surgió?

– Escribía por todas y cada una de las razones que el poema invoca. A modo de conjuro, de exorcismo, para desviar la mente hacia otra cosa que no fuese el dolor. Escribir era, literalmente, la forma más veloz que tenía de moverme. Gota a gota, día tras día, una gota cada día. Los versos eran, en el cuaderno, como el agua de un grifo que, a pesar de haberse cerrado, sigue goteando en la bañera. Y así, con esa lentitud, daba constancia del tiempo, o lo construía. El verso que citas al final es literal: escribir era la forma más veloz que tenía de moverme

«CUANTAS MÁS PENALIDADES SUFRE UN ANIMAL HUMANO, CUANTOS MÁS TEMORES, MÁS GANAS TIENE DE SALIR BRINCANDO Y VOLVER AL ESTADO ANTERIOR, ESE AL QUE LLAMA “VIDA NORMAL”. LA CONCIENCIA DE LA FRAGILIDAD ES DURA DE SOBRELLEVAR CUANDO ES PERMANENTE».

– Esta composición habla del hecho de escribir, pero en el acto de escribir cabe todo. El poema se abre al miedo, al grito, a la angustia, a la culpa, a la muerte; también al crecimiento, a la luz… Es una especie de narración, una oración. 

– Es simplemente lo único que podía hacer para mantenerme viva. Pero, a veces, la escritura te descubre dimensiones insospechadas. La felicidad, la alegría, son más individuales que la pena o el dolor; más egoístas también. Quizás porque celebran la vida, y esta se perpetúa en las formas individuales. La pena, en cambio, o el dolor, dan cuenta de la caducidad, la involución que toda vida entraña, el morir que nos devuelve al lugar común, indistinto, sin forma, sin límites, del que emergemos al nacer. Evidentemente estas son maneras de decir; todo es, siempre, una manera de decir. Simplemente, lo que ocurrió en esa época, es que la escritura me abrió una dimensión de la que, hasta entonces, salvo en lo teórico, no había tomado conciencia, o no de modo tan abrupto, tan evidente. Todxs estábamos en mí, o mejor dicho, yo era todxs nosotros. Pero todo ello está, como siempre, mucho mejor expresado en el poema. 

– En tu obra, poemas, diarios, ensayos, hay una gran coherencia. Todo se comunica, unas sendas llevan a otras, los hilos se van trenzando, conduciéndonos hacia el sentido, la revelación. Es como un adentrarse para atisbar algo, tal vez un simple reflejo que no somos capaces de ver con claridad, una necesidad de perderse. ¿Es una búsqueda consciente? 

– Ensayo, prosa o poema son formas distintas de aproximación a lo mismo, sin duda, y es cierto que, al final, se traza un laberinto. Los diarios aportan el contexto que el poema pierde –o gana, según se vea– en su elaboración. El ensayo reflexiona: vuelve a flexionarse sobre el tema tratando de reflejar en otro plano mucho más limitado –el del discurso racional en el que, por lo general, nos movemos–, aquello que el poema o la prosa híbrida sugiere o le presenta a la intuición. Entre las tres modalidades hay túneles, pasadizos que permiten, a quienes decidan adentrarse con tiempo y la atención adecuada, unificar los reinos. No es algo que se haga de forma consciente, no. Se va haciendo. Lo único consciente es el procedimiento que a cada modalidad le corresponde. 

– Justo esta antología aparece después de la publicación de Las venas del dragón, una interesantísima aproximación a las filosofías orientales, el confucianismo, el taoísmo, el budismo. En la nota introductoria señalas que mirar a las antiguas sabidurías nos puede ayudar a “revisar nuestros modelos de pensamiento”, para poder remediar, en la medida de lo posible, todo el daño causado al planeta. ¿Cómo inculcar algo de esa sabiduría a sociedades tan anuladas por las prisas, por la productividad, por el ansia, por el ritmo tecnológico?

– Partamos de la base de que Oriente es muchos Orientes, y muy diversos. Solemos meterlos todos en un mismo saco, pero, evidentemente, no es lo mismo el Próximo Oriente que el Extremo Oriente, ni tiene que ver el Cáucaso, por poner un ejemplo, con el sudeste asiático. Las venas del dragón tiene que ver con la antigua China, con su cosmología ancestral y las tres corrientes de pensamiento (dos autóctonas, la tercera, importada de India) que tuvieron allí la oportunidad de encontrarse y desarrollarse conjuntamente a partir del siglo VI a.n.e.. Un gobierno administrado por personas entrenadas en el dominio de sus pasiones (confucianismo), la comprensión de la complejidad natural, transformativa e interdependiente, de la que formamos parte (taoísmo) y un conocimiento de nuestros procesos mentales (budismo) me parecieron ser tres claves imprescindibles para enderezar el rumbo. Esto no será posible si seguimos anclados en una ideología mítica estancada en el antropocentrismo y la idea absurda de una identidad personal permanente. Desde épocas ancestrales, los chinos concibieron el universo como un sistema de resonancias de fuerzas activas en perpetua mutación en el que nada actúa por separado y en el que todo es complementario. En estos momentos, necesitamos urgentemente una eco-sofía: una sabiduría del hábitat (oikos), que reemplace el discurso eco-lógico y una ethopolítica que reemplace en la práctica la eco-nomía: la gestión numérica (nomos) del hábitat. Pensé que, para este cambio, sería útil dar a conocer las líneas de una de las cosmologías más sugerentes que podamos conocer. Lo demás, es cosa de cada cual.          

«EL CONFUCIANISMO, EL TAOÍSMO Y EL BUDISMO ME PARECIERON TRES CLAVES IMPRESCINDIBLES PARA ENDEREZAR EL RUMBO. ESTO NO SERÁ POSIBLE SI SEGUIMOS ANCLADOS EN UNA IDEOLOGÍA MÍTICA ESTANCADA EN EL ANTROPOCENTRISMO Y LA IDEA ABSURDA DE UNA IDENTIDAD PERSONAL PERMANENTE».

– Me ha resultado muy grato, enriquecedor, leer ambos libros casi en paralelo, y volver a pasar las páginas de los diarios de India. Las enseñanzas de la antigua China nutren toda la poesía de Chantal Maillard. La aproximación a ellas es evidente en todos los escalones del recorrido. En Hilos, entrega de 2007se alude a la conciencia de la continuidad, al desprendimiento del yo, al silencio, a la calma, al aquí, al fluir… Los versos de La luz, el aire, el pájaro, resultan muy significativos al respecto. “(…) Aceptad mi silencio: lo mejor / de mí. Huid del soplo que pronuncia, / en mi boca, / la amarga condición de lo humano. / Y, entretanto, dejadme contemplar / el vuelo de la ropa / tendida en las ventanas”. 

– Los versos dicen lo que dicen. No hay retórica en ellos. Cierto es que la experiencia india me aportó mucho en ese sentido. Vivir frente al Ganges, el río que todo se lo lleva: las hojas de baniano con el fuego de las ofrendas, los muertos, la espuma del jabón de los baños matinales, las cenizas de los fogones, las barcas… hace que, al final, termines pareciéndote a él, adoptas su ritmo, su flujo, su calma, cierta indiferencia (o no-diferencia) ante tu propio pasar. Pero ¿quién no ha contemplado alguna vez el vuelo de la ropa tendida? ¿Quién no se ha abandonado alguna vez a sí mismo en un objeto en movimiento, perdido de sí, con la mente en blanco? Para comprender un poema hay que disponerse de una cierta manera, oblicuamente, diría, inclinar el oído. Algo, entonces, acontece. Una resonancia. Y esto es suficiente. 

En cuanto a Hilos, es fundamentalmente una puesta en práctica del método de observación del que doy las claves en la introducción a mis Diarios reunidos (La arena entre los dedos), con uno de los cuales, (Husos, notas al margen) está ligado el libro Hilos. Ambos libros son cuadernos de duelo. La observación de la mente, en tales circunstancias, resulta extremadamente útil.  

– Háblame de Cualpresente en la segunda parte de Hilos. ¿Qué quieres representar, decir, con este personaje al que has recurrido en más de una ocasión? 

– No es ninguna representación. Cual surgió en un momento dado y me acompañó. Digamos que es algo así como un alter ego. Hainuwele lo fue también, en el pasado. Ahora es Medea quien habla. Épocas distintas adoptan voces distintas. Suelo decir que Cual es lo mejor de mí. Inocente, cuasi animal, casi autista entre humanos, se encuentra bien tan sólo en los parajes naturales. Vuelto hacia las nubes, espera la tormenta, en el solsticio danza, atiende al aguijón de la avispa en su cráneo, descansa a la sombra de una vaca… Cual es un ser menguante, y por ello me enseña (todos mis alter ego han sido mis maestros, en realidad). Menguar es reducir el movimiento. El del ánimo, continuamente inquieto, y el de la mente, dispuesta siempre a emitir juicios. Curar la incontinencia de la habladora, como suelo decir. Y, luego, olvidarse en cualquier hueco, en cualquier intersticio de la roca, en cualquier grieta. Recuperar el animal que somos, su inocencia. Adelgazar el . Los poemas de Cual son desapariciones, fugacidades a modo de fotogramas. En Cual menguando también son fugas, en la doble acepción de la palabra.         

Chantal Maillard y la actriz Claudia Faci durante la representación de «Acerca de Cual», breve pieza musical perteneciente al libro «Cual menguando».

– Hablábamos antes del daño al planeta, de la crisis ecosocial en la que estamos inmersos. ¿Ves horizontes de esperanza? ¿Qué puede hacer la poesía al respecto? ¿Crees que una letanía como La tierra prometida puede ayudar a despertar conciencias? Hablas de “un monumento para la memoria”, para no olvidar a tantísimas especies en vías de extinción.

– La palabra “esperanza” no está en mi diccionario. Muchas de las especies citadas en aquella letanía sin duda habrán desaparecido ya. Otras muchas estarán en peligro. La letanía dejaba abierta la posibilidad de que cada lector fuese sumando otras. Me preguntas si la poesía puede hacer algo al respecto. La poesía no; el poema tal vez sí. La poesía es poíesis: construcción, artefacto. El poema es el núcleo, lo que late en las palabras: el corazón del erizo, como decía Derrida, o el hálito del caracol, que es todo pulmón. En el mejor de los casos (cuando hay núcleo), el uso de las fórmulas retóricas o los malabarismos formales estorban, apagan el latido, enturbian el aire. Y muy a menudo, son lo único que hay, y el oyente –o el lector–sale de vacío. ¿Se da cuenta, en esos casos, el que se dice poeta, de que no transmite nada porque atendió más a la personal voluntad de escritura que a lo que realmente debiese de atender? El poema, cuando se da, no hace aspavientos. El caracol (la respiración, el pálpito) es uno con su concha: la forma viene dada, no ha de pretenderse. Para ello, hay que estar a la escucha, y esa es la tarea: ponerse a la escucha. 

Así que, volviendo a tu pregunta: el poema puede hacer algo al respecto, sí, pero su público es limitado. Tengamos en cuenta que, hoy en día, cada persona recibe lo que sabe que le gusta. Una de las consecuencias más nefastas de la industria comercial es la retroalimentación: el individuo recibe tan solo más de lo mismo. Pocas brechas hay por las que nos pueda llegar algo distinto, algo que desconocemos y que nos abra, sorpresivamente, perspectivas diferentes.     

– Sé que se alarga mucho este diálogo y aún no hemos hablado de La herida en la lengua ni de Medea, libro muy reciente, de 2020, con el que se cierra la antología. ¿Hacia qué direcciones nos conducen ambas obras?

– La herida en la lengua podría considerarse como un recorrido del yo al nosotros. Pero también del lenguaje en busca de sí mismo para decir la herida –la propia, la de todos– y termina en un balbuceo. Cómo pasar de la superficie (el lugar de la comunicación) al abajo y allí seguir contando. Cómo decir el abajo desde el abajo. Esa sería la pregunta. Una de ellas. Medea será la que, más tarde, vuelva de sus ínferos para hablar.      

«UNA DE LAS CONSECUENCIAS MÁS NEFASTAS DE LA INDUSTRIA COMERCIAL ES LA RETROALIMENTACIÓN: EL INDIVIDUO RECIBE TAN SOLO MÁS DE LO MISMO. POCAS BRECHAS HAY POR LAS QUE NOS PUEDA LLEGAR ALGO DISTINTO, ALGO QUE DESCONOCEMOS Y QUE NOS ABRA, SORPRESIVAMENTE, PERSPECTIVAS DIFERENTES.»     

– En Medea el gran tema es la compasión. Se trata de una entrega que anima a abandonar los prejuicios, a ponerse en la piel de los otros, incluso de los verdugos, para comprender, para mejor comprendernos. ¿Es en este punto en el que se encuentra ahora Chantal Maillard?  

– No exactamente. La serie –inédita hasta la fecha– que cierra el volumen se llama Después de Medea. Indica una salida. Del yo lingüístico, en principio. El nosotros se amplia más allá de lo humano. El lenguaje de los árboles es algo fascinante. Muchos filósofos pensaron probar la superioridad de nuestra especie por su capacidad de lenguaje. Lo único que probaron con ello, en realidad, es nuestra incapacidad para comprender otros lenguajes. Queremos “entenderlos” y disponemos el oído lingüístico, del mismo modo que lo hacemos para descifrar nuestra sintaxis. No han sabido ladear la cabeza, inclinar el oído.      

Otro momento de Maillard en escena, poniendo voz a los poemas de «Matar a Platón».

– Los versos y textos inéditos en prosa indagan en la búsqueda de lo desconocido, de lo extraño. Hay reflexiones sobre la poesía y la filosofía. ¿Qué las acerca, qué las aleja? “¿Qué tipo de paisaje le corresponde a la poesía y cuál a la filosofía?,” te preguntas. Es una cuestión central en tu trayectoria. ¿Cómo haces convivir ambos territorios; cómo se nutre el uno del otro?

– Sobre filosofía y poesía se ha escrito mucho. Casi siempre buscando un acercamiento. María Zambrano acertó mejor al distinguir entre ellas: la filosofía es búsqueda, la poesía es respuesta, decía. Ciertamente, se trata de dos actitudes diferentes. La primera dispone los instrumentos en la mesa y se dispone a analizar el objeto. Porque la filosofía siempre convierte en objeto aquello que investiga, y el que investiga, en sujeto. De esta manera crea una distancia. Ser objetivo es mirar a distancia. La escritura poemática, en cambio, es una escucha. Y cuanto más logre el que escribe vaciarse de sí mismo –y de su propia voluntad–, mayor será el campo de su atención. Mezclar las dos actitudes: la que investiga y la que atiende, la que busca y la que recibe, no suele dar buenos resultados. La bisagra es un límite extremadamente afilado: un momento de inatención y el pie resbala hacia uno u otro lado. 

– Esta parte final se acompaña de unos dibujos muy misteriosos. ¿Qué supone para ti el dibujo, los trazos sin palabras? ¿Una mayor necesidad de silencio?

– Henri Michaux fue, durante años, en busca de una pre-lengua, una lengua que pudiese decir mejor la realidad tal como la percibía. Fracasó en el intento, así que abandonó el proyecto y se puso a pintar. Yo no sé pintar. Rara vez tengo ese impulso. Pero hay cosas que no caben en la lengua. O para las que no hay fuerzas suficientes. En los meses de tratamiento quimio y radioterápico que siguieron una intervención quirúrgica, me puse a dibujar mis sueños. Relatos oníricos que ocupaban el espacio del folio de acuerdo con la lógica del sueño. La claridad simbólica de mis sueños siempre me ha maravillado. Es otra traducción, no lingüística. Los pequeños dibujos de la primera serie que forman parte de los inéditos no son más que pequeños fragmentos, pero ya dicen más de lo que podría jamás haber escrito.  

– Por último: ¿Quiénes son, además de los maestros orientales antiguos, esos otros autores que acompañan a Chantal Maillard en todo momento? Es evidente que su obra abre muchos diálogos, muchos espacios de complicidad. Yo he atisbado a John Cage y he vuelto a su Silencio; también al filósofo Jean-Luc Nancy y sus reflexiones sobre la fragilidad. He encontrado asimismo paralelismos con Josep Maria Esquirol y con Donna Haraway (su idea de “pensar, imaginar, tejer modos de vida en un planeta herido”). Me parece que este enriquecedor cauce de afinidades es una de las cosas más maravillosas de la creación y del acto de la lectura. ¿Estás de acuerdo?

– El pensamiento ocupa un espacio, es materia también. No ha de extrañarnos que percibamos de algún modo algo de lo que otros tejen en ese espacio; de ahí, quizás, las confluencias. Tengo por principio no leer en las épocas de escritura. Y, a la vejez, prefiero la compañía de los mirlos, los cernícalos que pronto volverán a anidar en mi terraza y de los que estoy aprendiendo el idioma, los árboles, que hablan “claro y distinto” como quería Leibniz que hiciese la razón, y, por supuesto, las nubes, que cada día me dibujan un horizonte distinto. Hay un tiempo para crecer y otro para menguar; un tiempo para hablar y otro para callar. Para acallar la mente es preciso dejar de alimentarla. Y esto es lo que toca ahora.

Chantal Maillard. Foto por Anna Oswaldo Cruz.

Lo que el pájaro bebe en la fuente. Poesía reunida 2004-2020, ha sido publicado por Galaxia Gutenberg. Las composiciones de Chantal Maillard se acompañan de un estudio preliminar de Virginia Trueba Mira y de una posdata de Miguel Morey. En el mismo sello se ha editado el ensayo Las venas del dragón.

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Los exilios de Medea: Chantal Maillard en Rumbo al Este

Fotograma de la película Medea, de Lars von Trier, 1987.

“Los exilios de Medea” se emitirá en 3 partes en Radio Nacional para el programa Rumbo al Este, de Radio Clásica, a cargo de la maravillosa y entrañable Maja Vasilévic, que con su habitual pericia va entretejiendo la voz de Chantal Maillard leyendo los poemas de Medea, su último poemario, con música de los distintos lugares geográficos por los que Medea transitó, partiendo de Georgia y llegando, por ahora, hasta Corinto. 

La emisión en directo del primero de los 3 episodios grabados será este miércoles 9 de febrero a la 17h:  https://www.rtve.es/radio/radio-clasica/directo/

Aquí el enlace para escuchar en diferido este podcast (en el caso de que no pudisteis acudir en directo) así como todos los de Rumbo al Este magistralmente pilotados por Maja Vasilévic: 

https://www.rtve.es/play/audios/rumbo-al-este/

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Maneras de estar vivo. Baptiste Morizot

Hace mucho tiempo surgió una especie que decidió separarse de las otras diez millones de especies que habitaban la Tierra: aunque todas eran necesariamente sus parientes, optó por llamarlas «la naturaleza», y así empezó a verlas como cosas, meros recursos a su disposición.

Este relato es nuestra herencia, y su inimaginable violencia ha dado lugar a la actual y devastadora crisis ecológica. El presente libro pretende dar un golpe de timón frente a esta situación: armar (en el doble sentido de la palabra) una filosofía de los seres vivos que sea tanto una política como una praxis.

Para ello Morizot se aleja de toda creación convencional de pensamiento, pues su filosofía surge de la práctica sobre el terreno y de la experiencia del rastreo. Morizot no es un naturalista al uso. Ni siquiera un biólogo. Es un filósofo que reflexiona sobre lo vivo como ningún otro que hayas leído, un perseguidor que puede pasar largas jornadas rastreando a una manada de lobos o noches enteras esperando a que un oso aparezca en la pantalla de una cámara térmica. Entre el thriller etológico y la filosofía salvaje, con las botas perdidas de barro, oliendo a sudor y a bosque, Morizot trata de ofrecer respuesta a las preguntas que hoy de verdad nos importan:

¿Cómo reconectar con los seres vivos mediante una ecosofía sencilla, resiliente y alegre?

¿Cómo oponer al tecnocapitalismo una reactivación de nuestras propias fuerzas vitales anestesiadas?

¿Cómo sustituir la pulsión de control y domesticación por un ethos del encuentro y la acogida?

¿Cómo comportarse de un modo adecuado con todo aquello que vive y, sin embargo, difiere de nosotros?

¿Cómo construir colectivamente un planteamiento político que aúne la imprescindible convivencia con los otros seres vivos y la lucha sin cuartel contra aquellos que destruyen el tejido de la vida?

Baptiste Morizot, Maneras de estar vivo. LA crisis ecológica global y las políticas de lo salvaje. Trad. Silvia Moreno Parrado, Ed. Errata Naturae, 2021.

«Baptiste Morizot, auténtico filósofo de campo, es sin duda la referencia intelectual del actual pensamiento ecológico. No sólo inventa un nuevo cosmopolitismo, sino que dibuja una nueva y esperanzadora diplomacia de lo salvaje». Nicolas Truong, Le Monde

«Baptiste Morizot lidera una batalla cultural para repensar la convivencia entre el ser humano y el animal, uno de los grandes temas del siglo XXI». Mathieu Vidar, France Inter

«Maneras de estar vivo es un ensayo extraordinario. En él, el filósofo Baptiste Morizot, figura emergente del pensamiento ecológico, da un vuelco a los marcos habituales de interpretación de la crisis de la biodiversidad y nos invita a repensar radicalmente nuestra relación con los seres vivos no humanos que nos rodean». Mathieu Dejean, Les Inrockuptibles

«Maneras de estar vivo nos propone un nuevo humanismo descentrado que se desarrolla mediante una forma rica y original de investigación en la frontera de la literatura, la etología y la filosofía». Alexandre Gefen, Le Nouveau Magazine Littéraire

Chantal Maillard: “Hay cosas que no pueden enseñarse si no es callando”

Chantal Maillard ©Bernabé Fernández

Esther Peñas 3/11/2021

Resulta molesto restringir a Chantal Maillard (Bruselas, 1951) a una única etiqueta, sea la traductora, ensayista, filósofa o especialista en religiones en la India, así que escojamos la más genérica, profunda y vital, la de poeta. Su último texto, Las venas del dragón (Galaxia Gutenberg), es una propuesta para que revisemos nuestros modelos de pensamiento a partir de las enseñanzas de las tres corrientes de sabiduría china: el confucianismo, el taoísmo y el budismo, de manera que podamos incorporar algunas cuestiones que podrían ser beneficiosas no sólo para cada uno de nosotros, sino para la sociedad y el planeta, como cierta educación del carácter, una sabiduría (y política) del hábitat que supere el discurso eco-lógico o la necesidad del silencio y la atención.

Tal vez el colapso, no ya que se pronostica sino que se está produciendo, pueda reconducirse con un buen gobierno (método de Confucio), la armonía con el entorno (enseñanza de Laozi) y una honda comprensión de nuestra naturaleza (sabiduría de Gautama). Tal vez.

Cierra este ensayo Maillard con un capítulo dedicado a las artes, indispensables en el pensamiento chino para vaciar la mente. Tal vez sea provechoso pensar las cosas de otro modo. Hacer las cosas de otro modo. Tal vez.

Se cita en el pórtico del libro a Bai Juyi, uno de los más grandes poetas de la dinastía Tang (siglos VII-X), [citando a Laozi]: “El que habla, no sabe, el que sabe se calla”. Pero si “el que sabe calla”, ¿cómo aprenderemos el resto?

La ironía del poeta desarma, en efecto. Aristóteles decía que tenemos la obligación moral de enseñar a los demás lo que hemos aprendido. Pero, claro, la moral es política, y no es a ese orden de cosas a lo que Laozi se refería. La diferencia entre Aristóteles y Laozi es la que separa los saberes exotéricos, los que se enseñan en las academias, de los esotéricos, aquellos que se transmiten a puerta cerrada pues tienen que ver con un tipo de observación que requiere cierto retiro y silencio. Hay cosas que no pueden enseñarse si no es callando. La serenidad, por ejemplo, ante los males que nos afectan, o la conciencia del yo, cosas a las que sólo se puede acceder aprendiendo a invertir la mirada. Sin embargo, me parece que ha llegado el momento de difuminar la línea que separa lo exotérico de lo esotérico.

“Ver lo propio a partir de lo ajeno es mucho más interesante, casi siempre, que considerar lo ajeno desde lo propio”

Cuando el filósofo Michel Serres utilizó el paso del Noroeste entre el océano Atlántico y el Pacífico como metáfora del tipo de razón que pudiese salvar la distancia entre las denominadas “ciencias exactas” y las “ciencias humanas”, entre el saber establecido y “el saber salvaje”, como lo llamaba, no imaginaba que los hielos de Groenlandia y de Alaska llegarían a fundirse. Quizás sea este el momento de que, a imagen de lo que está ocurriendo en la geografía marítima, se abriese ahora ese paso entre las distintas formas que tenemos de acercarnos al mundo. Quizás sea tiempo de que los grandes hielos de la objetividad científica se derrumben y la razón adopte otros caminos, sumando a la lógica del entendimiento la intuición sensible y la capacidad de invertir la mirada para observar, en lo propio, ese lugar donde el conocimiento se fragua al tiempo que el paso de las imágenes, los estados anímicos y los procesos no conscientes.

Bucear en las antiguas sabidurías, no sólo de la tradición heredada sino de las ajenas, puede ayudarnos en esa empresa. Ver lo propio a partir de lo ajeno es mucho más interesante, casi siempre, que considerar lo ajeno desde lo propio, como hemos hecho hasta ahora.

Parménides tuvo la culpa. A partir de él, los griegos (y, por extensión, los occidentales) comenzamos a pensar en términos del ser (y no ser), es decir, conceptos que, como en el árbol de Porfirio, resultan excluyentes. Taoísmo, Confucionismo y Budismo, integran. ¿De qué modo condiciona la manera de estar en el mundo ese modo contrapuesto de pensar?

El problema no es tanto pensar en términos de opuestos como otorgarle valor a uno de los polos en detrimento del otro. Desde tiempos ancestrales, los chinos han concebido el universo como un sistema dinámico cuyo proceso depende de la alternancia de los opuestos: dos principios activos o fuerzas complementarias que intercambian sus valores cuando llegan a su extremo (lo fuerte se convierte en débil, la luz en sombra, etcétera). Mientras los griegos apostaban por el “hay” en busca de definiciones, los chinos nunca perdieron de vista la función indispensable del “no-hay”, así en su cosmología como en sus matemáticas, en las que operaban, desde muy antiguo, con números negativos.

“Pensar el mundo como proceso, como transformación e interdependencia es, sin duda, lo que necesitamos”

¿Qué pueden aportar hoy en día estas tres corrientes al modo de pensar occidental?

Concebir el mundo a partir del ser es apostar por una realidad estable, susceptible de ser controlada y manipulada. Estamos teniendo últimamente muchos ejemplos de que no es así, y de que es más útil saber adaptarse y prever que intervenir en el proceso. Esta previsión es lo que los chinos buscaban con la observación de los patrones de los cambios. El Libro de las mutaciones, que está en la base tanto de la cosmología taoísta como de la ética confuciana (recordemos que sólo estas dos corrientes son autóctonas; el budismo se importaría de India más tarde), más que un libro de adivinación, como se ha querido entender, es un sistema de representación basado en el cálculo binario. La observación de sus posibles combinaciones les permitía estimar las situaciones, inferir las posibilidades de su desarrollo y, por tanto, tomar las decisiones más adecuadas. Podría entenderse como un diagrama de la complejidad. Pensar el mundo como proceso, como transformación e interdependencia es, sin duda, lo que necesitamos ahora para poder construir la ethopolítica necesaria para un cambio de rumbo.

¿Es posible un entendimiento entre estas sendas que buscan la quietud, el sosiego, el equilibrio, y nuestro sistema, que promueve la agitación, el ajetreo constante?

Somos conscientes de que, sin ciertas importantes modificaciones, este sistema acabará por explotarnos entre las manos. La agitación que caracteriza nuestras sociedades, y de la que el sistema se alimenta, está llegando a un punto de desequilibrio difícilmente recuperable. Sólo hemos de ver el estado de pérdida absoluta de la población joven cuando las redes se caen por unas horas. Des-vinculados, dejan de saber qué hacer consigo mismos, ni cómo restablecer los vínculos naturales sustituidos por las máquinas, de los que ya ni siquiera son conscientes. Introducir en nuestra vida y la de los más jóvenes ciertos momentos de silencio y de atención interior podría ser una de las primeras medidas que hiciese posible cierta (aunque improbable) reversión del proceso.

“El cuerpo tiene modos de conocer más intuitivos (más inmediatos) y abarcantes que la mente abstracta”

En términos taoístas, se trataría de hallar y procurar mantenerse en el punto neutro en el que, equilibradas, las fuerzas opuestas suspenden su movimiento. Esa vacuidad, esa quietud, es también el punto en el que se origina todo cuanto acontece.

Usted propone que el discurso ecológico se sustituya por una ecosofía cuyas raíces encontramos en estos sistemas de pensamiento. ¿Por qué no sirve la ecología y sí podría hacerlo una oiko-sophia, una ‘sabiduría del hábitat’?

Es, más que nada, una cuestión terminológica. Pero, como bien sabemos, los conceptos acarrean ideas y modos de actuar. Cambiar la eco-logía por una eco-sophía, supone salir del orden racional del discurso (logos) acerca del hábitat (oikos) para entrar en otro tipo de racionalidad en la que a la capacidad intelectiva se sume la percepción sensible o, mejor dicho, sensorial. El cuerpo tiene modos de conocer más intuitivos (más inmediatos) y abarcantes que la mente abstracta. Se trataría de recuperarlos. Es lo que en otra parte he denominado “razón estética”.  

Estas tres corrientes se ‘pervierten’ cuando se instituyen, cuando se convierten en institución, y se normativizan las enseñanzas de los maestros. ¿Indefectiblemente todo intento de consignar la sabiduría de este modo está abocado al fracaso?

Este es el gran escollo de los aprendices de sabios que, no habiendo aprendido el fondo, se ciñen a la letra y la propagan. Vacía de materia prima, al nombre del maestro se le adhiere un -ismo (bud-ismo, cristian-ismo, tao-ismo, material-ismo, comun-ismo, etc.) y, de esta manera, cargada de ideología, la enseñanza se convierte en doctrina. Y nada hay más peligroso que una doctrina cuando a las ideas se les asocia una emoción.

Lamentablemente, las tres escuelas de las que nos ocupamos se convirtieron muy pronto en religiones. La necesidad que tenemos los humanos de perdurar más allá de la muerte es una debilidad de la que muchos se aprovechan. De allí que deba hacerse hincapié en la necesidad de separar las enseñanzas originales de sus derivaciones doctrinarias o pseudo-místicas.

¿Es posible creer en la bondad del ser humano, como aseguraba Mencio, uno de los filósofos más eminentes del confucianismo (siglos IV y III a. C.)?

La polémica que en Europa se entabló en los siglos XVII y XVIII con Rousseau y Hobbes a este respecto, había tenido lugar en China ya en el siglo IV entre dos seguidores de Confucio, Mencio y Xunzi. Mencio creía en la bondad natural del ser humano; Xunzi, en cambio, defendía su maldad constitutiva.

Los taoístas, por su parte, zanjarían la cuestión de forma expeditiva. Las distinciones de orden moral lo único que hacen es sembrar confusión –dirá Zhuangzi–, no pienso entrar en estas cuestiones. ¿Cuánto dista el bien del mal? –preguntará Laozi– El sabio ha dejado de saberlo.     

¿Tiene sentido el yo –sea lo que quiera que sea– sin su dimensión social (vemos cómo se está hurtando: los cuerpos al otro lado de la pantalla, las relaciones que se crean y desarrollan en redes…)?

Al otro lado de la pantalla estamos todos, en Occidente como en Oriente, en el Norte como en el Sur. Pero, aunque estemos en persona frente a otro, ¿no estamos siempre de algún modo al otro lado de la pantalla? ¿No es el yo la máscara (la “per-sona”) que, fabricada a lo largo de los años mediante la repetición, ofrecemos al otro? Y ¿no llegamos acaso a vernos, luego, tal y como el otro nos ve? Este síndrome de auto-representación que nos lleva ahora a construirnos la imagen para colgarla en las redes ¿no es acaso la mejor prueba de que sin ellas, sin nuestras imágenes, no hay nada, en realidad, que nos defina?

“El deseo es la causa del sufrimiento”, pero Lacan dijo que somos seres deseantes. ¿No hay manera de conjugar ambas posturas?

No son contradictorias. Precisamente porque somos seres fundamentalmente deseantes es por lo que sufrimos. Todo aquel que desea algo, si lo tiene o si lo alcanza teme perderlo, si no lo alcanza lamenta no tenerlo. Tanto el deseo de tener lo que no se tiene como el deseo de no tener lo que se tiene originan malestar y sufrimiento. El budismo parte de ese punto.

“Es preciso volver a insertar la muerte en el propio continuo de la vida. Todo lo que vive viene cargado de muerte”

Si todo se transforma, ¿no hay muerte posible?

La revisión del concepto de la vida es sin duda una tarea que tenemos pendiente los occidentales. Es preciso volver a insertar la muerte en el propio continuo de la vida. Todo lo que vive viene cargado de muerte, la de los otros de los que se alimenta, y la suya propia; y toda muerte da origen a la vida. No son dos estados sino un solo proceso ininterrumpido.

Desde esa perspectiva, una vez desasido de la propia individualidad ¿qué o quién podría permanecer?, pero, al mismo tiempo, ¿qué o quién podría morir?  

Hay muchos más, pero especialmente tres nombres sustentan estas páginas: Confucio, Laozi y Gautama. ¿Qué importancia tiene la figura del maestro? ¿Cómo sabe el maestro que su enseñanza ha concluido?

Todo depende del fin que se persigue. La meta de Confucio era que sus discípulos supiesen situarse en el justo medio. La de Siddharta Gautama, eliminar el deseo (y, por tanto, calmar el proceso mental). En el caso de Laozi (que nunca formó escuela), la idea era vivir en armonía con el curso. La noción de dao, que, por cierto, es muy anterior al taoísmo, además de significar “vía”, “camino” o “curso”, también significa “método”, un término cuya etimología griega nos remite igualmente a la idea de estar en camino (odós). De modo que, en estas enseñanzas, el fin es algo que no se alcanza nunca de una vez por todas, sino que ha de reactualizarse continuamente. La idea de alcanzar un fin tan sólo tiene sentido desde la perspectiva de un universo lineal y cerrado; en un mundo en perpetua mutación todo fin coincide con el comienzo. El camino consiste precisamente en estar en camino.   

Ese no hacer de Zhuangzi, ¿tiene algo que ver con el preferiría no hacerlo, de Bartleby?

No creo que debamos extrapolar los discursos. El no-hacer del taoísmo no es un no hacer nada, sino un actuar sin que el yo intervenga. No se trata de dejar de actuar, sería imposible –la existencia es acción y decidir no hacer algo también es una acción–, se trata de desprenderse del interés personal. Todo, en el universo, está interrelacionado y funciona de acuerdo con un orden. La voluntad humana se equivoca si interviene sin tener en cuenta las relaciones entre las distintas cosas y los distintos reinos. No-hacer es, por tanto, aprender a no intervenir. Adaptarnos al proceso en vez de tratar de adaptar el proceso a nuestros fines. Esto es algo que debería hacernos reflexionar.

El último capítulo del ensayo está dedicado a la estética como sabiduría. ¿De qué manera la belleza es sabia y muestra o enseña a quien la contempla?

La belleza es un invento europeo que data del siglo XVII. El término proviene, en realidad, del adjetivo bonum, bueno. No existe ese concepto en otras tradiciones, en las que el arte siempre ha tenido una utilidad. Si las artes, en China, pueden entenderse como camino de sabiduría es porque son un instrumento para la concentración, algo previo e indispensable para conseguir vaciar la mente y suspender su curso. Sólo entonces el artista estará en disposición de captar la resonancia de las cosas y sumarse a su trayectoria.  

La gran aportación taoísta a la estética china es el trabajo con el blanco, con el vacío; mientras que al occidental le produce vértigo y tiende a rellenarlos, en la pintura china las líneas están al servicio de realzar ese blanco. ¿Por qué nos cuesta tanto mirar al vacío?

Bueno, esta es la diferencia entre entender que lo que hay esencialmente es el “ser” o entender que lo que hay es “vacío”. Para la concepción china, todas las formas surgen del vacío. El vacío está, digamos, preñado de formas, que nunca se mantienen, sino que continuamente se de-forman y trans-forman. Lo que el artista chino quiere aprehender y re-presentar es esa evanescencia, esa vacuidad original.

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https://ctxt.es/es/20211101/Culturas/37688/chantal-maillard-las-venas-del-dragon-confucio-laozi-gautama.htm

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Los cuentos: un mundo inmenso para explorar

Presentación del capítulo primero del estudio de Jaqueline Kelen sobre el simbolismo de los cuentos de hadas titulado «Une robe de la couleur du temps: Le sens spirituel des contes de fées». Las imágenes, que no pertenecen al libro, son de Remedios Varo. Selección y traducción de Lluïsa Vert. https://www.arsgravis.com/un-mundo-inmenso-para-explorar/

A través de todo lo que se busca, hay algo que viene de mucho más lejos que el hombre y que va mucho más lejos también. […] La gran enemiga del hombre es la opacidad. Esta opacidad está fuera y sobre todo está en el mismo hombre, con el mantenimiento de las opiniones convencionales y de toda clase de defensas sospechosas. (André Breton).

En toda historia humana existe un canto profundo y secreto que pide aflorar, un canto único que oculta cada existencia y que a menudo permanece hundido, obstruido. Cuando, en este principio del siglo XXI, se leen los himnos de las epopeyas de Sumer, o de la India, que datan de los primeros tiempos de la escritura, cuando se contemplan los vestigios grandiosos de la civilización egipcia y después se mira alrededor, cuando se escucha la verborrea contemporánea, uno está obligado a constatar que durante milenios el hombre no ha cesado de repetirse, que su visión se ha reducido terriblemente, que sus aspiraciones se han vuelto muy limitadas. La razón es muy simple: el hombre ha dejado de girarse hacia la inmensidad misteriosa del cielo para no contemplar otra cosa que a sí mismo; ha cortado los vínculos que le unían a lo sobrenatural a fin de reinar sobre su pedazo de tierra y declararse feliz así;  ha terminado por negar obstinadamente cualquier presencia que no puedan captar sus sofisticadas máquinas, toda realidad que no esté “probada científicamente”.

Así, al creer que conquistaba su independencia, negando los dioses y  los universos invisibles, el hombre moderno se ha enjaulado a sí mismo y, al despedir el alma inoportuna, se ha entregado a la muerte cierta.

Hace seis mil años, el fiero rey Gilgamesh dejó riquezas, poder y placeres para ir en busca del único bien valioso, la planta de la inmortalidad. Hace veintiséis siglos, el filósofo Empédocles se confrontó a las potencias cósmicas y meditó sobre el origen del universo y de los seres. Hace nueve siglos, hombres de valía y de conocimiento construían catedrales a la gloria de Dios sin preocuparse de dejar sus nombres en la historia. Y hace un poco más de cuatrocientos años, Don Quijote hizo una estrepitosa entrada en la escena del mundo y a causa de su loca sabiduría volvió a encender en los corazones un deseo de infinito e hizo que se levantaran de nuevo los tiempos mesiánicos.

Hace seis mil años, el fiero rey Gilgamesh dejó riquezas, poder y placeres para ir en busca del único bien valioso, la planta de la inmortalidad…

Pero el hombre continúa repitiéndose, resignado a su condición mortal. Se ha habituado a su jaula, incluso la ha decorado, sueña con hacer de ella un paraíso. El canto de los pájaros se ha detenido, enmascarado por el ruido y la indiferencia de los que pasan ocupados. ¿Pero, es que hubo alguna vez un pájaro…?

Los cuentos lo repiten con insistencia, limitado a su existencia terrestre, a su yo carnal, el individuo se revela muy pequeño. Es un Pulgarcito o una Caperucita roja, un patito feo o una sirenita. Hay que crecer, aventurarse, tomar aire, expandirse. Es necesario que el ser humano experimente la amplitud y la  libertad de la que es capaz y que le fueron ocultadas o arrebatadas.

Para volverse un verdadero hombre, el héroe del relato debe dejar su casa, el sótano, los lugares subterráneos donde se le confina, donde se le retiene con las cadenas de la dulzura o el miedo. Va a viajar, a visitar países, no solo los terrenales, sino y sobre todo los mundos innumerables exteriores e interiores que poco a poco se despiertan y se revelan en el secreto del corazón. Un día es suficiente, un hermoso día, abrir la puerta de la jaula y ponerse en camino, lo maravilloso comienza, es la historia sin igual de aquél que, a través de pruebas y encuentros, se encamina hacia su verdadera realeza, es la historia de su alma que accede a la vida eterna. Y he aquí que un joven peregrino silba y he aquí que un pájaro le responde.

Nuestro héroe a menudo avanza solo por el camino, pero jamás está aislado. No se siente separado del universo, escucha lo que dice el viento, lo que canta la lluvia, habla tanto a los árboles y a los animales que encuentra como al ogro, al hada, al gigante, recoge piedras en sus bolsillos y por la noche sonríe a las estrellas. Es una inmensa conversación con los seres que pueblan la naturaleza, con las criaturas que no tienen apariencia humana, con las presencias del mundo invisible. Todo está lleno de vida, todo merece atención. ¿Cuándo perdimos la facultad de comunicarnos libre y espontáneamente con todo lo que vive sobre la tierra y con los habitantes del mundo sobrenatural? ¿Cuándo abandonamos esta vasta y feliz conversación?  Sí, “había una vez” esta conciencia cósmica, esta inmensa inteligencia amante. Después los hombres se volvieron razonables y desconfiados, prudentes y arrogantes. Ya no hablaron a la ranita ni abrazaron a las flores. Han preferido permanecer entre ellos, tener solo contactos humanos, relaciones sociales.  Se consideran superiores, pero se han disminuido a sí mismos.

¿Cuándo perdimos la facultad de comunicarnos libre y espontáneamente con todo lo que vive sobre la tierra y con los habitantes del mundo sobrenatural?

A los pequeños humanos los cuentos tradicionales les recuerdan dos cosas principales: que han de aprender y crecer. Aprender es dejar la indolencia y la suficiencia, escuchar, hacer silencio, ser curioso y atento; abandonar las falsas certezas, experimentar, equivocarse, adquirir discernimiento; perseverar con fervor, abrirse al conocimiento que llena el corazón. Para crecer, lo primero es tomar la verdadera medida del ser humano e intuir sus posibilidades inauditas, deseos elevados y no renunciar jamás a ellos. Crecer es liberarse de las normas y los condicionamientos que obstaculizan la expansión del alma y apuntar al cielo, nada menos.

Los cuentos maravillosos no conciernen al yo temporal sino al sujeto espiritual. Más allá del viajero terrestre, se dirigen al alma peregrina. Por supuesto, de estos cuentos pueden extraerse distintos consejos y lecciones para desenvolverse en la tierra, llevar los asuntos de este mundo, para comportarse de modo justo y generoso respecto a los demás, para evitar las astucias y las maldades. Charles Perrault cuidaba de enunciar al final de sus cuentos una moralidad, a menudo maliciosa, que estaba lejos de constituir todo su sentido. Por ejemplo: la curiosidad se paga cara (Barba Azul), un pequeño mocoso puede hacer feliz a toda su familia (Pulgarcito), las jovencitas deben desconfiar de “los lobos aduladores”, que son de largo los más peligrosos (Caperucita Roja). Pero además del plano existencial, para el pequeño ser humano se trata de situarse con respecto al cielo, de desarrollar sus sentidos sutiles , de estar atento a los signos y a los sueños a fin de explorar, poco a poco, el mundo invisible y, como con las botas de siete leguas, que su alma corra por ellos. Los hermanos Grimm eran perfectamente conscientes del mensaje iniciático contenido en los cuentos que habían recogido. Según sus propios términos, estos relatos escondían “revelaciones divinas” y permitían acceder a “una sabiduría eterna”.

Los cuentos maravillosos no conciernen al yo temporal sino al sujeto espiritual. Más allá del viajero terrestre, se dirigen al alma peregrina.

Como los cuentos tradicionales se dirigen al hombre interior, para “comprenderlos” bien conviene apercibirse de lo que se oculta detrás de la historia aparente y que resuena profundamente en uno. Existen toda suerte de correspondencias e incluso de complicidades entre el mundo exterior de los fenómenos y de las cosas concretas y el universo impalpable de las realidades espirituales. “Lo que es visible abre nuestras miradas a lo invisible”, anunciaba el filósofo Anaxágoras que vivió en el siglo V antes de la era cristiana. La cáscara disimula y protege a la vez la deliciosa almendra, solo gusta el sabor del fruto el que no se queda en la superficie y se dirige al interior. Este es el modo de hacer del esoterismo en el sentido exacto del término.

Así, los diversos personajes de los cuentos, su estatus, su comportamiento, las peripecias de sus aventuras se deben entender siempre en un plano espiritual y demandan ser interiorizados. Por ejemplo, un hombre calificado de pobre designa una persona desprovista de recursos interiores, y un hombre muerto equivale al yo carnal y terrestre desconectado de toda dimensión trascendente. La ignorancia no es falta de saber, sino olvido del mundo superior invisible. Un cazador no es quien persigue la caza sino que alude al peregrino que busca sin descanso la sabiduría. Las monedas de oro, un tesoro oculto, simbolizan las riquezas espirituales adquiridas, los frutos del conocimiento, mientras que los diversos alimentos y bebidas evocan aquello de lo que se sustenta el alma. Así, se encontrarán falsas monedas y alimentos indigestos o envenenados. Los ladrones que atacan al viajero representan las bajas pasiones que se apoderan de la vida interior y despojan al ser humano de lo que tiene de más valor, el ogro es la imagen del yo devorador que impide cualquier impulso espiritual. Los zapatos en sus variadas formas permiten caminar sobre la tierra en la vida cotidiana, pero remiten también al camino espiritual, la elevación de los pensamientos y los sentimientos a otros planos de conciencia.

Los ladrones que atacan al viajero representan las bajas pasiones que se apoderan de la vida interior y despojan al ser humano de lo que tiene de más valor, el ogro es la imagen del yo devorador que impide cualquier impulso espiritual.

El niño, considerado un bendito o un simple, no está saturado por un saber cerebral, sino que posee la inteligencia limpia del corazón, la única necesaria para la salvación del alma. Siempre “bella y sabia”, la princesa pertenece al reino celeste y representa tanto el Conocimiento como la identidad divina del ser humano. En cuanto al rey, a menudo designa al Yo trascendente, al ser establecido en la dimensión eterna del Espíritu.

Todo eso son indicios, no explicaciones. Al igual que un sueño se revela mucho más rico que el sentido general dado por una llave de los sueños; un relato iniciático, lleno de ecos y que comporta numerosos niveles no podría adaptarse a un diseño predeterminado. La interpretación es soberana, ella es la que hace que el sentido brote, que se escuche la música enterrada. Pero ante la riqueza inagotable del cuento, no puede ser dogmática, y menos aún definitiva. En el fondo revela tanto la personalidad del intérprete como el significado del relato. Por eso, un psicoanalista freudiano solo verá en los cuentos símbolos sexuales, un astrólogo leerá en ellos imágenes planetarias, y el terapeuta se dedicará a encontrar remedios y recetas para el bien estar del hombre…

Es curioso que los personajes de los cuentos no posean casi nunca un apellido o un nombre propio; se trata de un sastre, de una jovencita, de un emperador, de una sirena. Otros se designan por un sobrenombre o un mote que oculta su apariencia verdadera, Barba azul, Cenicienta, Piel de asno, Caperucita roja.

Los personajes de los cuentos no posean casi nunca un apellido o un nombre propio, así, cada lector está invitado a identificarse con el héroe del relato,  por lo que este cuento se escucha y se dirige a la parte más íntima de mí ser.

Así, cada lector está invitado a identificarse personalmente con el héroe del relato, humano o animal, en lugar de guardar las distancias; es para mí, hoy, por lo que este cuento se escucha y se dirige a la parte más íntima de mí ser. Mi alma es este niño abandonado en el bosque del mundo, esta esplendorosa princesa que se maltrata aquí abajo; en mí se alberga un patito desgraciado, rechazado por sus congéneres y que sueña con otros lugares, y también un asno que un día huyó de su servidumbre para tocar la lira. Si los cuentos de hadas tienen un alcance universal, atraviesan los siglos y gustan a cualquier edad es porque su mensaje de orden espiritual nos concierne a cada uno de nosotros y en nosotros se dirigen a aquello que no perece. En el fondo, cada uno se siente príncipe o princesa, hecho para vivir rodeado de belleza en un universo de alegría y destinado a un amor extraordinario. Tal es el clima propio del espíritu: inmensamente libre, luminoso y alegre. De esta vida superior e indestructible es de lo que hablan los cuentos tradicionales, de la Edad de Oro del ser humano. Su final es también siempre feliz puesto que se sitúa en un plano trascendente y en un tiempo que no es otro que la eternidad. Pero si se tiende a rebajar el mensaje de los cuentos a un nivel existencial, se mantendrán toda una serie de mentiras e ilusiones respecto a la felicidad terrestre, a un matrimonio perfecto, una familia ideal, y las señoritas esperarán durante mucho tiempo la venida de un príncipe inexistente, por decirlo con propiedad.

Los cuentos de hadas que he escogido están entre los más conocidos. No han llegado por el francés Charles Perrault (1628-1703), por los hermanos Grimm, Jacob (1785-1863) y Wilhem (1786-1859), que los recogieron pacientemente en Alemania, y por Hans Christian Andersen (1805-1875), originario de Dinamarca. Frente al pensamiento cartesiano, frente al racionalismo del Siglo de las Luces, y después al positivismo y al cientifismo, que ocuparon sucesivamente estos tres siglos, las recopilaciones de los cuentos maravillosos ofrecen un contrapunto saludable, recuerdan que la sabiduría es más preciosa que el saber, que la intuición es superior a la razón y que la grandeza del género humano reposa en la aspiración de su alma. Igualmente, para interpretarlos he escogido presentarlos en un orden que me parece que corresponde a una progresión en la vida espiritual. Un viaje en el que un modesto artesano se convierte en rey y el viajero terrestre se muda en hombre de luz.

Un viaje iniciático en el que un modesto artesano se convierte en rey y el viajero terrestre se muda en hombre de luz.

INFORMACIÓN DEL LIBRO

Carl Jung, la noche cósmica del alma

La obra del padre de la psicología analítica nos aporta una visión del individuo y la realidad que desafía al pensamiento científico, señalando la necesidad de integrar en nuestras vidas lo mágico, misterioso y sobrenatural

RAFAEL NARBONA, 2 febrero 2021

Carl Jung
Carl Gustav Jung

Carl Jung habló sin miedo de los mitos, el alma, Dios, la parapsicología, la alquimia y los platillos volantes. Nunca le pareció convincente la imagen de la realidad construida por la ciencia, que solo reconoce como verdad objetiva los datos de la experiencia. Cuando en 1959 un entrevistador de la BBC le preguntó si creía en Dios, le contestó: “No tengo necesidad de creer en Dios. Lo conozco”. Carl Gustav Jung nació en 1875 en Kesswil, un pueblecito suizo situado a orillas del lago Constanza. De ascendencia alemana, su padre era pastor luterano, pero albergaba grandes dudas sobre su fe y no era feliz en su matrimonio. Su mujer era ambivalente en sus afectos y fluctuaba entre la euforia y la depresión. De niño, Carl era tímido, fantasioso e introvertido. Estudió medicina en la Universidad de Basilea. Su tesis doctoral analizó el caso de una joven médium, que cambiaba de personalidad durante las sesiones de espiritismo. Se ha especulado que su investigación reflejaba los problemas psicológicos de su madre. Freud le consideró su delfín, pero con los años protagonizaron una estrepitosa ruptura intelectual. Jung afirmó que Freud era víctima de la neurosis y se había convertido en un rehén de sus propias teorías: “Es una figura trágica, pero un gran hombre”. 

Aunque no sentía ningún aprecio por la teología y las distintas iglesias, Jung consideraba que el hombre era un animal religioso “por naturaleza”, lo cual no significa que identificara a Dios con una deidad externa al mundo. Para Jung, Dios es el nombre que hemos asignado a una especie de mente cósmica que contiene todas las formas de conciencia. En colaboración con Wolfgang Ernst Pauli, Premio Nobel de Física en 1945 y uno de los fundadores de la mecánica cuántica, Jung intentó sincronizar su interpretación de la psique humana con la microfísica atómica para justificar ciertos fenómenos que parecían irracionales, como la experiencia extracorporal, la precognición, la telepatía, la levitación o el éxtasis místico. Nunca despreció la dimensión biológica del ser humano: “El encuentro de dos personas es como el contacto entre dos sustancias químicas: si hay alguna reacción, ambas se transforman”. Poco antes de morir, justificó sus intuiciones con una confesión sorprendente: “A diferencia de la mayoría de los hombres, mis tabiques son transparentes. Esta es mi peculiaridad. En los demás frecuentemente son tan espesos que no ven nada tras ellos y por eso creen que allí no hay nada. Yo percibo en cierto modo los procesos del inconsciente y por ello tengo seguridad interna”.

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Jung adquirió experiencia clínica en la Clínica Burghölzli. Se dedicó a entrevistar a esquizofrénicos, inventando los test de libre asociación, que ayudaban al paciente a verbalizar las pulsiones inconscientes. No tardó en opinar que los delirios debían interpretarse como expresiones de conflictos psíquicos, no como meros síntomas de un desorden biológico. Sus entrevistas clínicas inspiraron su primera obra, Sobre la psicología de la demencia precoz. Le envió un ejemplar a Freud, que le había deslumbrado con sus teorías. Comenzó así un intenso y breve “idilio intelectual”. Después de unos años de estrecha colaboración, Jung rechazó que los sueños, los mitos y las obras de arte pudieran reducirse a contenidos sexuales reprimidos: “El sueño es una pequeña puerta oculta abriéndose a la noche cósmica que era el alma mucho antes de la aparición de la conciencia”. Tampoco aceptó que el origen de la neurosis se hallara siempre en la infancia, pues entendía que a veces era producto de conflictos de la edad adulta, y objetó que el complejo de Edipo no expresaba un deseo sexual, sino el anhelo de reinventarse como un ser autónomo e independiente. Freud interpretó la discrepancia como “el asesinato del padre” que acontece en la relación transferencial y, según algunos testimonios, experimentó desmayos y pesadillas, atormentado por la insubordinación de su “príncipe heredero”. 

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Sigmund Freud y Carl Gustav Jung

Carl Jung continuó su camino en solitario, alumbrando su propio método terapéutico: la “psicología analítica”. Descartó el uso del diván, que establecía una relación asimétrica, y la transferencia, que le parecía “degradante” para el paciente y “peligrosa” para el analista. La sesión debía discurrir como una conversación normal y la terapia no debía exceder los tres años. El terapeuta no puede limitarse a acumular datos y experiencia clínica: “Conozca todas las teorías. Domine todas las técnicas, pero al tocar un alma humana sea apenas otra alma humana”. La gran aportación de Jung consistió en descubrir el inconsciente colectivo. En la estructura de la psique, hay un inconsciente personal donde se conserva y agita todo lo que la conciencia quiere reprimir y silenciar, y un inconsciente colectivo, que contiene la memoria biológica de la especie. El inconsciente “es idéntico en todos los hombres y constituye un substrato psíquico común, de naturaleza suprapersonal. Abarca una masa indescriptible de estratificaciones depositadas en el curso de la vida de nuestros antepasados. Contiene uno o dos millones de años de evolución”. El inconsciente colectivo está poblado por arquetipos. No son símbolos o imágenes heredadas, sino estructuras vacías e innatas que representan las vivencias cruciales de nuestra especie: la imagen del padre y de la madre, la imagen de uno mismo, la relación entre los sexos, la figura del héroe, del sabio, del embaucador. Los arquetipos se manifiestan en los sueños, pero también en la mitología, el arte y las tradiciones religiosas. El Sí-mismo (Selbst) es el arquetipo central del inconsciente colectivo. Expresa la totalidad del ser humano, su “yo consciente” y su “psique inconsciente”. La personalidad individual se forja mediante la interacción entre esas dimensiones opuestas. Jung se inspiró en el yin y el yang, los conceptos fundamentales del taoísmo, que reflejan la dualidad de todo lo existente. El Sí-mismo se representa simbólicamente mediante la mándala, un círculo inscrito dentro de una forma cuadrangular. Los arquetipos no son unidimensionales. No son algo individual y concreto, sino un conjunto de significados. Por eso, el Sí-mismo también es el arquetipo de la divinidad y de la ley moral universal. 

El Yo es el arquetipo complementario del Sí-mismo. Comprende la dimensión interna de la psique y el mundo externo en su aspecto físico y sociocultural. El Yo es el mediador entre lo interior y lo exterior. Posee una voluntad libre, autónoma, que se canaliza mediante el lenguaje, la memoria y la imaginación. Se podría decir que el Yo es la función consciente del Sí-mismo. A partir de este eje bidimensional, surgen los tres arquetipos que estructuran la personalidad: la Persona, el Alma y la Sombra. La Persona es nuestra “máscara social”, la parte de nosotros mismos que hacemos visible, nuestra imagen pública. El Alma es nuestro modo de ser más íntimo y profundo. Es inconsciente y se desdobla en anima y animus. En el hombre, el anima es la imagen de la mujer, el eterno femenino. En la mujer, el animus es la imagen del hombre, lo masculino. En ambos casos, se percibe al otro sexo como algo fascinante y aterrador. La Sombra representa los sentimientos más oscuros e inaceptables, el tabú, lo prohibido y reprobado. Es esa dimensión tenebrosa que identificamos con el mal y nos produce culpabilidad, pues nos seduce y atrae. No hay que tener miedo a la Sombra: “Uno no alcanza la iluminación fantaseando sobre la luz sino adquiriendo conciencia de la oscuridad. Lo que no se hace consciente, se manifiesta en nuestras vidas como destino”.

El Héroe es el arquetipo que expresa la lucha contra la Sombra. Es el salvador, el guía y el redentor. Jung cita como ejemplo a los héroes de la mitología grecorromana, pero considera que ninguno puede compararse en grado de elaboración con las figuras de Buda y Cristo. El Héroe siempre es tutelado y orientado por el arquetipo del Sabio, y soporta la amenaza del Embaucador. Si nos fijamos en Cristo, Yahveh dirige sus pasos y Satanás intenta confundirlo. No hay un número definitivo y cerrado de arquetipos. Jung consideraba imposible realizar una lista exhaustiva de los contenidos del inconsciente colectivo, pues es un territorio con grandes zonas inexploradas

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Dibujo mandálico de Jung sacado de su Libro Rojo

Freud hablaba de libido. Jung transforma esa fuerza en “energía psíquica”. Estructurada por las experiencias del inconsciente colectivo y los arquetipos ancestrales, la energía psíquica se escinde en dos actitudes predominantes: la extraversión y la introversión. La extraversión suele reflejar la aceptación de los convencionalismos sociales y el anhelo de éxito social y laboral. La introversión se caracteriza por la introspección y la reserva. El concepto de éxito es diferente, pues depende de metas interiores. Estas dos actitudes se combinan con nuestras funciones racionales (pensar y sentir) e irracionales (percibir e intuir), produciendo los distintos tipos de personalidad. Cada vida participa en el desarrollo de la conciencia cósmica de la totalidad. Las existencias improductivas demoran ese proceso, exigiendo una reiteración correctora: “Aquellos que no aprenden nada de los hechos desagradables de la vida, fuerzan a la conciencia cósmica a que los reproduzca tantas veces como sea necesario para aprender lo que enseña el drama de lo sucedido. Lo que niegas te somete; lo que aceptas te transforma”. 

A diferencia de Freud, Jung opinaba que los sueños no pueden traducirse o interpretarse en un solo sentido. Pueden expresar deseos sexuales reprimidos, pero también premoniciones, conflictos de identidad, deseo de afirmación del yo, creencias míticas o religiosas. Su contenido desborda la razón y el lenguaje. Por eso deben abordarse en clave simbólica. Los sueños desempeñan una función compensatoria, que contribuye a mantener nuestro equilibrio. Jung atribuía una enorme importancia a la experiencia religiosa, pero su visión no coincidía con el punto de vista de ninguna iglesia o tradición. Desde su punto de vista, la experiencia religiosa es una apertura a lo desconocido, no un dogma. El ser humano siempre tiende a ir más allá, pero el mundo, con sus límites físicos y temporales, frustra ese empuje, confinándole en lo natural y empírico. Sin embargo, la psique se descompensa, si se excluye de su órbita el misterio. Lo trascendente es inexplicable, pero resulta necesario para la salud mental del individuo y la comunidad: “En épocas más antiguas —escribe Jung—, los llamados neuróticos, no se habrían visto disociados de sí mismos, pues se mantenía un estrecho contacto con el mito, la magia y el culto a los antepasados”. Jung pensaba que la cultura occidental, lastrada por un racionalismo intransigente, había menospreciado el pensamiento oriental. En la introducción que escribió para el I Ching, libro oracular chino, sostiene que el concepto de causa sólo explica lo particular, nunca la totalidad. 

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La Torre de Bollingen, Zurich, Suiza

Jung fue un viajero incansable, que recorrió el norte de África, la India, Nuevo México y las principales ciudades europeas. Cuando el nazismo llegó al poder, simpatizó con algunas de sus tendencias, como el anticomunismo y el culto por lo legendario, especialmente en lo relacionado con el Santo Grial, pero no secundó el antisemitismo ni la agresiva política bélica. Documentos desclasificados de la CIA, han revelado que desde 1942 colaboró con el espionaje norteamericano. Siempre se opuso a la disolución del individuo en la masa. El ser humano no debía renunciar en ningún caso a su peculiaridad y no existían fórmulas universales que valieran para todos: “Un zapato que se adapta a una persona, puede quedar mal en otra. No existe una receta para vivir que se adapte a todos”. Al finalizar la guerra, se estableció en Bollingen, cerca del Lago de Zurich, donde en 1923 había comenzado a construir una mansión a la que llamó “La Torre”. No se trataba de un simple edificio, sino de un conjunto de chozas agrupadas en círculos. Pensaba que cada ampliación representaba un nuevo estrato de su personalidad, lo cual acarreaba necesariamente cambiar constantemente la ubicación de su despacho, una habitación privada a la que solo él tenía acceso. No era un lugar de retiro, sino su mándala, su centro espiritual y simbólico. En el dintel de la puerta principal, hizo grabar una vieja enseñanza revelada al oráculo de Delfos: “Invocado o no llamado, el dios está presente”. Con tendencias depresivas, consideró que la única forma de derrotar a esta enfermedad del alma consistía en afrontar su irrupción y oír sus razones: “La depresión es como una señora de negro. Si llega, no la expulses, más bien invítala como una comensal en la mesa, y escucha lo que tiene que decir”. Rehuir los conflictos nunca le pareció una alternativa razonable: “Las personas hacen lo que sea, no importa lo absurdo, para evitar enfrentarse con su propia alma”. No hay que tener miedo al sufrimiento psíquico: “Un hombre que no ha pasado a través del infierno de sus pasiones, no las superará nunca”. No hay que caer en el fatalismo ni pensar que somos marionetas en manos de la adversidad: “Yo no soy lo que me sucedió, yo soy lo que elegí ser.” Nunca le inspiró temor la muerte: “Creo sinceramente que alguna parte del yo o del alma humana, no está sujeta a las leyes del espacio y del tiempo”. Morir significa solo transitar hacia otro estado de mayor plenitud: “De una manera u otra somos partes de una sola mente que todo lo abarca, un único gran ser humano”. Jung falleció el 6 de junio de 1961, con 86 años. En el instante de su muerte, un rayo partió el árbol cuya sombra le había servido para protegerse del sol y la lluvia en infinidad de ocasiones. Era el rincón favorito de su jardín, donde solía leer, escribir, meditar y soñar. ¿Qué nos puede aportar Jung hoy en día? Al margen del poder sugestivo de su prosa, una visión del individuo y la realidad que desafía al pensamiento científico, señalando la necesidad de integrar en nuestras vidas lo mágico, misterioso y sobrenatural. No debemos menospreciar la visión de la realidad de otras culturas. La ciencia no es la única llave y, en cualquier caso, no puede eliminar la incertidumbre. Vivir es aceptar el riesgo, lo incomprensible, lo pasional e intuitivo. No debemos contemplar la existencia desde fuera, como si fuera algo lejano y ajeno. Esa forma de estar en el mundo es altamente insatisfactoria y estéril. “La vida no vivida es una enfermedad de la que se puede morir”, escribió Jung. Más que una frase, podemos decir que fue su lema vital. Siempre eludió las condenas que menosprecian lo diferente e ininteligible: “No podemos cambiar nada sin antes comprender. La condena no libera, oprime”. La vida y la obra de Jung nos invitan a convertir nuestra existencia en una aventura, buscando en nuestro interior las respuestas a los enigmas del cosmos: “Tu visión se hará más clara solamente cuando mires dentro de tu corazón. Aquel que mira fuera, sueña. Quien mira en su interior, despierta”.

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Cómo Louise Bourgeois utilizó el dibujo para aliviar la ansiedad

Louise Bourgeois Dibujos Hauser y Wirth
Louise Bourgeois en su casa de West 20th Street, Nueva York, 2000 | Fotografía: © Jean-François Jaussaud; © The Easton Foundation / Con licencia de VAGA en Artists Rights Society (ARS), Nueva York

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La fundamental artista Louise Bourgeois recurría al dibujo como a un medio de terapia; en tiempos como estos, quizás sus obras complejas y coloridas también puedan ofrecernos algún alivio.

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25 DE MARZO DE 2020 | Belle Hutton

Vivir una pandemia con todos los cambios y desafíos desconocidos con los que nos enfrentamos, se convierte en una época de ansiedad. Cuando la difunta artista Louise Bourgeois sentía llegar una oleada de preocupación, dibujaba. “Sé que cuando termino un dibujo, mi nivel de ansiedad disminuye”, dijo una vez. “Cuando dibujo significa que algo me molesta, pero no sé qué es. Así que el dibujo se convierte en un tratamiento para la ansiedad”. En estos tiempos inciertos, las instituciones de arte de todo el mundo han tenido que cerrar para frenar la propagación del Coronavirus y, por consiguiente, encontrar formas alternativas de presentar el arte en una realidad que, de repente, se hizo mucho más virtual. Para su exposición inaugural en línea, la galería internacional  Hauser & Wirth presenta Louise Bourgeois: Drawings 1947 – 2007, una apuesta que percibimos como una elección pertinente, dado el alivio que la propia artista buscaba al crear sus obras.

Louise Bourgeois: 12 dibujos. 1947-2007

Famosa por sus esculturas de arañas, sus estampados en tela y sus grabados, Bourgeois comenzó a dibujar a una edad temprana ayudando a sus padres en su estudio de restauración de tapices en las afueras de París. Arañas y espirales se repiten a lo largo de los dibujos de Louise Bourgeois –comparó a su amada madre, que murió cuando el artista tenía poco más de veinte años, con una araña– y sus piezas, dibujadas con tinta, acuarela y lápiz, abarcan desde lo abstracto a lo realista. La propia artista dijo acerca de estas variaciones: “Los dibujos más realistas son para mí una forma de concretar una idea. No quiero perderla. Con los dibujos abstractos, cuando me suelto, puedo deslizarme hacia el inconsciente”.

Los dibujos de la exposición de Hauser & Wirth abarcan varias décadas y fueron elegidos por Jerry Gorovoy, un ex-asistente de estudio y amigo de Bourgeois, que es ahora el presidente de la Fundación Easton, creada en nombre de la difunta artista. A lo largo de su vida, Bourgeois recurrió constantemente al arte como a un medio de terapia; utilizaba su creatividad para trabajar con emociones intensas, tanto positivas como negativas. “Como víctima del síndrome de Tourette, siempre sintió que tenía que confesarlo todo, lo que podía resultar incómodo para los demás, una vez se llamó a sí misma la mujer sin secretos”, escribió Gorovoy tras su muerte en 2010 . “En su arte no tenía ningún miedo, mientras que en su vida real decía que era como un ratón detrás del radiador”. Bourgeois describió el arte como una “garantía de cordura”.

Louise Bourgeois Dibujos Hauser y Wirth
Louise Bourgeois trabajando en un dibujo en espiral en su casa en West 20th Street, Nueva York, 1970© The Easton Foundation / Con licencia de VAGA en Artists Rights Society (ARS), Nueva York

La naturaleza terapéutica del arte de Louise Bourgeois es también, de alguna manera, universal, se extiende más allá de su propia relación con la obra, y resuena con los espectadores de una manera única. “La primera vez que vi su trabajo lo sentí tan personal”, dijo la diseñadora Simone Rocha a AnOther el año pasado. La colección Otoño/Invierno 2019 de Rocha se inspiró en Bourgeois y ofreció estampados y bordados de telarañas. “Simplemente sentí que mis sentimientos estaban representados como en una página… Era la misma sensación que con mis diarios de adolescencia pero, obviamente, bajo una forma más hermosa”. Los dibujos también eran como unos diarios para Bourgeois; un lugar en el que atemperaba sus ansiedades, trabajaba con sus recuerdos de infancia y expresaba sus emociones. “He llevado un diario desde que tengo uso de memoria y mis dibujos son realmente otro tipo de diario”, dijo.

Los complejos y coloridos dibujos de Louise Bourgeois –una constante a lo largo de su vida, aunque no tan conocidos como sus famosas series Cells o su gigantesca escultura Maman– fueron una parte importante de su práctica artística, pero también cumplieron un propósito. Creó arte sin descanso hasta su muerte, acaecida a la edad de 98 años, según parece como una forma de permanecer cuerda. En momentos como estos, tomarnos una pausa para mirar los atractivos dibujos de Louise Bourgeois podría ayudarnos también a hacer lo mismo.

La exposición en línea  Louise Bourgeois: Drawings 1947-2007 estará abierta a partir del 25 de marzo de 2020.

https://www.anothermag.com/art-photography/12375/louise-bourgeois-drawings-anxiety-hauser-wirth-online-exhibition

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