Chantal Maillard. Foto de Bernabé Fernández.
EMMA RODRÍGUEZ © 2022 /
La experiencia de leer la poesía de Chantal Maillard es como emprender un recorrido que tiene principio, el momento en que abrimos la primera página de sus libros, pero cuyo final somos incapaces de atisbar porque no sabemos hacia dónde nos dirigirá la lectura, qué nos hemos de encontrar. Aunque esto suceda con toda obra literaria, en la poesía esa sensación de pérdida, de búsqueda, se acentúa, y en el territorio concreto de Maillard, aún más. Tal vez hallemos en alguna esquina de sus páginas un simple reflejo, un fogonazo de luz, un hueco por el que introducirnos, un alivio. Tal vez una palabra capaz de perturbar o aquietar el ánimo. Tal vez la impresión de un paisaje, de un instante, de una ráfaga de viento. Tal vez un momento de silencio, de calma.
Esa sensación de extravío, de tanteo, de la que os hablo, se intensifica aún más cuando accedemos a la continuidad de un discurrir poético lleno de pasadizos que se conectan, de ventanas desde las que observar detenidamente. Un devenir que puede conducirnos, si anhelamos profundizar más, hacia libros de ensayo y diarios salidos de la misma mano. Lo que el pájaro bebe en la fuente y no es el agua es el título de la poesía reunida de Maillard, que Galaxia Gutenberg acaba de poner en las librerías, una hermosa edición que incluye una parte de inéditos y se acompaña de ilustraciones, de sutiles y enigmáticos dibujos, algunos de la propia autora.
La entrega, que recoge libros publicados entre 2004 a 2020 y traza un itinerario que comienza con Matar a Platón y concluye con Medea, permite un acercamiento con perspectiva a una obra que cultiva el autoconocimiento y el abrazo; que se adentra y nos anima a adentrarnos, a dejarnos llevar por una corriente de imágenes, de momentos que se suceden, de variaciones, de tramas superpuestas, de impactos, de revelaciones, de emociones en las que poder reconocernos, hermanarnos. La compasión es el hilo grueso que va uniendo las distintas partes de un recorrido en el que entran la culpa, el miedo, el grito, la muerte, la pérdida, el duelo… Y también el “esfuerzo por sobrevivir”, la necesidad de sosiego, “la luz, el pájaro, el aire”.

La herida atraviesa un camino de casi dos décadas, como señala en el esclarecedor estudio preliminar Virginia Trueba Mir, quien alude a unos versos incluidos en Medea: “Algo a veces acontece / que lo revuelve todo” para dar cuenta de dos momentos esenciales, definitivos en la vida y en la escritura de Maillard: una grave enfermedad, a finales de 1999, y el suicidio de uno de sus hijos en 2003. Circunstancias dolorosas, extremas, que indudablemente marcan el rumbo y los motivos de una obra que busca sentidos entre las sombras, entre lo que no se deja ver ni tocar. Una indagación en lo profundo del ser, en las eternas preguntas sobre la existencia, realizada mediante el cultivo de un lenguaje sin grandilocuencias, despojado de adornos banales, que parece nuevo en sus hallazgos, en sus combinaciones.
LA COMPASIÓN ES EL HILO GRUESO QUE VA UNIENDO LAS DISTINTAS PARTES DE UN RECORRIDO EN EL QUE ENTRAN LA CULPA, EL MIEDO, EL GRITO, LA MUERTE, LA PÉRDIDA, EL DUELO… Y TAMBIÉN EL “ESFUERZO POR SOBREVIVIR”, LA NECESIDAD DE SOSIEGO, “LA LUZ, EL PÁJARO, EL AIRE”.
Si tuviera que decir a alguien que aún no conozca a Chantal Maillard algo sobre ella, dejaría de lado los datos y detalles biográficos y le llevaría de la mano hasta una de sus piezas, Escribir, que acompaña al relato poético que es Matar a Platón. Intensa, deslumbrante, conmovedora, con unos impactantes cambios de registro, es una especie de autorretrato de la autora, de sus motivaciones, de lo que siente y busca con la escritura. Tomo aquí algunas de sus partes:
“Escribir / para curar / en la carne abierta / en el dolor de todos / en esa muerte que mana / en mí y es la de todos”
“escribir / como quien des-espera / para cauterizar / para tomarle las medidas al miedo / para conjurar / para morder de nuevo el anzuelo de la vida / para no claudicar”
“escribir / “otoño” / para recordar cómo / uníamos castañas con palillos de dientes / y surgían princesas y perros y dragones / y mi madre era hermosa / y ¿quién sabe? tal vez / fue feliz, también ella / ese día”
“escribir / porque es la forma más veloz / que tengo de moverme”
Si ese alguien quisiera saber más, le hablaría de mi propia experiencia. Le diría que ese poema tuvo un efecto sanador sobre mí un día, de los primeros del confinamiento por la pandemia de Covid-19, en que, a través de whatsapp, me llegó, como un milagro, leído por la autora, con su voz característica, con sus silencios. Y también que aún no he olvidado el impacto emocional que me produjo una de sus representaciones escénicas en torno a los textos que componen los diarios de India. Maillard (nacida en Bélgica en 1951, con nacionalidad española desde 1969) ama la experimentación, la ruptura de los límites. Su obra crece en muchas direcciones y su efecto, en mi opinión, se aviva cuando se escucha, cuando la vemos escenificada. Entonces el adentramiento puede llegar a ser instantáneo.
Si ese alguien decidiese entonces tomar en las manos Lo que el pájaro bebe en la fuente y no es el agua y dejarse arrastrar por su corriente, le animaría alegremente a que lo hiciera, pero después de cerrar las puertas al ruido y a las prisas. «Lo que se nos entrega en el registro poemático ha de recibirse, como la música, en el lugar que le corresponde, más cuerpo y menos mente«, señala Chantal Maillard en el diálogo que se abre a continuación, un intercambio de preguntas y respuestas mantenido a través de correo electrónico.

– La poesía reunida en Lo que el pájaro bebe en la fuente… abarca desde 2004 a 2020, dieciséis años de trayectoria, de vida. ¿Cómo te enfrentas a este recorrido, dónde está la Chantal Maillard de antes de Matar a Platón? ¿Por qué este libro inauguró un tiempo nuevo, supuso un punto de inflexión, como indica en el prólogo Virginia Trueba Mira?
– La aportación y la compañía de Virginia Trueba y de Miguel Morey en estas páginas ha sido, para mí, un regalo y, para el libro, un complemento indispensable. Un libro de este tipo es itinerario y es bueno que alguien amigo te acompañe al final. Las fechas que constan en portada son las de la publicación del primero y último de los libros reunidos. Si atendemos a las fechas de redacción (1998-2018), el conjunto abarca en realidad dos décadas de mi vida. Pero lo que le proporciona unidad no es la cronología sino el tema. La pregunta por la compasión, la difícil compasión, atraviesa y vertebra el volumen desde el primer verso hasta el último. El daño y el castigo, la ceguera y la inocencia, el yo y sus ausencias, el hambre y la pérdida, todo ello desemboca finalmente en la misma pregunta: ¿Cómo compadecer? No pretendí que así fuera. Lo descubrí al reunir el material. Fuera quedó todo lo anterior.
– El camino de tu poesía es un camino de autoconocimiento, una senda hacia la comprensión, hacia la compasión. ¿Te resulta fácil mirar atrás? ¿Tu obra, en todas sus vertientes, dice lo que eres, lo que has crecido, lo que has avanzado y aprendido?
– La escritura ha sido siempre, para mí, una vía de descubrimiento. Quien escribe se concentra, la atención se focaliza y las fuerzas se unifican en una sola dirección. (Es todo lo contrario de la dispersión que los dispositivos móviles favorecen ahora, y es por eso que, si no logramos utilizar los nuevos medios adecuadamente, la involución cognitiva está asegurada). Desde que tengo uso de razón quise averiguar de qué iba todo esto de existir y, con el tiempo, la escritura vino a formar parte de un método de observación. Observar el proceso mental y dar cuenta de ello es algo enormemente gratificante. Mis diarios son el testimonio de ese aprendizaje. Un aprendizaje que contradice el término “avance”, en realidad, pues llega un momento en que se trata más de soltar lastre que de acumular, de decrecer en soberbia, en importancia, en ambición, en posesiones. Disminuirse personal y colectivamente, además; el proceso es o debería ser el mismo.
– ¿Qué te ha ido revelando el discurrir? ¿En qué medida tu lenguaje poético, tus ideales, se han ido transformando con los años?
– Los ideales son la grandilocuencia de las ideas. Suelen expresarse en conceptos que uniformizan y deforman la singularidad de lo existente. Desde muy pequeña experimenté la necesidad de saber. Algo había que debía comprender, algo en principio muy vago, que tenía que ver con lo que somos, con lo que es la realidad o el existir. No era ningún ideal, era una voluntad encaminada hacia un fin. La naturaleza del saber que buscaba era, en esos inicios, algo bastante vago. (No sabría, hasta mucho más tarde, que Aristóteles había definido la “filosofía primera”, la que pregunta por la raíz de lo real, como “el saber que se busca”). Lo único que sabía, a ciencia cierta, es lo que no era. Así que fui descartando. Busqué en las diversas mitologías, en la filosofía, en la psicología, en las antiguas sabidurías de los distintos continentes y en sus prácticas. Con el tiempo comprendí que la respuesta no se daría por medio del raciocinio, aunque este pudiese servir para desbrozar las vías (léase eliminar opiniones, creencias y demás perturbaciones). Así que bajé de los empíreos, eliminé las mayúsculas, vacié la mochila, invertí la mirada y me puse a la escucha. La voz poemática tiene sus particularidades. Más bien habla al margen de mí. A veces es anciana, a veces sabia, a veces balbucea, a veces danza. Soy yo la que aprende de ella. La vía discursiva se da de otra manera, mucho más explícita y, por tanto, también más limitada.
«LA ESCRITURA HA SIDO SIEMPRE, PARA MÍ, UNA VÍA DE DESCUBRIMIENTO. DESDE QUE TENGO USO DE RAZÓN QUISE AVERIGUAR DE QUÉ IBA TODO ESTO DE EXISTIR Y, CON EL TIEMPO, LA ESCRITURA VINO A FORMAR PARTE DE UN MÉTODO DE OBSERVACIÓN», SEÑALA CHANTAL MAILLARD.
– El título de la antología es precioso. ¿En qué medida sirve para englobar todo el recorrido? ¿O es una sugerencia, una invitación a adentrarse, a buscar lo no evidente?
– Al final del volumen hay unos textos en prosa. Los hemos elegido porque procuran algunas claves para entender la escritura poética desde mi perspectiva. Uno de ellos responde al título del libro. Y dado que una pequeña dosis de misterio nunca viene mal, no diré aquí nada más al respecto.
– Empecemos con Matar a Platón. ¿Puedes volver al momento en que lo escribiste? ¿Qué sentías, qué te motivaba? ¿En qué medida la escritura de este libro fue una manera de resistir a las heridas de la enfermedad, de la pérdida, del duelo?
De este libro, en realidad, tan sólo el poema Escribir, que lo concluye, tiene que ver con el dolor y, concretamente, con el cuerpo malherido. La primera parte, que da título al libro, fue compuesta tres años antes. Recuerdo que lo escribí en quince días, en Isla Canela (Huelva), durante el mes de julio de 1998. Una simple frase de Musil desencadenó la serie de poemas que describen lo que ocurre alrededor de un hombre que es aplastado por un camión. Cada poema es una escena en la que intervienen uno o más personajes. También los espectadores (oyentes o lectores) y el propio autor, incluso, se convierten en parte de la historia. He de decir que me lo pasé muy bien, fue una escritura lúdica, a pesar del tema. Tres años más tarde, en circunstancias muy distintas, utilicé la escritura para desviar mi atención de los dolores insoportables que padecía por aquel entonces.
«LA VOZ POEMÁTICA TIENE SUS PARTICULARIDADES. MÁS BIEN HABLA AL MARGEN DE MÍ. A VECES ES ANCIANA, A VECES SABIA, A VECES BALBUCEA, A VECES DANZA. SOY YO LA QUE APRENDE DE ELLA. LA VÍA DISCURSIVA SE DA DE OTRA MANERA, MUCHO MÁS EXPLÍCITA Y, POR TANTO, TAMBIÉN MÁS LIMITADA», EXPLICA LA AUTORA.
– “La palabra herida atraviesa de principio a fin la escritura de Chantal Maillard”, señala Virginia Trueba. “(…) La herida nos precede / no inventamos la herida, venimos / a ella y la reconocemos”, leemos en el poema 26 de Matar a Platón. ¿Puedes reflexionar sobre ello?
– Hay, en el fondo de cada cual, un lugar que a todos pertenece. Cuando penetramos en él con la atención despierta, el yo desaparece. Somos más de una/o, somos todas/os. Ese lugar (intuido a veces con una evidencia que la razón no alcanza) tiene también varios niveles, y cuanto más abajo, más se diluyen las diferencias. Algunas experiencias pueden ser guía, si la conciencia atiende en el proceso. El dolor es una de ellas. La herida nos atañe a todos. Pero me pides explicación… Lo que dice el poema –cuando de verdad dice algo– no ha de explicarse: la explicación mata al poema. Es como llevar al erizo (así llamaba Derrida al poema) bajo la luz para que la mente racional lo diseccione. Por mucho que trate de recomponerlo luego con hilo de sutura, el erizo está muerto. Nunca podremos ver más allá de sus cicatrices, los límites del lenguaje. Lo que podría habernos desvelado se pierde para siempre. Lo que se nos entrega en el registro poemático ha de recibirse, como la música, en el lugar que le corresponde, más cuerpo y menos mente.

– Cuando leo los poemas aquí reunidos, vistos con la perspectiva del tiempo, de la visión de conjunto, tengo la impresión, de que las heridas personales se van tornando en colectivas; que es en las heridas donde nos hermanamos. Y también en las emociones más intensas que emanan o conducen a ellas: la culpa, el miedo, el vértigo ante el dolor, ante lo desconocido.
– Efectivamente. Por eso entendí que la idea de reunir estos libros y no otros me pareció importante. Si reunimos material en torno a un tema hacemos un libro distinto de sus partes, un libro con un argumento, y el tema es lo que interesa. Si, por el contrario, compilamos el material poético de un autor, el propio autor es lo que se convierte en tema.
– La poesía como espacio de aproximación, de abrazo, de diálogo. ¿Crees que juntos, en comunidad, somos capaces de entender, de aceptar, de asumir mejor nuestra fragilidad?
– En comunidad se generan las guerras, en comunidad se juzga, se decreta, se castiga, en comunidad se danza, se copula, se mata. Todo lo que hace el humano lo hace en comunidad. Salvo bajar a los ínferos y comprenderse a sí mismo. Eso se hace en solitario. Otra cosa es que, en la bajada, uno atraviese distintos planos de conciencia y termine encontrándose con el lugar donde se gestan todas las modalidades de la emoción y, por tanto, todas las acciones. Si alguien baja hasta allí, comprenderá que es un lugar común (a todos) y el yo con el que llegó se convertirá en un nosotros. Aceptar la fragilidad es tomar conciencia de que la muerte, que se declina en singular, forma parte de la vida.
– Durante lo más duro del confinamiento, de la pandemia, con tantas pérdidas alrededor, recuerdo un poema que enviaste, una tarde lluviosa, a tus contactos a través de WhatsApp. Para mí, personalmente, esa voz que leía, las palabras con su verdad, fueron un consuelo, una compañía en momentos difíciles. ¿Cómo viviste esa experiencia y cómo estás viviendo todo lo que ha supuesto y sigue suponiendo? ¿Crees que algo así debería habernos transformado, habernos dirigido hacia un sentimiento de comunidad fortalecido, en la dirección de los cuidados, de una mayor conciencia del daño que, con nuestro tipo de vida capitalista, infligimos al planeta? ¿Te sientes desencantada?
– Verás, sólo se decepciona o se desencanta aquel que espera lo que no debería esperar. Si conoces a alguien tendrás cuidado de no pedirle lo que no puede darte. Cuestión de respeto. Si sabes lo que puede dar, sabes también lo que puedes o no puedes esperar. Cuestión de conocimiento. Así que no, no me siento desencantada. Era previsible que esta situación no cambiaría las cosas. Cuantas más penalidades sufre un animal humano, cuantos más temores, más ganas tiene de salir brincando y volver al estado anterior, ese al que llama “vida normal”. La conciencia de la fragilidad es dura de sobrellevar cuando es permanente. En cuanto a mí, no tuve ese problema: la conciencia de mi fragilidad me acompaña, a la fuerza, en todo momento. Y no es un mal.
– El poema al que he hecho referencia es Escribir. Largo y profundo es uno de mis favoritos de todo el recorrido. Creo que, en cierto modo, es un autorretrato de Chantal Maillard, de su relación con la escritura. “Escribir para rebelarse”. “Escribir para hacer de la inutilidad un manantial”. “Escribir porque es la forma más veloz que tengo de moverme”. ¿Qué significa para ti? ¿En qué circunstancias, de qué pulsiones, surgió?
– Escribía por todas y cada una de las razones que el poema invoca. A modo de conjuro, de exorcismo, para desviar la mente hacia otra cosa que no fuese el dolor. Escribir era, literalmente, la forma más veloz que tenía de moverme. Gota a gota, día tras día, una gota cada día. Los versos eran, en el cuaderno, como el agua de un grifo que, a pesar de haberse cerrado, sigue goteando en la bañera. Y así, con esa lentitud, daba constancia del tiempo, o lo construía. El verso que citas al final es literal: escribir era la forma más veloz que tenía de moverme.
«CUANTAS MÁS PENALIDADES SUFRE UN ANIMAL HUMANO, CUANTOS MÁS TEMORES, MÁS GANAS TIENE DE SALIR BRINCANDO Y VOLVER AL ESTADO ANTERIOR, ESE AL QUE LLAMA “VIDA NORMAL”. LA CONCIENCIA DE LA FRAGILIDAD ES DURA DE SOBRELLEVAR CUANDO ES PERMANENTE».
– Esta composición habla del hecho de escribir, pero en el acto de escribir cabe todo. El poema se abre al miedo, al grito, a la angustia, a la culpa, a la muerte; también al crecimiento, a la luz… Es una especie de narración, una oración.
– Es simplemente lo único que podía hacer para mantenerme viva. Pero, a veces, la escritura te descubre dimensiones insospechadas. La felicidad, la alegría, son más individuales que la pena o el dolor; más egoístas también. Quizás porque celebran la vida, y esta se perpetúa en las formas individuales. La pena, en cambio, o el dolor, dan cuenta de la caducidad, la involución que toda vida entraña, el morir que nos devuelve al lugar común, indistinto, sin forma, sin límites, del que emergemos al nacer. Evidentemente estas son maneras de decir; todo es, siempre, una manera de decir. Simplemente, lo que ocurrió en esa época, es que la escritura me abrió una dimensión de la que, hasta entonces, salvo en lo teórico, no había tomado conciencia, o no de modo tan abrupto, tan evidente. Todxs estábamos en mí, o mejor dicho, yo era todxs nosotros. Pero todo ello está, como siempre, mucho mejor expresado en el poema.
– En tu obra, poemas, diarios, ensayos, hay una gran coherencia. Todo se comunica, unas sendas llevan a otras, los hilos se van trenzando, conduciéndonos hacia el sentido, la revelación. Es como un adentrarse para atisbar algo, tal vez un simple reflejo que no somos capaces de ver con claridad, una necesidad de perderse. ¿Es una búsqueda consciente?
– Ensayo, prosa o poema son formas distintas de aproximación a lo mismo, sin duda, y es cierto que, al final, se traza un laberinto. Los diarios aportan el contexto que el poema pierde –o gana, según se vea– en su elaboración. El ensayo reflexiona: vuelve a flexionarse sobre el tema tratando de reflejar en otro plano mucho más limitado –el del discurso racional en el que, por lo general, nos movemos–, aquello que el poema o la prosa híbrida sugiere o le presenta a la intuición. Entre las tres modalidades hay túneles, pasadizos que permiten, a quienes decidan adentrarse con tiempo y la atención adecuada, unificar los reinos. No es algo que se haga de forma consciente, no. Se va haciendo. Lo único consciente es el procedimiento que a cada modalidad le corresponde.

– Justo esta antología aparece después de la publicación de Las venas del dragón, una interesantísima aproximación a las filosofías orientales, el confucianismo, el taoísmo, el budismo. En la nota introductoria señalas que mirar a las antiguas sabidurías nos puede ayudar a “revisar nuestros modelos de pensamiento”, para poder remediar, en la medida de lo posible, todo el daño causado al planeta. ¿Cómo inculcar algo de esa sabiduría a sociedades tan anuladas por las prisas, por la productividad, por el ansia, por el ritmo tecnológico?
– Partamos de la base de que Oriente es muchos Orientes, y muy diversos. Solemos meterlos todos en un mismo saco, pero, evidentemente, no es lo mismo el Próximo Oriente que el Extremo Oriente, ni tiene que ver el Cáucaso, por poner un ejemplo, con el sudeste asiático. Las venas del dragón tiene que ver con la antigua China, con su cosmología ancestral y las tres corrientes de pensamiento (dos autóctonas, la tercera, importada de India) que tuvieron allí la oportunidad de encontrarse y desarrollarse conjuntamente a partir del siglo VI a.n.e.. Un gobierno administrado por personas entrenadas en el dominio de sus pasiones (confucianismo), la comprensión de la complejidad natural, transformativa e interdependiente, de la que formamos parte (taoísmo) y un conocimiento de nuestros procesos mentales (budismo) me parecieron ser tres claves imprescindibles para enderezar el rumbo. Esto no será posible si seguimos anclados en una ideología mítica estancada en el antropocentrismo y la idea absurda de una identidad personal permanente. Desde épocas ancestrales, los chinos concibieron el universo como un sistema de resonancias de fuerzas activas en perpetua mutación en el que nada actúa por separado y en el que todo es complementario. En estos momentos, necesitamos urgentemente una eco-sofía: una sabiduría del hábitat (oikos), que reemplace el discurso eco-lógico y una ethopolítica que reemplace en la práctica la eco-nomía: la gestión numérica (nomos) del hábitat. Pensé que, para este cambio, sería útil dar a conocer las líneas de una de las cosmologías más sugerentes que podamos conocer. Lo demás, es cosa de cada cual.
«EL CONFUCIANISMO, EL TAOÍSMO Y EL BUDISMO ME PARECIERON TRES CLAVES IMPRESCINDIBLES PARA ENDEREZAR EL RUMBO. ESTO NO SERÁ POSIBLE SI SEGUIMOS ANCLADOS EN UNA IDEOLOGÍA MÍTICA ESTANCADA EN EL ANTROPOCENTRISMO Y LA IDEA ABSURDA DE UNA IDENTIDAD PERSONAL PERMANENTE».
– Me ha resultado muy grato, enriquecedor, leer ambos libros casi en paralelo, y volver a pasar las páginas de los diarios de India. Las enseñanzas de la antigua China nutren toda la poesía de Chantal Maillard. La aproximación a ellas es evidente en todos los escalones del recorrido. En Hilos, entrega de 2007, se alude a la conciencia de la continuidad, al desprendimiento del yo, al silencio, a la calma, al aquí, al fluir… Los versos de La luz, el aire, el pájaro, resultan muy significativos al respecto. “(…) Aceptad mi silencio: lo mejor / de mí. Huid del soplo que pronuncia, / en mi boca, / la amarga condición de lo humano. / Y, entretanto, dejadme contemplar / el vuelo de la ropa / tendida en las ventanas”.
– Los versos dicen lo que dicen. No hay retórica en ellos. Cierto es que la experiencia india me aportó mucho en ese sentido. Vivir frente al Ganges, el río que todo se lo lleva: las hojas de baniano con el fuego de las ofrendas, los muertos, la espuma del jabón de los baños matinales, las cenizas de los fogones, las barcas… hace que, al final, termines pareciéndote a él, adoptas su ritmo, su flujo, su calma, cierta indiferencia (o no-diferencia) ante tu propio pasar. Pero ¿quién no ha contemplado alguna vez el vuelo de la ropa tendida? ¿Quién no se ha abandonado alguna vez a sí mismo en un objeto en movimiento, perdido de sí, con la mente en blanco? Para comprender un poema hay que disponerse de una cierta manera, oblicuamente, diría, inclinar el oído. Algo, entonces, acontece. Una resonancia. Y esto es suficiente.
En cuanto a Hilos, es fundamentalmente una puesta en práctica del método de observación del que doy las claves en la introducción a mis Diarios reunidos (La arena entre los dedos), con uno de los cuales, (Husos, notas al margen) está ligado el libro Hilos. Ambos libros son cuadernos de duelo. La observación de la mente, en tales circunstancias, resulta extremadamente útil.
– Háblame de Cual, presente en la segunda parte de Hilos. ¿Qué quieres representar, decir, con este personaje al que has recurrido en más de una ocasión?
– No es ninguna representación. Cual surgió en un momento dado y me acompañó. Digamos que es algo así como un alter ego. Hainuwele lo fue también, en el pasado. Ahora es Medea quien habla. Épocas distintas adoptan voces distintas. Suelo decir que Cual es lo mejor de mí. Inocente, cuasi animal, casi autista entre humanos, se encuentra bien tan sólo en los parajes naturales. Vuelto hacia las nubes, espera la tormenta, en el solsticio danza, atiende al aguijón de la avispa en su cráneo, descansa a la sombra de una vaca… Cual es un ser menguante, y por ello me enseña (todos mis alter ego han sido mis maestros, en realidad). Menguar es reducir el movimiento. El del ánimo, continuamente inquieto, y el de la mente, dispuesta siempre a emitir juicios. Curar la incontinencia de la habladora, como suelo decir. Y, luego, olvidarse en cualquier hueco, en cualquier intersticio de la roca, en cualquier grieta. Recuperar el animal que somos, su inocencia. Adelgazar el mí. Los poemas de Cual son desapariciones, fugacidades a modo de fotogramas. En Cual menguando también son fugas, en la doble acepción de la palabra.

– Hablábamos antes del daño al planeta, de la crisis ecosocial en la que estamos inmersos. ¿Ves horizontes de esperanza? ¿Qué puede hacer la poesía al respecto? ¿Crees que una letanía como La tierra prometida puede ayudar a despertar conciencias? Hablas de “un monumento para la memoria”, para no olvidar a tantísimas especies en vías de extinción.
– La palabra “esperanza” no está en mi diccionario. Muchas de las especies citadas en aquella letanía sin duda habrán desaparecido ya. Otras muchas estarán en peligro. La letanía dejaba abierta la posibilidad de que cada lector fuese sumando otras. Me preguntas si la poesía puede hacer algo al respecto. La poesía no; el poema tal vez sí. La poesía es poíesis: construcción, artefacto. El poema es el núcleo, lo que late en las palabras: el corazón del erizo, como decía Derrida, o el hálito del caracol, que es todo pulmón. En el mejor de los casos (cuando hay núcleo), el uso de las fórmulas retóricas o los malabarismos formales estorban, apagan el latido, enturbian el aire. Y muy a menudo, son lo único que hay, y el oyente –o el lector–sale de vacío. ¿Se da cuenta, en esos casos, el que se dice poeta, de que no transmite nada porque atendió más a la personal voluntad de escritura que a lo que realmente debiese de atender? El poema, cuando se da, no hace aspavientos. El caracol (la respiración, el pálpito) es uno con su concha: la forma viene dada, no ha de pretenderse. Para ello, hay que estar a la escucha, y esa es la tarea: ponerse a la escucha.
Así que, volviendo a tu pregunta: el poema puede hacer algo al respecto, sí, pero su público es limitado. Tengamos en cuenta que, hoy en día, cada persona recibe lo que sabe que le gusta. Una de las consecuencias más nefastas de la industria comercial es la retroalimentación: el individuo recibe tan solo más de lo mismo. Pocas brechas hay por las que nos pueda llegar algo distinto, algo que desconocemos y que nos abra, sorpresivamente, perspectivas diferentes.
– Sé que se alarga mucho este diálogo y aún no hemos hablado de La herida en la lengua ni de Medea, libro muy reciente, de 2020, con el que se cierra la antología. ¿Hacia qué direcciones nos conducen ambas obras?
– La herida en la lengua podría considerarse como un recorrido del yo al nosotros. Pero también del lenguaje en busca de sí mismo para decir la herida –la propia, la de todos– y termina en un balbuceo. Cómo pasar de la superficie (el lugar de la comunicación) al abajo y allí seguir contando. Cómo decir el abajo desde el abajo. Esa sería la pregunta. Una de ellas. Medea será la que, más tarde, vuelva de sus ínferos para hablar.
«UNA DE LAS CONSECUENCIAS MÁS NEFASTAS DE LA INDUSTRIA COMERCIAL ES LA RETROALIMENTACIÓN: EL INDIVIDUO RECIBE TAN SOLO MÁS DE LO MISMO. POCAS BRECHAS HAY POR LAS QUE NOS PUEDA LLEGAR ALGO DISTINTO, ALGO QUE DESCONOCEMOS Y QUE NOS ABRA, SORPRESIVAMENTE, PERSPECTIVAS DIFERENTES.»
– En Medea el gran tema es la compasión. Se trata de una entrega que anima a abandonar los prejuicios, a ponerse en la piel de los otros, incluso de los verdugos, para comprender, para mejor comprendernos. ¿Es en este punto en el que se encuentra ahora Chantal Maillard?
– No exactamente. La serie –inédita hasta la fecha– que cierra el volumen se llama Después de Medea. Indica una salida. Del yo lingüístico, en principio. El nosotros se amplia más allá de lo humano. El lenguaje de los árboles es algo fascinante. Muchos filósofos pensaron probar la superioridad de nuestra especie por su capacidad de lenguaje. Lo único que probaron con ello, en realidad, es nuestra incapacidad para comprender otros lenguajes. Queremos “entenderlos” y disponemos el oído lingüístico, del mismo modo que lo hacemos para descifrar nuestra sintaxis. No han sabido ladear la cabeza, inclinar el oído.

– Los versos y textos inéditos en prosa indagan en la búsqueda de lo desconocido, de lo extraño. Hay reflexiones sobre la poesía y la filosofía. ¿Qué las acerca, qué las aleja? “¿Qué tipo de paisaje le corresponde a la poesía y cuál a la filosofía?,” te preguntas. Es una cuestión central en tu trayectoria. ¿Cómo haces convivir ambos territorios; cómo se nutre el uno del otro?
– Sobre filosofía y poesía se ha escrito mucho. Casi siempre buscando un acercamiento. María Zambrano acertó mejor al distinguir entre ellas: la filosofía es búsqueda, la poesía es respuesta, decía. Ciertamente, se trata de dos actitudes diferentes. La primera dispone los instrumentos en la mesa y se dispone a analizar el objeto. Porque la filosofía siempre convierte en objeto aquello que investiga, y el que investiga, en sujeto. De esta manera crea una distancia. Ser objetivo es mirar a distancia. La escritura poemática, en cambio, es una escucha. Y cuanto más logre el que escribe vaciarse de sí mismo –y de su propia voluntad–, mayor será el campo de su atención. Mezclar las dos actitudes: la que investiga y la que atiende, la que busca y la que recibe, no suele dar buenos resultados. La bisagra es un límite extremadamente afilado: un momento de inatención y el pie resbala hacia uno u otro lado.
– Esta parte final se acompaña de unos dibujos muy misteriosos. ¿Qué supone para ti el dibujo, los trazos sin palabras? ¿Una mayor necesidad de silencio?
– Henri Michaux fue, durante años, en busca de una pre-lengua, una lengua que pudiese decir mejor la realidad tal como la percibía. Fracasó en el intento, así que abandonó el proyecto y se puso a pintar. Yo no sé pintar. Rara vez tengo ese impulso. Pero hay cosas que no caben en la lengua. O para las que no hay fuerzas suficientes. En los meses de tratamiento quimio y radioterápico que siguieron una intervención quirúrgica, me puse a dibujar mis sueños. Relatos oníricos que ocupaban el espacio del folio de acuerdo con la lógica del sueño. La claridad simbólica de mis sueños siempre me ha maravillado. Es otra traducción, no lingüística. Los pequeños dibujos de la primera serie que forman parte de los inéditos no son más que pequeños fragmentos, pero ya dicen más de lo que podría jamás haber escrito.
– Por último: ¿Quiénes son, además de los maestros orientales antiguos, esos otros autores que acompañan a Chantal Maillard en todo momento? Es evidente que su obra abre muchos diálogos, muchos espacios de complicidad. Yo he atisbado a John Cage y he vuelto a su Silencio; también al filósofo Jean-Luc Nancy y sus reflexiones sobre la fragilidad. He encontrado asimismo paralelismos con Josep Maria Esquirol y con Donna Haraway (su idea de “pensar, imaginar, tejer modos de vida en un planeta herido”). Me parece que este enriquecedor cauce de afinidades es una de las cosas más maravillosas de la creación y del acto de la lectura. ¿Estás de acuerdo?
– El pensamiento ocupa un espacio, es materia también. No ha de extrañarnos que percibamos de algún modo algo de lo que otros tejen en ese espacio; de ahí, quizás, las confluencias. Tengo por principio no leer en las épocas de escritura. Y, a la vejez, prefiero la compañía de los mirlos, los cernícalos que pronto volverán a anidar en mi terraza y de los que estoy aprendiendo el idioma, los árboles, que hablan “claro y distinto” como quería Leibniz que hiciese la razón, y, por supuesto, las nubes, que cada día me dibujan un horizonte distinto. Hay un tiempo para crecer y otro para menguar; un tiempo para hablar y otro para callar. Para acallar la mente es preciso dejar de alimentarla. Y esto es lo que toca ahora.

Lo que el pájaro bebe en la fuente. Poesía reunida 2004-2020, ha sido publicado por Galaxia Gutenberg. Las composiciones de Chantal Maillard se acompañan de un estudio preliminar de Virginia Trueba Mira y de una posdata de Miguel Morey. En el mismo sello se ha editado el ensayo Las venas del dragón.
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