Chantal Maillard: “La palabra esperanza no está en mi diccionario”

Chantal Maillard. Foto de Bernabé Fernández.

EMMA RODRÍGUEZ © 2022 /

La experiencia de leer la poesía de Chantal Maillard es como emprender un recorrido que tiene principio, el momento en que abrimos la primera página de sus libros, pero cuyo final somos incapaces de atisbar porque no sabemos hacia dónde nos dirigirá la lectura, qué nos hemos de encontrar. Aunque esto suceda con toda obra literaria, en la poesía esa sensación de pérdida, de búsqueda, se acentúa, y en el territorio concreto de Maillard, aún más. Tal vez hallemos en alguna esquina de sus páginas un simple reflejo, un fogonazo de luz, un hueco por el que introducirnos, un alivio. Tal vez una palabra capaz de perturbar o aquietar el ánimo. Tal vez la impresión de un paisaje, de un instante, de una ráfaga de viento. Tal vez un momento de silencio, de calma.

Esa sensación de extravío, de tanteo, de la que os hablo, se intensifica aún más cuando accedemos a la continuidad de un discurrir poético lleno de pasadizos que se conectan, de ventanas desde las que observar detenidamente. Un devenir que puede conducirnos, si anhelamos profundizar más, hacia libros de ensayo y diarios salidos de la misma mano. Lo que el pájaro bebe en la fuente y no es el agua es el título de la poesía reunida de Maillard, que Galaxia Gutenberg acaba de poner en las librerías, una hermosa edición que incluye una parte de inéditos y se acompaña de ilustraciones, de sutiles y enigmáticos dibujos, algunos de la propia autora. 

La entrega, que recoge libros publicados entre 2004 a 2020 y traza un itinerario que comienza con Matar a Platón y concluye con Medea, permite un acercamiento con perspectiva a una obra que cultiva el autoconocimiento y el abrazo; que se adentra y nos anima a adentrarnos, a dejarnos llevar por una corriente de imágenes, de momentos que se suceden, de variaciones, de tramas superpuestas, de impactos, de revelaciones, de emociones en las que poder reconocernos, hermanarnos. La compasión es el hilo grueso que va uniendo las distintas partes de un recorrido en el que entran la culpa, el miedo, el grito, la muerte, la pérdida, el duelo… Y también el “esfuerzo por sobrevivir”, la necesidad de sosiego, “la luz, el pájaro, el aire”.

La herida atraviesa un camino de casi dos décadas, como señala en el esclarecedor estudio preliminar Virginia Trueba Mir, quien alude a unos versos incluidos en Medea: “Algo a veces acontece / que lo revuelve todo” para dar cuenta de dos momentos esenciales, definitivos en la vida y en la escritura de Maillard: una grave enfermedad, a finales de 1999, y el suicidio de uno de sus hijos en 2003. Circunstancias dolorosas, extremas, que indudablemente marcan el rumbo y los motivos de una obra que busca sentidos entre las sombras, entre lo que no se deja ver ni tocar. Una indagación en lo profundo del ser, en las eternas preguntas sobre la existencia, realizada mediante el cultivo de un lenguaje sin grandilocuencias, despojado de adornos banales, que parece nuevo en sus hallazgos, en sus combinaciones.

LA COMPASIÓN ES EL HILO GRUESO QUE VA UNIENDO LAS DISTINTAS PARTES DE UN RECORRIDO EN EL QUE ENTRAN LA CULPA, EL MIEDO, EL GRITO, LA MUERTE, LA PÉRDIDA, EL DUELO… Y TAMBIÉN EL “ESFUERZO POR SOBREVIVIR”, LA NECESIDAD DE SOSIEGO, “LA LUZ, EL PÁJARO, EL AIRE”.

Si tuviera que decir a alguien que aún no conozca a Chantal Maillard algo sobre ella, dejaría de lado los datos y detalles biográficos y le llevaría de la mano hasta una de sus piezas, Escribir, que acompaña al relato poético que es Matar a Platón. Intensa, deslumbrante, conmovedora, con unos impactantes cambios de registro, es una especie de autorretrato de la autora, de sus motivaciones, de lo que siente y busca con la escritura. Tomo aquí algunas de sus partes:

“Escribir / para curar / en la carne abierta / en el dolor de todos / en esa muerte que mana / en mí y es la de todos”

“escribir / como quien des-espera / para cauterizar / para tomarle las medidas al miedo / para conjurar / para morder de nuevo el anzuelo de la vida / para no claudicar”

“escribir / “otoño” / para recordar cómo / uníamos castañas con palillos de dientes / y surgían princesas y perros y dragones / y mi madre era hermosa / y ¿quién sabe? tal vez / fue feliz, también ella / ese día”

“escribir / porque es la forma más veloz / que tengo de moverme”

Si ese alguien quisiera saber más, le hablaría de mi propia experiencia. Le diría que ese poema tuvo un efecto sanador sobre mí un día, de los primeros del confinamiento por la pandemia de Covid-19, en que, a través de whatsapp, me llegó, como un milagro, leído por la autora, con su voz característica, con sus silencios. Y también que aún no he olvidado el impacto emocional que me produjo una de sus representaciones escénicas en torno a los textos que componen los diarios de IndiaMaillard (nacida en Bélgica en 1951, con nacionalidad española desde 1969) ama la experimentación, la ruptura de los límites. Su obra crece en muchas direcciones y su efecto, en mi opinión, se aviva cuando se escucha, cuando la vemos escenificada. Entonces el adentramiento puede llegar a ser instantáneo. 

Si ese alguien decidiese entonces tomar en las manos Lo que el pájaro bebe en la fuente y no es el agua y dejarse arrastrar por su corriente, le animaría alegremente a que lo hiciera, pero después de cerrar las puertas al ruido y a las prisas. «Lo que se nos entrega en el registro poemático ha de recibirse, como la música, en el lugar que le corresponde, más cuerpo y menos mente«, señala Chantal Maillard en el diálogo que se abre a continuación, un intercambio de preguntas y respuestas mantenido a través de correo electrónico.

Chantal Maillard durante la escenificación poético-musical de «Matar a Platón».

– La poesía reunida en Lo que el pájaro bebe en la fuente… abarca desde 2004 a 2020, dieciséis años de trayectoria, de vida. ¿Cómo te enfrentas a este recorrido, dónde está la Chantal Maillard de antes de Matar a Platón? ¿Por qué este libro inauguró un tiempo nuevo, supuso un punto de inflexión, como indica en el prólogo Virginia Trueba Mira? 

– La aportación y la compañía de Virginia Trueba y de Miguel Morey en estas páginas ha sido, para mí, un regalo y, para el libro, un complemento indispensable. Un libro de este tipo es itinerario y es bueno que alguien amigo te acompañe al final. Las fechas que constan en portada son las de la publicación del primero y último de los libros reunidos. Si atendemos a las fechas de redacción (1998-2018), el conjunto abarca en realidad dos décadas de mi vida. Pero lo que le proporciona unidad no es la cronología sino el tema. La pregunta por la compasión, la difícil compasión, atraviesa y vertebra el volumen desde el primer verso hasta el último. El daño y el castigo, la ceguera y la inocencia, el yo y sus ausencias, el hambre y la pérdida, todo ello desemboca finalmente en la misma pregunta: ¿Cómo compadecer? No pretendí que así fuera. Lo descubrí al reunir el material. Fuera quedó todo lo anterior.  

 El camino de tu poesía es un camino de autoconocimiento, una senda hacia la comprensión, hacia la compasión. ¿Te resulta fácil mirar atrás? ¿Tu obra, en todas sus vertientes, dice lo que eres, lo que has crecido, lo que has avanzado y aprendido?

– La escritura ha sido siempre, para mí, una vía de descubrimiento. Quien escribe se concentra, la atención se focaliza y las fuerzas se unifican en una sola dirección. (Es todo lo contrario de la dispersión que los dispositivos móviles favorecen ahora, y es por eso que, si no logramos utilizar los nuevos medios adecuadamente, la involución cognitiva está asegurada). Desde que tengo uso de razón quise averiguar de qué iba todo esto de existir y, con el tiempo, la escritura vino a formar parte de un método de observación. Observar el proceso mental y dar cuenta de ello es algo enormemente gratificante. Mis diarios son el testimonio de ese aprendizaje. Un aprendizaje que contradice el término “avance”, en realidad, pues llega un momento en que se trata más de soltar lastre que de acumular, de decrecer en soberbia, en importancia, en ambición, en posesiones. Disminuirse personal y colectivamente, además; el proceso es o debería ser el mismo.           

– ¿Qué te ha ido revelando el discurrir? ¿En qué medida tu lenguaje poético, tus ideales, se han ido transformando con los años?

– Los ideales son la grandilocuencia de las ideas. Suelen expresarse en conceptos que uniformizan y deforman la singularidad de lo existente.  Desde muy pequeña experimenté la necesidad de saber. Algo había que debía comprender, algo en principio muy vago, que tenía que ver con lo que somos, con lo que es la realidad o el existir. No era ningún ideal, era una voluntad encaminada hacia un fin. La naturaleza del saber que buscaba era, en esos inicios, algo bastante vago. (No sabría, hasta mucho más tarde, que Aristóteles había definido la “filosofía primera”, la que pregunta por la raíz de lo real, como “el saber que se busca”). Lo único que sabía, a ciencia cierta, es lo que no era. Así que fui descartando. Busqué en las diversas mitologías, en la filosofía, en la psicología, en las antiguas sabidurías de los distintos continentes y en sus prácticas. Con el tiempo comprendí que la respuesta no se daría por medio del raciocinio, aunque este pudiese servir para desbrozar las vías (léase eliminar opiniones, creencias y demás perturbaciones). Así que bajé de los empíreos, eliminé las mayúsculas, vacié la mochila, invertí la mirada y me puse a la escucha. La voz poemática tiene sus particularidades. Más bien habla al margen de mí. A veces es anciana, a veces sabia, a veces balbucea, a veces danza. Soy yo la que aprende de ella. La vía discursiva se da de otra manera, mucho más explícita y, por tanto, también más limitada.   

«LA ESCRITURA HA SIDO SIEMPRE, PARA MÍ, UNA VÍA DE DESCUBRIMIENTO. DESDE QUE TENGO USO DE RAZÓN QUISE AVERIGUAR DE QUÉ IBA TODO ESTO DE EXISTIR Y, CON EL TIEMPO, LA ESCRITURA VINO A FORMAR PARTE DE UN MÉTODO DE OBSERVACIÓN», SEÑALA CHANTAL MAILLARD.

– El título de la antología es precioso. ¿En qué medida sirve para englobar todo el recorrido? ¿O es una sugerencia, una invitación a adentrarse, a buscar lo no evidente?

– Al final del volumen hay unos textos en prosa. Los hemos elegido porque procuran algunas claves para entender la escritura poética desde mi perspectiva. Uno de ellos responde al título del libro. Y dado que una pequeña dosis de misterio nunca viene mal, no diré aquí nada más al respecto. 

– Empecemos con Matar a Platón. ¿Puedes volver al momento en que lo escribiste? ¿Qué sentías, qué te motivaba? ¿En qué medida la escritura de este libro fue una manera de resistir a las heridas de la enfermedad, de la pérdida, del duelo? 

De este libro, en realidad, tan sólo el poema Escribir, que lo concluye, tiene que ver con el dolor y, concretamente, con el cuerpo malherido. La primera parte, que da título al libro, fue compuesta tres años antes. Recuerdo que lo escribí en quince días, en Isla Canela (Huelva), durante el mes de julio de 1998. Una simple frase de Musil desencadenó la serie de poemas que describen lo que ocurre alrededor de un hombre que es aplastado por un camión. Cada poema es una escena en la que intervienen uno o más personajes. También los espectadores (oyentes o lectores) y el propio autor, incluso, se convierten en parte de la historia. He de decir que me lo pasé muy bien, fue una escritura lúdica, a pesar del tema. Tres años más tarde, en circunstancias muy distintas, utilicé la escritura para desviar mi atención de los dolores insoportables que padecía por aquel entonces.  

«LA VOZ POEMÁTICA TIENE SUS PARTICULARIDADES. MÁS BIEN HABLA AL MARGEN DE MÍ. A VECES ES ANCIANA, A VECES SABIA, A VECES BALBUCEA, A VECES DANZA. SOY YO LA QUE APRENDE DE ELLA. LA VÍA DISCURSIVA SE DA DE OTRA MANERA, MUCHO MÁS EXPLÍCITA Y, POR TANTO, TAMBIÉN MÁS LIMITADA», EXPLICA LA AUTORA.  

– “La palabra herida atraviesa de principio a fin la escritura de Chantal Maillard”, señala Virginia Trueba. “(…) La herida nos precede / no inventamos la herida, venimos / a ella y la reconocemos”, leemos en el poema 26 de Matar a Platón. ¿Puedes reflexionar sobre ello?

– Hay, en el fondo de cada cual, un lugar que a todos pertenece. Cuando penetramos en él con la atención despierta, el yo desaparece. Somos más de una/o, somos todas/os. Ese lugar (intuido a veces con una evidencia que la razón no alcanza) tiene también varios niveles, y cuanto más abajo, más se diluyen las diferencias. Algunas experiencias pueden ser guía, si la conciencia atiende en el proceso. El dolor es una de ellas. La herida nos atañe a todos. Pero me pides explicación… Lo que dice el poema –cuando de verdad dice algo– no ha de explicarse: la explicación mata al poema. Es como llevar al erizo (así llamaba Derrida al poema) bajo la luz para que la mente racional lo diseccione. Por mucho que trate de recomponerlo luego con hilo de sutura, el erizo está muerto. Nunca podremos ver más allá de sus cicatrices, los límites del lenguaje. Lo que podría habernos desvelado se pierde para siempre. Lo que se nos entrega en el registro poemático ha de recibirse, como la música, en el lugar que le corresponde, más cuerpo y menos mente. 

Chantal Maillard. Foto de Bernabé Fernández.

– Cuando leo los poemas aquí reunidos, vistos con la perspectiva del tiempo, de la visión de conjunto, tengo la impresión, de que las heridas personales se van tornando en colectivas; que es en las heridas donde nos hermanamos. Y también en las emociones más intensas que emanan o conducen a ellas: la culpa, el miedo, el vértigo ante el dolor, ante lo desconocido.

– Efectivamente. Por eso entendí que la idea de reunir estos libros y no otros me pareció importante. Si reunimos material en torno a un tema hacemos un libro distinto de sus partes, un libro con un argumento, y el tema es lo que interesa. Si, por el contrario, compilamos el material poético de un autor, el propio autor es lo que se convierte en tema. 

– La poesía como espacio de aproximación, de abrazo, de diálogo. ¿Crees que juntos, en comunidad, somos capaces de entender, de aceptar, de asumir mejor nuestra fragilidad? 

– En comunidad se generan las guerras, en comunidad se juzga, se decreta, se castiga, en comunidad se danza, se copula, se mata. Todo lo que hace el humano lo hace en comunidad. Salvo bajar a los ínferos y comprenderse a sí mismo. Eso se hace en solitario. Otra cosa es que, en la bajada, uno atraviese distintos planos de conciencia y termine encontrándose con el lugar donde se gestan todas las modalidades de la emoción y, por tanto, todas las acciones. Si alguien baja hasta allí, comprenderá que es un lugar común (a todos) y el yo con el que llegó se convertirá en un nosotros. Aceptar la fragilidad es tomar conciencia de que la muerte, que se declina en singular, forma parte de la vida.

– Durante lo más duro del confinamiento, de la pandemia, con tantas pérdidas alrededor, recuerdo un poema que enviaste, una tarde lluviosa, a tus contactos a través de WhatsApp. Para mí, personalmente, esa voz que leía, las palabras con su verdad, fueron un consuelo, una compañía en momentos difíciles. ¿Cómo viviste esa experiencia y cómo estás viviendo todo lo que ha supuesto y sigue suponiendo? ¿Crees que algo así debería habernos transformado, habernos dirigido hacia un sentimiento de comunidad fortalecido, en la dirección de los cuidados, de una mayor conciencia del daño que, con nuestro tipo de vida capitalista, infligimos al planeta? ¿Te sientes desencantada?

– Verás, sólo se decepciona o se desencanta aquel que espera lo que no debería esperar. Si conoces a alguien tendrás cuidado de no pedirle lo que no puede darte. Cuestión de respeto. Si sabes lo que puede dar, sabes también lo que puedes o no puedes esperar. Cuestión de conocimiento. Así que no, no me siento desencantada. Era previsible que esta situación no cambiaría las cosas. Cuantas más penalidades sufre un animal humano, cuantos más temores, más ganas tiene de salir brincando y volver al estado anterior, ese al que llama “vida normal”. La conciencia de la fragilidad es dura de sobrellevar cuando es permanente. En cuanto a mí, no tuve ese problema: la conciencia de mi fragilidad me acompaña, a la fuerza, en todo momento. Y no es un mal.        

– El poema al que he hecho referencia es Escribir.  Largo y profundo es uno de mis favoritos de todo el recorrido. Creo que, en cierto modo, es un autorretrato de Chantal Maillard, de su relación con la escritura. “Escribir para rebelarse”. “Escribir para hacer de la inutilidad un manantial”. “Escribir porque es la forma más veloz que tengo de moverme”. ¿Qué significa para ti? ¿En qué circunstancias, de qué pulsiones, surgió?

– Escribía por todas y cada una de las razones que el poema invoca. A modo de conjuro, de exorcismo, para desviar la mente hacia otra cosa que no fuese el dolor. Escribir era, literalmente, la forma más veloz que tenía de moverme. Gota a gota, día tras día, una gota cada día. Los versos eran, en el cuaderno, como el agua de un grifo que, a pesar de haberse cerrado, sigue goteando en la bañera. Y así, con esa lentitud, daba constancia del tiempo, o lo construía. El verso que citas al final es literal: escribir era la forma más veloz que tenía de moverme

«CUANTAS MÁS PENALIDADES SUFRE UN ANIMAL HUMANO, CUANTOS MÁS TEMORES, MÁS GANAS TIENE DE SALIR BRINCANDO Y VOLVER AL ESTADO ANTERIOR, ESE AL QUE LLAMA “VIDA NORMAL”. LA CONCIENCIA DE LA FRAGILIDAD ES DURA DE SOBRELLEVAR CUANDO ES PERMANENTE».

– Esta composición habla del hecho de escribir, pero en el acto de escribir cabe todo. El poema se abre al miedo, al grito, a la angustia, a la culpa, a la muerte; también al crecimiento, a la luz… Es una especie de narración, una oración. 

– Es simplemente lo único que podía hacer para mantenerme viva. Pero, a veces, la escritura te descubre dimensiones insospechadas. La felicidad, la alegría, son más individuales que la pena o el dolor; más egoístas también. Quizás porque celebran la vida, y esta se perpetúa en las formas individuales. La pena, en cambio, o el dolor, dan cuenta de la caducidad, la involución que toda vida entraña, el morir que nos devuelve al lugar común, indistinto, sin forma, sin límites, del que emergemos al nacer. Evidentemente estas son maneras de decir; todo es, siempre, una manera de decir. Simplemente, lo que ocurrió en esa época, es que la escritura me abrió una dimensión de la que, hasta entonces, salvo en lo teórico, no había tomado conciencia, o no de modo tan abrupto, tan evidente. Todxs estábamos en mí, o mejor dicho, yo era todxs nosotros. Pero todo ello está, como siempre, mucho mejor expresado en el poema. 

– En tu obra, poemas, diarios, ensayos, hay una gran coherencia. Todo se comunica, unas sendas llevan a otras, los hilos se van trenzando, conduciéndonos hacia el sentido, la revelación. Es como un adentrarse para atisbar algo, tal vez un simple reflejo que no somos capaces de ver con claridad, una necesidad de perderse. ¿Es una búsqueda consciente? 

– Ensayo, prosa o poema son formas distintas de aproximación a lo mismo, sin duda, y es cierto que, al final, se traza un laberinto. Los diarios aportan el contexto que el poema pierde –o gana, según se vea– en su elaboración. El ensayo reflexiona: vuelve a flexionarse sobre el tema tratando de reflejar en otro plano mucho más limitado –el del discurso racional en el que, por lo general, nos movemos–, aquello que el poema o la prosa híbrida sugiere o le presenta a la intuición. Entre las tres modalidades hay túneles, pasadizos que permiten, a quienes decidan adentrarse con tiempo y la atención adecuada, unificar los reinos. No es algo que se haga de forma consciente, no. Se va haciendo. Lo único consciente es el procedimiento que a cada modalidad le corresponde. 

– Justo esta antología aparece después de la publicación de Las venas del dragón, una interesantísima aproximación a las filosofías orientales, el confucianismo, el taoísmo, el budismo. En la nota introductoria señalas que mirar a las antiguas sabidurías nos puede ayudar a “revisar nuestros modelos de pensamiento”, para poder remediar, en la medida de lo posible, todo el daño causado al planeta. ¿Cómo inculcar algo de esa sabiduría a sociedades tan anuladas por las prisas, por la productividad, por el ansia, por el ritmo tecnológico?

– Partamos de la base de que Oriente es muchos Orientes, y muy diversos. Solemos meterlos todos en un mismo saco, pero, evidentemente, no es lo mismo el Próximo Oriente que el Extremo Oriente, ni tiene que ver el Cáucaso, por poner un ejemplo, con el sudeste asiático. Las venas del dragón tiene que ver con la antigua China, con su cosmología ancestral y las tres corrientes de pensamiento (dos autóctonas, la tercera, importada de India) que tuvieron allí la oportunidad de encontrarse y desarrollarse conjuntamente a partir del siglo VI a.n.e.. Un gobierno administrado por personas entrenadas en el dominio de sus pasiones (confucianismo), la comprensión de la complejidad natural, transformativa e interdependiente, de la que formamos parte (taoísmo) y un conocimiento de nuestros procesos mentales (budismo) me parecieron ser tres claves imprescindibles para enderezar el rumbo. Esto no será posible si seguimos anclados en una ideología mítica estancada en el antropocentrismo y la idea absurda de una identidad personal permanente. Desde épocas ancestrales, los chinos concibieron el universo como un sistema de resonancias de fuerzas activas en perpetua mutación en el que nada actúa por separado y en el que todo es complementario. En estos momentos, necesitamos urgentemente una eco-sofía: una sabiduría del hábitat (oikos), que reemplace el discurso eco-lógico y una ethopolítica que reemplace en la práctica la eco-nomía: la gestión numérica (nomos) del hábitat. Pensé que, para este cambio, sería útil dar a conocer las líneas de una de las cosmologías más sugerentes que podamos conocer. Lo demás, es cosa de cada cual.          

«EL CONFUCIANISMO, EL TAOÍSMO Y EL BUDISMO ME PARECIERON TRES CLAVES IMPRESCINDIBLES PARA ENDEREZAR EL RUMBO. ESTO NO SERÁ POSIBLE SI SEGUIMOS ANCLADOS EN UNA IDEOLOGÍA MÍTICA ESTANCADA EN EL ANTROPOCENTRISMO Y LA IDEA ABSURDA DE UNA IDENTIDAD PERSONAL PERMANENTE».

– Me ha resultado muy grato, enriquecedor, leer ambos libros casi en paralelo, y volver a pasar las páginas de los diarios de India. Las enseñanzas de la antigua China nutren toda la poesía de Chantal Maillard. La aproximación a ellas es evidente en todos los escalones del recorrido. En Hilos, entrega de 2007se alude a la conciencia de la continuidad, al desprendimiento del yo, al silencio, a la calma, al aquí, al fluir… Los versos de La luz, el aire, el pájaro, resultan muy significativos al respecto. “(…) Aceptad mi silencio: lo mejor / de mí. Huid del soplo que pronuncia, / en mi boca, / la amarga condición de lo humano. / Y, entretanto, dejadme contemplar / el vuelo de la ropa / tendida en las ventanas”. 

– Los versos dicen lo que dicen. No hay retórica en ellos. Cierto es que la experiencia india me aportó mucho en ese sentido. Vivir frente al Ganges, el río que todo se lo lleva: las hojas de baniano con el fuego de las ofrendas, los muertos, la espuma del jabón de los baños matinales, las cenizas de los fogones, las barcas… hace que, al final, termines pareciéndote a él, adoptas su ritmo, su flujo, su calma, cierta indiferencia (o no-diferencia) ante tu propio pasar. Pero ¿quién no ha contemplado alguna vez el vuelo de la ropa tendida? ¿Quién no se ha abandonado alguna vez a sí mismo en un objeto en movimiento, perdido de sí, con la mente en blanco? Para comprender un poema hay que disponerse de una cierta manera, oblicuamente, diría, inclinar el oído. Algo, entonces, acontece. Una resonancia. Y esto es suficiente. 

En cuanto a Hilos, es fundamentalmente una puesta en práctica del método de observación del que doy las claves en la introducción a mis Diarios reunidos (La arena entre los dedos), con uno de los cuales, (Husos, notas al margen) está ligado el libro Hilos. Ambos libros son cuadernos de duelo. La observación de la mente, en tales circunstancias, resulta extremadamente útil.  

– Háblame de Cualpresente en la segunda parte de Hilos. ¿Qué quieres representar, decir, con este personaje al que has recurrido en más de una ocasión? 

– No es ninguna representación. Cual surgió en un momento dado y me acompañó. Digamos que es algo así como un alter ego. Hainuwele lo fue también, en el pasado. Ahora es Medea quien habla. Épocas distintas adoptan voces distintas. Suelo decir que Cual es lo mejor de mí. Inocente, cuasi animal, casi autista entre humanos, se encuentra bien tan sólo en los parajes naturales. Vuelto hacia las nubes, espera la tormenta, en el solsticio danza, atiende al aguijón de la avispa en su cráneo, descansa a la sombra de una vaca… Cual es un ser menguante, y por ello me enseña (todos mis alter ego han sido mis maestros, en realidad). Menguar es reducir el movimiento. El del ánimo, continuamente inquieto, y el de la mente, dispuesta siempre a emitir juicios. Curar la incontinencia de la habladora, como suelo decir. Y, luego, olvidarse en cualquier hueco, en cualquier intersticio de la roca, en cualquier grieta. Recuperar el animal que somos, su inocencia. Adelgazar el . Los poemas de Cual son desapariciones, fugacidades a modo de fotogramas. En Cual menguando también son fugas, en la doble acepción de la palabra.         

Chantal Maillard y la actriz Claudia Faci durante la representación de «Acerca de Cual», breve pieza musical perteneciente al libro «Cual menguando».

– Hablábamos antes del daño al planeta, de la crisis ecosocial en la que estamos inmersos. ¿Ves horizontes de esperanza? ¿Qué puede hacer la poesía al respecto? ¿Crees que una letanía como La tierra prometida puede ayudar a despertar conciencias? Hablas de “un monumento para la memoria”, para no olvidar a tantísimas especies en vías de extinción.

– La palabra “esperanza” no está en mi diccionario. Muchas de las especies citadas en aquella letanía sin duda habrán desaparecido ya. Otras muchas estarán en peligro. La letanía dejaba abierta la posibilidad de que cada lector fuese sumando otras. Me preguntas si la poesía puede hacer algo al respecto. La poesía no; el poema tal vez sí. La poesía es poíesis: construcción, artefacto. El poema es el núcleo, lo que late en las palabras: el corazón del erizo, como decía Derrida, o el hálito del caracol, que es todo pulmón. En el mejor de los casos (cuando hay núcleo), el uso de las fórmulas retóricas o los malabarismos formales estorban, apagan el latido, enturbian el aire. Y muy a menudo, son lo único que hay, y el oyente –o el lector–sale de vacío. ¿Se da cuenta, en esos casos, el que se dice poeta, de que no transmite nada porque atendió más a la personal voluntad de escritura que a lo que realmente debiese de atender? El poema, cuando se da, no hace aspavientos. El caracol (la respiración, el pálpito) es uno con su concha: la forma viene dada, no ha de pretenderse. Para ello, hay que estar a la escucha, y esa es la tarea: ponerse a la escucha. 

Así que, volviendo a tu pregunta: el poema puede hacer algo al respecto, sí, pero su público es limitado. Tengamos en cuenta que, hoy en día, cada persona recibe lo que sabe que le gusta. Una de las consecuencias más nefastas de la industria comercial es la retroalimentación: el individuo recibe tan solo más de lo mismo. Pocas brechas hay por las que nos pueda llegar algo distinto, algo que desconocemos y que nos abra, sorpresivamente, perspectivas diferentes.     

– Sé que se alarga mucho este diálogo y aún no hemos hablado de La herida en la lengua ni de Medea, libro muy reciente, de 2020, con el que se cierra la antología. ¿Hacia qué direcciones nos conducen ambas obras?

– La herida en la lengua podría considerarse como un recorrido del yo al nosotros. Pero también del lenguaje en busca de sí mismo para decir la herida –la propia, la de todos– y termina en un balbuceo. Cómo pasar de la superficie (el lugar de la comunicación) al abajo y allí seguir contando. Cómo decir el abajo desde el abajo. Esa sería la pregunta. Una de ellas. Medea será la que, más tarde, vuelva de sus ínferos para hablar.      

«UNA DE LAS CONSECUENCIAS MÁS NEFASTAS DE LA INDUSTRIA COMERCIAL ES LA RETROALIMENTACIÓN: EL INDIVIDUO RECIBE TAN SOLO MÁS DE LO MISMO. POCAS BRECHAS HAY POR LAS QUE NOS PUEDA LLEGAR ALGO DISTINTO, ALGO QUE DESCONOCEMOS Y QUE NOS ABRA, SORPRESIVAMENTE, PERSPECTIVAS DIFERENTES.»     

– En Medea el gran tema es la compasión. Se trata de una entrega que anima a abandonar los prejuicios, a ponerse en la piel de los otros, incluso de los verdugos, para comprender, para mejor comprendernos. ¿Es en este punto en el que se encuentra ahora Chantal Maillard?  

– No exactamente. La serie –inédita hasta la fecha– que cierra el volumen se llama Después de Medea. Indica una salida. Del yo lingüístico, en principio. El nosotros se amplia más allá de lo humano. El lenguaje de los árboles es algo fascinante. Muchos filósofos pensaron probar la superioridad de nuestra especie por su capacidad de lenguaje. Lo único que probaron con ello, en realidad, es nuestra incapacidad para comprender otros lenguajes. Queremos “entenderlos” y disponemos el oído lingüístico, del mismo modo que lo hacemos para descifrar nuestra sintaxis. No han sabido ladear la cabeza, inclinar el oído.      

Otro momento de Maillard en escena, poniendo voz a los poemas de «Matar a Platón».

– Los versos y textos inéditos en prosa indagan en la búsqueda de lo desconocido, de lo extraño. Hay reflexiones sobre la poesía y la filosofía. ¿Qué las acerca, qué las aleja? “¿Qué tipo de paisaje le corresponde a la poesía y cuál a la filosofía?,” te preguntas. Es una cuestión central en tu trayectoria. ¿Cómo haces convivir ambos territorios; cómo se nutre el uno del otro?

– Sobre filosofía y poesía se ha escrito mucho. Casi siempre buscando un acercamiento. María Zambrano acertó mejor al distinguir entre ellas: la filosofía es búsqueda, la poesía es respuesta, decía. Ciertamente, se trata de dos actitudes diferentes. La primera dispone los instrumentos en la mesa y se dispone a analizar el objeto. Porque la filosofía siempre convierte en objeto aquello que investiga, y el que investiga, en sujeto. De esta manera crea una distancia. Ser objetivo es mirar a distancia. La escritura poemática, en cambio, es una escucha. Y cuanto más logre el que escribe vaciarse de sí mismo –y de su propia voluntad–, mayor será el campo de su atención. Mezclar las dos actitudes: la que investiga y la que atiende, la que busca y la que recibe, no suele dar buenos resultados. La bisagra es un límite extremadamente afilado: un momento de inatención y el pie resbala hacia uno u otro lado. 

– Esta parte final se acompaña de unos dibujos muy misteriosos. ¿Qué supone para ti el dibujo, los trazos sin palabras? ¿Una mayor necesidad de silencio?

– Henri Michaux fue, durante años, en busca de una pre-lengua, una lengua que pudiese decir mejor la realidad tal como la percibía. Fracasó en el intento, así que abandonó el proyecto y se puso a pintar. Yo no sé pintar. Rara vez tengo ese impulso. Pero hay cosas que no caben en la lengua. O para las que no hay fuerzas suficientes. En los meses de tratamiento quimio y radioterápico que siguieron una intervención quirúrgica, me puse a dibujar mis sueños. Relatos oníricos que ocupaban el espacio del folio de acuerdo con la lógica del sueño. La claridad simbólica de mis sueños siempre me ha maravillado. Es otra traducción, no lingüística. Los pequeños dibujos de la primera serie que forman parte de los inéditos no son más que pequeños fragmentos, pero ya dicen más de lo que podría jamás haber escrito.  

– Por último: ¿Quiénes son, además de los maestros orientales antiguos, esos otros autores que acompañan a Chantal Maillard en todo momento? Es evidente que su obra abre muchos diálogos, muchos espacios de complicidad. Yo he atisbado a John Cage y he vuelto a su Silencio; también al filósofo Jean-Luc Nancy y sus reflexiones sobre la fragilidad. He encontrado asimismo paralelismos con Josep Maria Esquirol y con Donna Haraway (su idea de “pensar, imaginar, tejer modos de vida en un planeta herido”). Me parece que este enriquecedor cauce de afinidades es una de las cosas más maravillosas de la creación y del acto de la lectura. ¿Estás de acuerdo?

– El pensamiento ocupa un espacio, es materia también. No ha de extrañarnos que percibamos de algún modo algo de lo que otros tejen en ese espacio; de ahí, quizás, las confluencias. Tengo por principio no leer en las épocas de escritura. Y, a la vejez, prefiero la compañía de los mirlos, los cernícalos que pronto volverán a anidar en mi terraza y de los que estoy aprendiendo el idioma, los árboles, que hablan “claro y distinto” como quería Leibniz que hiciese la razón, y, por supuesto, las nubes, que cada día me dibujan un horizonte distinto. Hay un tiempo para crecer y otro para menguar; un tiempo para hablar y otro para callar. Para acallar la mente es preciso dejar de alimentarla. Y esto es lo que toca ahora.

Chantal Maillard. Foto por Anna Oswaldo Cruz.

Lo que el pájaro bebe en la fuente. Poesía reunida 2004-2020, ha sido publicado por Galaxia Gutenberg. Las composiciones de Chantal Maillard se acompañan de un estudio preliminar de Virginia Trueba Mira y de una posdata de Miguel Morey. En el mismo sello se ha editado el ensayo Las venas del dragón.

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Lo que el pájaro bebe en la fuente y no es el agua: la poesía reunida de Chantal Maillard

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Chantal Maillard reúne sus poemas en Lo que el pájaro bebe en la fuente y no es el agua. Más de 800 páginas al cuidado de una de las grandes conocedoras de su obra, la profesora Virginia Trueba, que introduce el volumen con un pormenorizado estudio preliminar. Lo acompaña una Posdata del filósofo Miguel Morey.

Pasar entre las formas como un animal entre la hierba, quedando tan solo la fragancia en su pelaje. Aspiro a ser el humilde aprendiz de ese animal.Así define Chantal Maillard (Bruselas, 1951) la labor de escritura que arrancó hace casi tres décadas y con la que ha fundado un territorio híbrido, abierto, fronterizo, entre la poesía y la filosofía, el ensayo y la reflexión diarística, lo personal y lo colectivo, lo humano y lo no humano… La obra de Maillard aspira a encarnar el trabajo de la conciencia y al mismo tiempo a curarnos de nuestra ceguera como especie, nuestro orgullo desmedido. Este volumen, que reúne la obra estrictamente poética compuesta en lo que llevamos de siglo, de Matar a Platón (2004; Premio Nacional de Poesía) en adelante, es una lección de vida y pensamiento, capaz de iluminarnos y darnos consuelo, alivio. Lo dice ella misma: ‘Escribo para que el agua envenenada pueda beberse’.

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«Lo que bebe el pájaro lo encontramos en pequeños indicios, muchos de ellos cotidianos, y también en grandes sucesos, siempre que sepamos eliminar en ellos la grandiosidad. Lo que bebe el pájaro, lo que quisiera beber, es lo que acontece sin que medie en ello razón alguna, dada que la razón, tanto en su uso común como en el científico, arbóreo o plano, siempre trabaja atendiendo a resultados. Digamos que lo que bebe el pájaro es un trazo o una estela, la de un punto en movimiento. El pájaro lo encuentra porque está sediento.» (‘El pájaro. Variaciones sobre poesía y pensamiento’ en ‘La baba del caracol’)

Chantal Maillard, Lo que bebe el pájaro en la fuente y no es el agua. Poesía reunida 2004-2020. Galaxia Gutenberg, 2022.

En librerías el 2 de febrero 2022

Cristina Peri Rossi, Premio Cervantes 2021

Cristina Peri Rossi nació el 12 de noviembre de 1941 en Montevideo (Uruguay); es una escritora que cultiva la narrativa y la poesía.
Durante la dictadura militar de Uruguay se exilió en España, país donde vive desde entonces y donde ha trabajado como articulista en diferentes publicaciones tales como “El País” y “El Mundo”. Como escritora se ha destacado por su obra “La nave de los locos“, una obra que deja en evidencia los crímenes de las dictaduras militares en latinoamérica, con una visión un tanto surrealista.
En lo que se refiere a poesía, en el 2008 recibió el Premio Loewe con su obra “Play Station“. Otras de sus obras publicadas son “Descripción de un naufragio” y “Europa después de la lluvia“, “Invitación” y “Palabra“.
Cristina asegura que su casa es la literatura, que no sabe vivir en este sistema para ganar dinero y que por eso se aferra a las letras porque está convencida de que es lo único que no pueden arrebatarle. Y esa pasión y esa entrega son las responsables de que haya podido conquistar tierras extranjeras, consiguiendo que sus creaciones trascendieran el espacio.
Actualmente vive en Barcelona, ciudad donde su labor en los medios es muy significativa, y continúa escribiendo y aportando su granito de arena para que crezca la literatura hispana.

Mi casa es la escritura

En los últimos años

he vivido en más de cien hoteles diferentes

(Algolquín, Hamilton, Humboldt, Los Linajes

Grand Palace, Víctor Alberto, Reina Sofía, City Park)

en ciudades alejadas entre sí

(Quebec y Berlín, Madrid y Montreal, Córdoba

y Valparaíso, París y Barcelona, Washington

y Montevideo)

.

siempre en tránsito

como los barcos y los trenes

metáforas de la vida

En un fluir constante

Ir y venir

.

No me creció una planta

no me creció un perro

.

Sólo me crecen los años y los libros

que dejo abandonados por cualquier parte

para que otro, otra

los lea sueñe con ellos

.

En los últimos años

he vivido en más de cien hoteles diferentes

en casas transitorias como días

fugaces como la memoria

.

¿cuál es mi casa?

¿dónde vivo?

Mi casa es la escritura

la habito como el hogar

de la hija descarriada

la pródiga

la que siempre vuelve para encontrar los rostros conocidos

el único fuego que no se extingue

.

Mi casa es la escritura

casa de cien puertas y ventanas

que se cierran y se abren alternadamente

Cuando pierdo una llave

encuentro otra

cuando se cierra una ventana

violo una puerta

Al fin

puta piadosa

como todas las putas

la escritura se abre de piernas

me acoge me recibe

me arropa me envuelve

me seduce me protege

madre omnipresente.

.

Mi casa es la escritura

sus salones sus rellanos

sus altillos sus puertas que se abren a otras puertas

sus pasillos que conducen a recámaras

llenas de espejos

donde yacer

con la única compañía que no falla Las palabras.

Cristina Peri Rossi, de Estrategias del deseo (2004)

Nomadland, de Chloé Zhao

Nomadland, 2020, Estados Unidos

Dirección y guión: Chloé Zhao

Basada en el libro de Jessica Bruder, Nomadland : Surviving America in the Twenty-First Century (País Nómada: supervivientes del siglo XXI, publicado en España por Capitán Swing.)

Música: Ludovico Einaudi

Fotografía: Joshua James Richards

Reparto: Frances McDormandDavid StrathairnLinda MayCharlene SwankieBob WellsGay DeForestPatricia Grier

Productora: Highwayman Films, Cor Cordium Productions, Hear/Say Productions. 

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Jorie Graham. Deprisa

Jorie Graham: Cenizas – Trianarts

En Deprisa Jorie Graham explora qué significa vivir y morir en el siglo XXI, ahora que la tecnología y la crisis medioambiental han transformado nuestra existencia. Al mismo tiempo que realiza una conmovedora elegía por sus padres e indaga en su propia finitud como individuo, Jorie Graham radiografía los sueños de la posthumanidad: la hibridez entre el hombre y la máquina, la proliferación de la inteligencia artificial, la metamorfosis de las emociones y de la conciencia a través de rutinas médicas e informáticas, la necesidad de redefinir la empatía y el contacto.


«… Mientras muere solo las manos de madre siguen
sin morir, cortando el aire…»
JG

«Cenizas»

Maniatada a una tromba. Pedí a las plantas que me dieran mi pequeña identidad. No, a los planetas.
Los que giran en arco, las flameantes entrañas de sus órbitas, y un gusano en una hoja, moho, campanas,
una pérgola—todo mutando—desplegándose—vaciándose en un poco más de vida célula tras
célula en el viento como este
sonido de garabatear en
papel. Creo que
estoy cayendo. Recuerdo la tierra. La marga se asienta
silenciosa, debajo de mí, esperando a hacer de nosotros lo que pueda, incluso humo, esperando a
convertirse en un nuevo lugar de origen, el otro fantasmal, trabado de entrada,
más entrada aún—me pasé la vida entrando—la cuestión del lugar pendiendo sobre mí
año tras año—yo desapareciendo pero casi aquí en espíritu, aún, muy dentro, muy atrás, detrás,
sabiendo que el insecto, el ave, el pez—no son allí sino víctimas—
que podría volverme cristal—que después nos volveríamos
deshielo—la morrena revelando agropiros, gramíneas, una prehistórica caricia materna
congelada—o un dedo
a punto de tocar
una tranquila piel, de recorrer su polvo, la uña inquietando el filo del
aire, rastreando su absurdo y perpetuamente imaginado
final—saltando—aterrizando al tacto. Una mano. Sobre quién. Un surco recorrido donde un dios
muere. Y sedoso antes de amoratado. Un universo puede morir. Lo que siempre podíamos tener, o ser
un cuerpo. Luego agarrado por la cabellera
e incrustado a presión en la
existencia. Una. Ahora intenta escuchar los pinos, la floración, su destello, la salvaje tos del
mar, meandro de cada río, torbellino de meandros—escucha—oye todas las pieles en maraña,
incesantes—oye una piel que se cierra aprisionando lo que ya dejó de estar
ausente.
Aquí estás dice una voz en la luz, la luz atrapada. Sé feliz.

Jorie Graham

«Deprisa», 2017
Traducción y prólogo de Rubén Martín y Antonio F. Rodríguez
Bartleby Editores, 2020

deprisa

Reseña de Santos Domínguez Ramos, en su blog Encuentros de Lecturas, de Deprisa: AQUÍ

Nota de los traductores: «UN UNIVERSO PUEDE MORIR»: NOTAS DE URGENCIA SOBRE ‘DEPRISA’ DE JORIE GRAHAM

«Un universo puede morir»: notas de urgencia sobre ‘Deprisa’ de Jorie Graham

Poema original en inglés:

«Ashes»

Manacled to a whelm. Asked the plants to give me my small identity. No, the planets.
The arcing runners, their orbit entrails waving, and a worm on a leaf, mold, bells, a
bower—everything transitioning—unfolding—emptying into a bit more life cell by
cell in wind like this
sound of scribbling on
paper. I think
I am falling. I remember the earth. Loam sits
quietly, beneath me, waiting to make of us what it can, also smoke, waiting to
become a new place of origin, the other one phantasmal, trammeled with entry,
ever more entry—I spent a lifetime entering—the question of place hanging over me
year after year—me thinning but almost still here in spirit, far in, far back, behind,
privy to insect, bird, fish—are there nothing but victims—
that I could become glass—that after that we would become glacial
melt—moraine revealing wheatgrass, knotgrass, a prehistoric frozen mother’s
caress—or a finger
about to touch
a quiet skin, to run along its dust, a fingernail worrying the edge of
air, trawling its antic perpetually imagined
end—leaping—landing at touch. A hand. On whom. A groove traversed where a god
dies. And silken before bruised. A universe can die. That we could ever have, or be
one body. Then picked up by the long hair
and dragged down through shaft into
being. One. Now listen for the pines, the bloom, its glittering, the wild hacking of
sea, bend in each stream, eddy of bend—listen—hear all skins raveling,
unending—hear one skin clamp down upon what now is no longer
missing.
Here you are says a voice in the light, the trapped light. Be happy.

Jorie Graham«Fast», 2017.

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Otra Iglesia Es Imposible: Jorie Graham / Santo Sepulcro

Jorie Graham nació en Nueva York, el 9 de Mayo de 1950.
Es de los poetas más famosos e importantes de la generación de la postguerra americana.
Se crió en Roma, y estudió filosofía en la Sorbona, aunque sería expulsada por participar en protestas estudiantiles.
Completó sus estudios universitarios en la Universidad de Nueva York.
Reemplazó al poeta Seamus Heaney como profesor Boylston en Harvard , convirtiéndose en la primera mujer en ser nombrada para este cargo.
Fue galardonada con el Premio Pulitzer de Poesía en 1996, por su libro «The Dream of the Unified Field» – Selected Poems 1974-1994.
Fue canciller de la Academia de Poetas Americanos de 1997 a 2003.

También de Jorie Graham en este blog:

«Jorie Graham: Esto, de Rompiente»: AQUÍ

«Jorie Graham: Guantánamo, de Rompiente»: AQUÍ

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Chantal Maillard en el Festival internacional de Poesía de Medellín

 

 

Para las.os que no habéis podido ver y escuchar la lectura que ofreció Chantal en el Festival de Medellín (minuto 17), así como una pequeña presentación y entrevista que le hace al inicio uno de los organizadores del Festival.

 

 

‘Llorona’, la historia de un parricidio

Pensando en  nuestro cuento La llorona del capítulo “El agua clara. El alimento de la vida creativa” del libro Mujeres que corren con los lobos.

Ana Sharife, CTXT, 12/07/2020

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Fotograma del cover de la canción La Llorona de Rosalía para el show televisado ‘Se Agradece de México’

El pasado mes de junio Rosalía sorprendía a sus seguidores subiendo a YouTube una versión de La Llorona en homenaje a los sanitarios de México que luchan contra la covid.  En apenas dos minutos la cantante concentraba en su voz un dolor insufrible. El alma en pena de una madre que ahoga a sus hijos en una noche enloquecida, y luego, arrepentida, los busca eternamente en las noches de luna por los ríos y lagunas, estremeciendo con su llanto a quien la escucha.

La Llorona es signo de identidad nacional y Patrimonio Cultural Intangible desde 2013. Una figura doliente a la que se relaciona con la diosa Tenpecutli

En México, la Llorona es signo de identidad nacional y Patrimonio Cultural Intangible desde 2013. Una figura doliente a la que se relaciona con la diosa Tenpecutli, que purgaba la pena de haber ahogado a sus hijos en un río. Su versión más popular habla de una mujer indígena de incomparable belleza que vivió un romance con un caballero español con quien tuvo tres hijos. Cuando supo que se había casado con una dama española, perdió el juicio. Cogió en brazos a sus hijos, los llevó a orillas del lago de Texcoco, los abrazó fuertemente y los hundió hasta ahogarlos. Tras darse cuenta de lo que había hecho, no pudo soportarlo y ella misma se quitó la vida. Desde entonces cuentan que su alma deambula cada noche cerca del lago en busca de sus pequeños.

La mitología nos ha brindado numerosos relatos mágicos que visibilizan este drama angustiante. Se halla en las cosmogonías y creencias ancestrales de todas las culturas, desde China hasta la misma África, donde una leyenda entre el reino yoruba de Dahomey y Togo describe a una mujer que recorre los ríos gritando pavorosos lamentos buscando a sus hijos, ahogados por el océano y sus restos desperdigados por el mundo. Un paralelismo con la historia de Raquel en la Biblia, quien llora por sus hijos (el pueblo de Israel) “y nadie puede consolarla, pues han desaparecido” (Jeremías 31:15).

La historia de Ciudad de México se escribe (y se construye) sobre las ruinas de Tenochtitlan, la “Venecia azteca” que cautivó al conquistador Hernán Cortés hace cinco siglos. A medida que se acercaban los españoles a la Gran Tenochtitlan, “más frecuentes y directas eran las señales que recibía Moctezuma”, recogería el historiador dominico Fray Diego Durán en Historia de las Indias de Nueva España e islas de la tierra firme. Era una llorona en forma de Cihuacóatl, una mujer que vagaba de noche gimiendo y gritando “Hijitos míos, ¿a dónde os llevaré?”, lo que Moctezuma interpretó como un augurio sobre el fin de su reinado. Según el Códice Aubin, esta madre (nutricia y destructora) fue una diosa que los acompañó durante su peregrinación en busca de Aztlán, la isla mítica de la que provienen los aztecas.

La gitana y el inglés

En España se cuenta la historia de una gitana cuya belleza conquistó a un inglés. Fruto de aquel amor nacieron dos críos, pero una noche la Guardia Civil fue a quitárselos por orden del inglés, quien se había casado con una mujer de la alta sociedad barcelonesa que no podía darle descendencia. La joven corrió con los pequeños hasta el embarcadero y huyó en una barca en mitad de un mar agitado. El mal viento volcó la embarcación y los hijos desaparecieron entre las olas. Los vecinos de la playa del pueblo de La Barceloneta aseguran haber escuchado su lamento en los días de fuertes vientos.

La leyenda de la Llorona comenzó a documentarse hacia 1550, cuando el misionero Bernardino la recogió en su monumental Historia general de las cosas de Nueva España

La leyenda de la Llorona comenzó a documentarse hacia 1550, cuando el misionero franciscano Bernardino de Sahagún la recogió en su monumental Historia general de las cosas de Nueva España (1540-1585). Sin embargo, sus antecedentes se pierden “entre mitos prehispánicos y diosas madres aztecas que conocedoras del destino de sus descendientes nada podían hacer para evitarlo”. Su fatalidad forma parte de la identidad cultural, del folclore y la imaginería popularde casi todos los pueblos, cuyas versiones varían de una comarca a otra dentro del mismo país.

Para otros expertos, la Llorona “destruiría la base del dominio colonial desde el momento en que la madre indígena mata a sus hijos mestizos”. De ahí que narre la trágica historia de amor entre una indígena (o criolla) y su amante español, y “el infanticidio como una manifestación de castigarse a sí misma por su debilidad”, escribe Mario Orozco en La estructura medeica de La Llorona (2009).

En Nicaragua es “el alma en pena de una indígena de Moyogalpa, en la isla de Ometepe, que se enamoró de un blanco, en contra de los consejos de su madre (‘no hay que mezclar la sangre del esclavo con la sangre del verdugo’), y que luego de ser abandonada, ahoga a su hijo en el lago Nicaragua, pero arrepentida, se mete en el agua para salvarlo sin éxito”, describe Milagros Palma en El mito de la Llorona en América Latina(2019).

Su fatalidad forma parte de la identidad cultural, del folclore y la imaginería popularde casi todos los pueblos

En una versión de Costa Rica, “la Llorona es una indígena muy hermosa, hija de un rey huetar, la cual se enamoró de un conquistador español, con el que se veía a solas en lo alto de una cascada, queda embarazada y da a luz un hijo, que es asesinado por el padre de la mujer, arrojándolo de lo alto de la catarata”. Desde entonces “su alma vaga por las orillas de los ríos buscando a su hijo perdido y llorando su desgracia”, testimonia Elía Zeledón en Sortilegios de viejas raíces: leyendas (1998).

La figura doliente de la llorona que flota sobre un charco creado con sus eternas lágrimas ha inspirado a todas las artes. En 2019 la guatemalteca película La Llorona, de Jayro Bustamante, abordó las matanzas ocurridas entre 1960 y 1966 durante la Guerra civil de Guatemala, y Hollywood la producción The Curse of La Llorona, bajo la dirección de Michael Chaves, un film de terror sobre una aparición que vive atrapada entre el cielo y el infierno por un destino terrible sellado por ella misma, al ahogar a sus hijos por celos y arrojarse en el río arrepentida.

Musicalmente la Llorona es una canción popular mexicana que tiene la cadencia de un vals lento que la jovencísima Ángela Aguilar interpreta en honor a Chavela Vargas y otros grandes. Rosalía hace un delicioso cover y todas las versiones suenan a desesperación, a profunda tristeza.

La Llorona sería un símbolo quebrado, las mujeres de la comunidad indígena de purépechas que mueren en su primer parto y se vuelven diosas guerreras (mocihuaquetzaque). Sería una voz silenciada, la Malinche, la amante nahua de Hernán Cortés, con quien tuvo un hijo, pero cuando este regresó a España, se lo arrebató y ni sus lamentos pudieron impedirlo. O, como escribió en 1922 el poeta y diplomático mexicano Alfonso Reyes en una carta enviada al historiador Mediz Bolio, “tal vez tenga que ver con todas esas voces oscuras, de abuelos indios, que lloran en nuestro corazón”.

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Baba Yagá puso un huevo. Dubravka Ugrešic

 

Justo en medio de la pandemia (se publicó en marzo), y acompañando nuestra lectura del cuento de Vasalisa, la sabia (“El rastreo de los hechos: la recuperación de la intuición como iniciación” de mano de Clarissa Pinkola Estés), llega este magistral cuento de cuentos que, lleno de ingenio y perspicacia, pone en el punto de mira la archiconocida figura de la anciana bruja. Un viaje fascinante en el que Baba Yagá, adoptando numerosos disfraces, nos invita a explorar el mundo de los mitos y a reflexionar sobre la identidad, los estereotipos femeninos y el poder de las fábulas.

Baba Yagá es una criatura oscura y solitaria, un ser híbrido, mitad humano-mitad animal, que rapta niños y vive en el bosque, en una casa que se sustenta sobre patas de gallina. Pero también viaja a través de las historias, y en cada una de ellas adopta una nueva forma: una escritora que regresa a la Bulgaria natal de su madre, que, atormentada por la vejez, le pide que visite los lugares a los que ella ya no podrá volver; un trío de ancianas misteriosas que se hospedan durante unos días en un spa especializado en tratamientos de longevidad; y una folclorista que investiga incansable la figura tradicional de la bruja. Ancianas, esposas, madres, hijas, amantes. Todas ellas confluyen en Baba Yagá.

A caballo entre la autobiografía, el ensayo y el relato sobrenatural, su historia se convierte en la de Medusa, Medea y tantas otras figuras malditas, dibujando un tríptico apasionante sobre cómo aparecen y desaparecen las mujeres de la memoria colectiva. La tercera y última parte de este tríptico, “Baba Yagá para principiantes”, es absolutamente deliciosa y de lectura obligada para nosotras durante el verano.

No es un ensayo sobre feminismo ni sobre la tercera edad sino una novela, escribe Alejandro Luque, pero una que integra una mirada muy fresca sobre el ocaso de la mujer, esa fase en la que una se convierte en poco más que hojarasca al margen de la sociedad. Abuelitas inofensivas, pensará más de uno al cruzárselas por la calle. Pero esas abuelitas tienen detrás una larga vida y, a menudo, un largo combate. Son todo menos inofensivas, cuando se lo proponen. Y cuando se topan con la afilada pluma de Dubravka Ugresic (Kutina, Croacia, 1949). En estas páginas regresa la alumna aventajada de Danilo Kiš, de Miroslav Krleža, por citar dos de sus compatriotas yugoslavos más frecuentados, del propio Kundera o del maestro húngaro Gyrörgy Konrád. Pero Ugresic es ya una autora de absoluta madurez: una indiscutible maestra.

Aquí va un extracto para hacer boca.

<< Al principio no te das cuenta de que están ahí…

Al principio no te das cuenta de que están ahí. Y, de repente, un detalle casual capta tu atención, como cuando ves un ratón por la calle: el bolso de una señora mayor, una media caída que se pliega sobre un tobillo hinchado, guantes de ganchillo en las manos, escaso pelo gris con reflejos azules y, posado en la cabeza, un sombrero algo anticuado. La dueña del pelo azulado mueve la cabeza como un perro mecánico y sonríe con cansancio.

Sí, al principio son invisibles. Se cruzan contigo, como sombras, picotean el aire que les llega, andan zapateando, caminan arrastrando los pies por el asfalto, dan pasitos de ratón, tiran de un carrito, se agarran a algún transeúnte, permanecen quietas, rodeadas por una serie de sacos y bolsas inútiles, como un desertor ataviado aún con la parafernalia militar. Algunas de ellas siguen ‘‘en forma’’; llevan vestidos de verano escotados, con un fular de piel sobre los hombros y un abrigo de astracán medio apolillado, y van con el maquillaje todo corrido (¿¡Quién, después de todo, puede maquillarse en condiciones, cuando necesita unos anteojos para hacerlo!?).

Pasan a tu lado rodando como una pila de manzanas secas. Murmuran algo para sí mismas; conversan con interlocutores invisibles, como los indios americanos lo hacen con los espíritus. Van en los autobuses, en los tranvías y en el metro como si fueran equipaje abandonado; duermen con la cabeza inclinada hacia el pecho; o andan de un lado a otro embobadas, preguntándose en qué parada tienen que bajarse, o si realmente deberían bajarse. A veces te detienes un instante (sólo un instante) en frente de una casa de gente mayor y las ves a través de las cristaleras: se sientan en mesas, palpan migajas como si estuvieran pasando los dedos por una página de braille para mandarle mensajes ininteligibles a alguien.

Dulces, adorables, señoras mayores. Al principio no te das cuenta de que están ahí. Y de repente ahí están, en el tranvía, en la oficina de correos, en la tienda, en la consulta del médico, en la calle, ahí hay una, ahí hay otra, allí hay una cuarta, una quinta, una sexta, ¿cómo puede ser que hayan tantas de repente? Tus ojos van poco a poco de un detalle al siguiente: los pies hinchados como donuts por los zapatos apretados; la piel que cae desde el pliegue del codo; las uñas protuberantes; los capilares que surcan la piel. Miras de cerca su cutis: o está bien cuidado o está descuidado. Te percatas de su falda gris y de su blusa blanca con el cuello bordado (¡que está sucio!). La blusa está desgastada y desteñida de tanto lavarla. Se la ha abrochado coja; intenta desabrochársela pero no puede, sus dedos están agarrotados, los huesos están viejos, cada vez son más ligeros y huecos, como los de los pájaros. Otras dos señoras le echan una mano, y con sus esfuerzos colectivos consiguen ponérsela bien. Parece una niña pequeña, con la blusa abrochada hasta la barbilla. Las otras dos le alisan el bordado del cuello, murmurando con admiración: a ver hasta dónde llega el bordado; era de mi madre, oh, antes todo se hacía tan bien y quedaba tan bonito. Una de ellas es bajita y corpulenta, y tiene un bulto pronunciado en la parte de atrás de la cabeza: parece un bulldog viejo. La otra es más elegante, pero la piel del cuello le cuelga como el moco de un pavo. Se mueven en formación, como tres polluelas…

Al principio son invisibles. Y entonces, de golpe, empiezas a localizarlas. Van por el mundo arrastrando los pies, como ejércitos de ángeles ancianos. Una de ellas te mira a la cara de cerca. Lo hace fijamente, con los ojos bien abiertos y la mirada de un azul apagado, y expresa su petición con un tono orgulloso y condescendiente. Te está pidiendo ayuda; necesita cruzar la calle pero no puede hacerlo sola, o necesita subir a un tranvía pero tiene las rodillas flojas, o necesita encontrar una calle y el número de una casa pero ha olvidado sus anteojos. Sientes una punzada de simpatía por la señora, te conmueve, realizas una buena acción, arrastrado por la emoción que produce la galantería. Es precisamente en este momento cuando deberías echar el freno, resistirte al canto de la sirena, esforzarte por hacer bajar la temperatura de tu corazón. Recuerda, sus lágrimas no significan lo mismo que las tuyas. Porque si cedes, si sucumbes, si intercambias unas pocas palabras más, te convertirás en su siervo. Te adentrarás en un mundo en el que no tenías intención de entrar, porque todavía no es el momento; tu hora, por el amor de Dios, no ha llegado aún.

Ve allí, no sé adónde,
y tráeme algo que me falta >>

 

Dubravka UgrešicBaba Yagá puso un huevo, traducción de Luisa Fernanda Garrido y de Tihomir Pistelek, Impedimenta, 2020.

 

Dubravka Ugrešic nació en 1949 en Kutina, un pueblecito cercano a Zagreb. Tras estallar la Guerra de los Balcanes, se exilió de su país. Desde entonces ha enseñado en numerosas universidades de Europa y América, como Harvard, Columbia y la Free University de Berlín. Entre sus obras, que han sido traducidas a numerosos idiomas, destacan El museo de la rendición incondicional (1996) y Baba Yaga puso un huevo (2008), así como los ensayos Gracias por no leer (2003) y Karaoke Culture (2010), que quedó finalista del National Book Critics Circle Award en 2011. También ha recibido el Premio del Estado Austriaco a la Literatura Europea (1998), galardón que han distinguido a otros autores como Stanislaw Lem, Marguerite Duras o Mircea Cartarescu, y en 2009 quedó finalista del Premio Booker. Actualmente reside en Ámsterdam.

 

http://impedimenta.es/libros.php/baba-yaga-puso-un-huevo

https://es.wikipedia.org/wiki/Dubravka_Ugre%C5%A1i%C4%87

 

Boris Cyrulnik, neurólogo y psiquiatra: “Después de una catástrofe, siempre hay una revolución”

Cuando todo el planeta está amenazado por el coronavirus, hablamos con el mayor experto en resiliencia, el neurólogo y psiquiatra Boris Cyrulnik, sobre cómo superar el trauma. Por Carlos Manuel Sánchez

 Ocho consejos para hacerse resistente frente a la amenaza del coronavirus

Si alguien ha contribuido a difundir a nivel mundial el concepto de resiliencia –es decir, la capacidad de superar la adversidad–, es el neurólogo y psiquiatra francés Boris Cyrulnik, de 82 años. Acaba de publicar Escribí soles de noche (Gedisa), donde profundiza en la creatividad humana para superar el trauma. Es decano de la Universidad de Toulon y asesor de Emmanuel Macron en política educativa.

XLSemanal. La incertidumbre se ha apoderado de la humanidad. Dígame, ¿cómo salimos de esta?

Boris Cyrulnik. Tenemos una ventaja. No estamos entrando en un territorio desconocido. Desde que el ser humano apareció sobre la Tierra, hemos padecido epidemias: peste negra y bubónica, cólera, encefalitis virales… Y hemos salido adelante. Como especie, sabemos de qué va esto.

XL. ¿Y cómo individuos?

B. C. El confinamiento machaca psicológicamente. Resisten mejor los que ya tenían una buena disposición. Su fortaleza se basa en tres factores: confianza en sí mismos, un dominio del lenguaje que les permite contar lo que les pasa. Y tener a alguien a quién contárselo; es decir, una red afectiva de familiares y amigos.

XL. No todos se adaptan…

B. C. Bueno, también ayudan elementos externos, como tener una vivienda espaciosa, un jardín… Evidentemente, no todo el mundo disfruta de esas ventajas. Por eso es tan importante tener un mundo interior rico. Estar acostumbrado a meditar, a leer, a escribir, disfrutar con la música… La espiritualidad también ayuda. Incluso cocinar.

 

“Resiste mejor quien tiene una red afectiva de familiares y amigos”

 

XL. ¿Qué le diría a los que se ven sobrepasados?

B. C. Que todo el mundo tiene miedo. En un contexto como este, es difícil mantener la serenidad. Pero el miedo es un mecanismo de defensa. Si no se apodera de ti, te mantiene alerta.

XL. Ansiamos recuperar nuestras vidas, pero no sabemos si todo volverá a ser como antes…

B. C. Si no evaluamos las causas que nos han conducido al desastre, estamos condenados a que se repitan. Los napolitanos, después de la erupción del Vesubio, volvieron a construir sus casas en el camino de los ríos de lava. Durante una crisis, hay que protegerse. Pero no basta. Hay que comprender las causas. Y esta comprensión nos llevará a organizar nuestra vida en común de una manera diferente.

Boris Cyrulnik, neurólogo y psiquiatra: "Después de una catástrofe, siempre hay una revolución" 2

Boris Cyrulnik nos envió un borrador con sus respuestas manuscritas 

XL. ¿Muy diferente?

B. C. Mire, después de cada catástrofe hay una revolución cultural, incluso biológica. Toda evolución, sea de animales, plantas o personas, se produce mediante saltos hacia lo desconocido. Una estrella que se apaga es el final. Ahí no hay resiliencia posible. Pero siempre que quedan trozos dispersos se pueden volver a unir. La vida se reanuda después de un desastre. Pero serán otra flora, otra fauna, otra manera de ver el mundo las que van a dominar a partir de ese momento.

XL. ¿Estamos ante una crisis existencial, en el sentido en que amenaza la existencia misma de la sociedad tal y como la teníamos organizada?

B. C. Sí. Pero recuerde que en este planeta se han producido cinco extinciones masivas que han destruido hasta el 95 por ciento de las especies vivas. Hemos pasado por glaciaciones y calentamientos. La subida del nivel de los mares ya acabó con plantas, animales y alguna civilización. Cuando las aguas se retiran, encontramos fósiles de organismos marinos en la montaña, o restos de culturas desaparecidas. Pero el ser humano se adapta. Durante los periodos de frío, se hizo cazador; en las épocas templadas, agricultor. Después del coronavirus, habrá cambios profundos, nuevas leyes y valores. Es la regla.

 

“Si no analizamos las causas que nos han conducido al desastre, lo repetiremos”

 

XL. ¿Podemos sacar alguna lección de todo esto?

B. C. Durante la vida del ser humano no escasean los traumas. Algunas personas no consiguen superarlos. Las que acaban con estrés postraumático se quedan ancladas en los sucesos de su pasado. Ya no logran disfrutar de la vida, amar, trabajar. Por el contrario, otros transforman su desgracia en una experiencia. Se convierten en escritores, psicólogos, educadores o filósofos; y le dan sentido a lo que han vivido. Lo comparten y ayudan a otros.

XL. Sinceramente, ¿cree que el coronavirus traerá algo positivo?

B. C. Sin duda, cuando la pandemia se supere, reflexionaremos. Y discutiremos la manera de construir una nueva forma de vivir juntos. Tenemos la referencia de la peste negra. En pocos años, murieron la mitad de los europeos. Ya no se podía cultivar, no había suficiente mano de obra. Desaparecieron viñedos y campos de cereal. Pues incluso algo tan terrible como aquello tuvo efectos insospechados. La mano de obra de los supervivientes se convirtió en algo tan caro que desaparecieron los siervos. Antes de la peste de 1348, la mayoría de los seres humanos se vendían como parte de la tierra. Las ciudades perdieron población, pero las casas se abarataron y esto facilitó el éxodo rural. Cuando yo nací, poco antes de la Segunda Guerra Mundial, no había Seguridad Social, ni un sistema de pensiones. Pero después de cada crisis hay cambios culturales. Luego, vistos en perspectiva, los consideramos inevitables, aunque ahora lo que nos llega es confusión y desconcierto. Después del coronavirus, creo que la familia y la pareja se verán reforzadas.

XL. Emmanuel Macron dice que estamos en guerra.

B. C. Yo prefiero hablar de resistencia. La humanidad se reorganiza. Quizá vivamos un cambio con una profunda raíz ecológica. Una vida más pausada. La economía mundial, en estado de hibernación, ya ha provocado una disminución de la contaminación. En China, en estos meses, se calcula que ha habido unos diez mil casos menos de cáncer.

 

Superviviente desde niño

Boris Cyrulnik, neurólogo y psiquiatra: "Después de una catástrofe, siempre hay una revolución" 1

La propia vida de Boris Cyrulnik es una epopeya. De familia judía, su padre desapareció en Auschwitz. Su madre, también víctima del Holocausto, envió a Boris a una pensión para que no fuera detenido. «Cuando tenía seis años, caí en una redada con otras 1700 personas, pero escapé gracias a que una mujer me escondió. Fuimos los dos únicos supervivientes… Mi tía me encontró tras la guerra. Apenas había ido al colegio, pero recuperé el retraso. Los primeros años de vida son decisivos, igual que los primeros movimientos de una partida de ajedrez. Pero eso no quiere decir que uno no se pueda sobreponer a un mal comienzo», resume.

Boris Cyrulnik, neurólogo y psiquiatra: “Después de una catástrofe, siempre hay una revolución”