Los panes y los peces de Chantal Maillard

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 –¿A quién le servirán mis conocimientos? –se lamentó el filósofo–. Empeñé mi vida en un inmenso esfuerzo de lógica,  imperioso y solitario. Se averiguó inútil para la resolución de las cuestiones metafísicas, pero imprescindible para conocer los límites del conocimiento y valioso, sobremanera, para dilucidar cuestiones inmediatas. ¿Qué continuidad habrá, ahora, para tan largo empeño? Inútil es el saber que no se entrega. Soy como un panadero que, encerrado en su sótano, siguiese amasando pan a diario, lo cociera y lo colocara en los estantes a los que nunca nadie tendría acceso; cuando, al sentarse una tarde, a solas, contemplase las baldas repletas de panes cubiertos de verdín y comprendiese lo inútil de su empresa, ¿qué haría entonces el panadero?

 –¡Basta de lamentaciones! –exclamó el poeta–. El ejemplo no es adecuado. Comer pan es una necesidad; pensar, en cambio, es un esfuerzo cuyos logros a menudo son amargos; ¿a quiénes iba a interesar? Mejor únete a mí, canta tu dolor, tu gozo si lo hallaras, todos se reconocerán en tus palabras, las cantarán contigo, las seguirán cantando después de ti y hallarán en ellas consuelo.

  El filósofo levantó los ojos; había en ellos ternura y compasión.

 –Si comiesen mi pan –le dijo al poeta dulcemente–, no necesitarían hallar consuelo. Lamentándose se amparan entre todos y eso les hace fuertes, lo sé, pero ¿para qué utilizarán su fuerza? Si comiesen mi pan sabrían de la inutilidad de todas las guerras. El pan que amaso en secreto equilibra el universo.

El poeta lloró. Luego dejó de llorar.

  –Enséñame, –le dijo.

  Y de lo que hablaron fue de los límites del lenguaje, de las definiciones correctas, de la lógica que rige el pensar.

  Después de mucho tiempo, el filósofo le preguntó al poeta:

  –¿Qué has aprendido?

  –A no llorar –contestó el poeta. Y le señaló un pez de aletas doradas cuya cola guiaba como una quilla su cuerpo irisado bajo el agua. El filósofo se sentó a su lado.

  Y de lo que hablaron fue de los días, de las nubes que pasan, de los ojos de los peces, del latir bajo el pelambre cálido de los mamíferos.

Chantal Maillard. Bélgica: 125-126. Pre-Textos, 2011

Imágenes: Hokusai Katsushika (1760-1849), Peces y hojas rojas.