Retrospectiva de Georgia O’Keeffe en el museo Thyssen

¡Nuestra huesera en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza de Madrid del 20 de abril al 8 de agosto!

Es la primera retrospectiva en España de Georgia O´Keeffe, la gran artista moderna americana.

El museo presenta la primera retrospectiva en España de Georgia O’Keeffe (1887-1986). A través de una selección de aproximadamente 90 obras, el visitante puede sumergirse en el universo pictórico de esta artista, considerada una de las máximas representantes del arte norteamericano del siglo XX.

La exposición es un recorrido completo por la trayectoria artística de O’Keeffe, desde las obras de la década de 1910 con las que se convirtió en una pionera de la abstracción, pasando por sus famosas flores o sus vistas de Nueva York -gracias a las que fue encumbrada como una de las principales figuras de la modernidad de su país-, hasta las pinturas de Nuevo México, fruto de su fascinación con el paisaje y la mezcla de culturas de este remoto territorio.

Georgia O’Keeffe ha sido organizada por el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, el Centre Pompidou y la Fondation Beyeler con la colaboración del Georgia O’Keeffe Museum de Santa Fe, Nuevo México. Después de recalar en Madrid, la muestra viaja a París y Basilea.

https://www.museothyssen.org/exposiciones/georgia-okeeffe

Georgia O’Keeffe y la liberación femenina

Los museos han cerrado sus puertas, pero la contemplación del arte sigue abierta. Cada día, recordamos la historia de una obra que visitamos a distancia. Hoy: un cuadro floral de la artista estadounidense.

 

El cuadro 'Jimson WeedWhite Flower No 1' (1932), de Georgia O'Keeffe.

“De todas las personas notables que he conocido en mi vida, la primera que debo mencionar es Georgia O’Keeffe”, escribe Yayoi Kusama en reconocimiento a la pintora norteamericana, quien fue su primera y más grande benefactora en sus orígenes. La artista escribió una “torpe e imprudente carta” a O’Keeffe, en 1955, en la que le pedía refugio. “Fue gracias a ella que pude ir a Estados Unidos y comenzar mi carrera artística en serio”, asegura Kusama, que no era capaz de encontrar su sitio en Nueva York. “No era ni por asomo parecido a Matsumoto de la posguerra, y la ferocidad del lugar era tal que me sumergía con frecuencia en episodios de neurosis”, cuenta Kusama. En ese momento O’Keeffe le escribe para invitarle a su casa de Nuevo México. Todavía no se conocían, pero adjuntó fotos de la casa y del jardín. “Tal vez vio algo en las obras que le mandé”, reconoce sorprendida Kusama. Sin embargo, Kusama rechazó la invitación porque quería convertirse “en una estrella” y sólo podría lograrlo en Nueva York. Cuando tiempo después se conocieron lo primero que llamó su atención fueron las arrugas de su rostro: “Nunca había visto tantas. Tenían aproximadamente un centímetro de profundidad y me recordaban a las suelas de los zapatos de lona. Pero era una dama que exudaba refinamiento”, recuerda.

A la artista japonesa le llama la atención que O’Keeffe pudiera vivir tan lejos del centro donde todo sucedía y aún así mantener su fama y su estatus. “Es la prueba de la grandeza de su arte y de lo profundamente que afectó a las personas”. Georgia O’Keeffe encontró en esa naturaleza el vacío absoluto. La abstracción que no parece abstracta; la naturaleza meditada. “Cuando pienso en la muerte, sólo siento que ya no podré ver este hermoso paisaje nunca más”, escribió mucho antes de morir en medio de aquellas tierras rojizas de su Ghost Ranch, en Abiquiú (Nuevo México), adonde se mudó de manera permanente en 1946, tras la muerte de su marido, el fotógrafo Alfred Stieglitz. Allí se refugió y descubrió el auténtico color de la naturaleza (y que podía trabajar lo suficiente durante dos días sin que nadie la molestara) y fue allí donde terminó de construir una de las más singulares y sofisticadas propuestas del siglo XX. Y lo más importante: desarrolló sus paisajes de emergencia femenina incrustada en la grandiosidad del horizonte norteamericano. “Trabajo sobre una idea durante mucho tiempo. Es como intimar con una persona, y yo no intimo fácilmente”, dijo sobre sus procesos de depuración de la pintura.

Desde 2014 es la artista más cara de la historia del mercado del arte, cuando el Museo Crystal Bridges, en Arkansas, compró el lienzo Jimson Weed/White Flower No 1 (1932) por 44,4 millones de dólares. De alguna manera, O’Keeffe culmina en la historia de la pintura una trayectoria liberadora que había inaugurado Hilma af Klint tres décadas antes que la norteamericana. Es el último eslabón de la tradición paisajista norteamericana, pero sobre todo un referente de la abstracción que permitió a las mujeres artistas inventar su propio lenguaje para expresarse –sin esperar el permiso del sistema patriarcal–, de una manera que hasta entonces era inconcebible. O’Keeffe se arropó con la nueva libertad para traducir el sentido femenino en el relato visual y crear un lenguaje propio tan sutil como rotundo; tan matizado en los colores, como robusto en las formas. Y cada vez trató de hacer sus obras más objetivas, concretas y reales, para que se defendieran por ellas mismas, como ella misma apuntó: “Los colores, líneas y formas me parecen una declaración más definitiva que las palabras”.

Visita virtual: Jimson Weed/White Flower No 1 (1932), de Georgia O’Keeffe, conservado en el Museo Crystal Bridges, en Arkansas (Estados Unidos).

 

Imagen: Georgia O’Keeffe, ‘Jimson Weed/White Flower No 1’ (1932). CRYSTAL BRIDGES MUSEUM

https://elpais.com/cultura/2020/04/10/babelia/1586523645_608127.html

 

Artemisa & Georgia O’Keeffe, según Jean Shinoda Bolen

Huntress of Skipton_Anna & the Willow_Castle-Woods-in-North-Yorkshire-UK. Photo_Fiona French‎_Ancient and Sacred Trees of Britain

 

Artemisa, a quien los romanos denominaban Diana, era la diosa de la caza y la luna. Esa alta y encantadora hija de Zeus y Leto vagaba por los bosques, las montañas, las llanuras y los claros indómitos con su séquito de ninfas y su jauría de perros cazadores. Vestida con una túnica corta y armada con un arco de plata y un carcaj de flechas a su espalda, era la arquera que no erraba jamás el objetivo.

Como diosa de la luna, se la representa en las estatuas como la portadora de la luz, con una antorcha en la mano o con la luna y las estrellas coronándola. Artemisa, simbolizada por una luna en cuarto creciente, representaba el primero de los aspectos de aquella diosa tripartita que antaño se reverenciaba: el de la doncella. Selene era la luna llena o ya crecida y Hécate la luna en cuarto menguante. Como trinidad, el reino de Artemisa era la tierra, Selene poseía los cielos y Hécate, el mundo subterráneo. Sin embargo, de las tres sólo Artemisa fue una las principales divinidades griegas.

Como diosa de la vida salvaje, se la asociaba a animales monteses que compartían con ella sus características. El ciervo y la paloma eran símbolos de su espíritu esquivo, el oso representaba su papel de fiera protectora de los jóvenes, y el jabalí (al cual en una ocasión desató iracunda para que destruyera una campiña) encarnaba su aspecto destructivo. […]

 

e7675738a25a9d40e7ba819818421459 Georgia O’Keeffe, Deer Horns, 1938

 

A los tres años Artemisa ya sabía con exactitud lo que quería: un arco y unas flechas, una jauría de perros para ir a cazar, un séquito de ninfas, una túnica corta que no le impidiera correr, montañas y naturaleza salvaje, por ser sus lugares favoritos, y la castidad eterna. Zeus le concedió todos sus deseos, más el privilegio de poder elegir ella misma. Se le dio autonomía y se le prometió que jamás la violarían ni sería subyugada por el poder masculino.

Como arquetipo, Artemisa personifica el espíritu femenino independiente que le permite a la mujer buscar sus propios objetivos en el ámbito elegido por ella. […]

Georgia O’Keeffe presentó rasgos de Artemisa durante toda su vida, y su madurez duró cuatro décadas. Conservó su nombre al casarse, y fue una artista que al romper con la tradición para crear su propio arte, se vio obligada a capear las dudas personales y a los críticos de arte. No fue madre, elección que parece ser que la angustió mucho, porque sentía que sólo podía ser madre o artista, no ambas cosas a la vez. Se enamoró de la belleza agreste de los desiertos y las montañas de Nuevo México, y allí iba de vez en cuando para pintar. Eso comportaba estar meses separada de su marido Alfred Stieglitz, incluso cuando la salud de él empezaba a deteriorarse. Al morir su marido, ya nada la retuvo en el este, y se trasladó a vivir a Nuevo México, donde pasaría el resto de su vida. Pintó hasta que perdió la vista, y luego trabajó con arcilla. Vivió donde quería vivir, y llevando la vida que deseaba, en el empeño de crear un corpus artístico que la sitúa entre los artistas más famosos del mundo. En una ocasión dijo que lo que la diferenciaba de los demás era que ella sabía lo que quería. Georgia O’Keefe poseyó una intensa capacidad de centrar su voluntad y su talento en los objetivos que había elegido, tanto si era para crear como para conseguir cualquier otra cosa.

 

“Consigues todo aquello que eres capaz de declarar.” Georgia O’Keeffe

 

okeeffe_faraway-nearby Georgia O’Keeffe, From the faraway Nearby, 1937

 

Jean Shinoda BolenLas diosas de la mujer madura. Trad. Silvia Alemany, Kairós, 2013

Imagen primeraHuntress of Skipton. Anna & the Willow. Castle Woods in North Yorkshire, UK. Obra fotografiada por Fiona French‎, Ancient and Sacred Trees of Britain.

 

Georgia O’Keeffe: By Myself. BBC

Extraordinario documental sobre la obra-vida de la artista estadounidense, editado este verano, 30 años después de la muerte de Georgia, y coincidiendo con la retrospectiva de la Tate Modern. Las que acabéis de regresar de Londres no os lo perdéis, podréis seguir y oír a Georgia in vivo paseando por su casa-estudio, por sus paisajes, por sus cuadros… Las montañas de Taos cada vez más cercanas! Wonderful!

 

The Faraway Nearby: Georgia O’Keeffe and the New Mexico Landscapes

Georgia O’Keeffe, en 1976, hablando acerca del significado que The Far Away tenía para ella, se refirió a “a beautiful, untouched lonely-feeling place”.

okeeffe_faraway-nearby Georgia O’Keeffe. From the Faraway, Nearby. Oil on canvas, 1937


Chantal Maillard escribe también acerca de ese “muy lejos” en La mujer de pie. Lo llama “la lontananza”:

   Como si todo se hubiese detenido. Por mucho que parpadee o bata palmas no vuelve a haber lo que antes hubo. En realidad, usted no sabe lo que ha pasado, simplemente parece que algo falta, que algo había y ahora falta. Usted trata de acordarse de cosas que han ocurrido, cosas como el morir, que cuando le roza a uno deja un rastro de ceniza en el hombro y en las manos, a veces en los muslos, y un velo se posa sobre todos los objetos de la casa. Pero no, no es eso, no es nada de eso. Y, entonces, piensa que tal vez sean cosas que no pudo saber, ni ver, ni oír, ni entender de ninguna manera porque no es a usted a quien le han ocurrido y, no obstante, le atañen en lo más oscuro, más abajo del pensar o del imaginar. Cosas que en algunas, aunque raras, ocasiones se le han aparecido en un destello, al abrirse una brecha en los tiempos vacíos o en el gesto de alguien que, de repente, por un instante, desistió de sí mismo. Cosas como ésas son las que le hacen comprender que usted no es quien dice ser, ni tampoco, por supuesto, quien dicen que ha sido sino, antes bien, todos aquellos que no ha sido. Y es la voz de todos ellos, su gemido, lo que usted, sin saber, padece más adentro.

*

   Entonces, entrecierra los ojos como para el recuerdo, o para percibir un punto remoto en el horizonte. Lontananza: el tiempo que se tarda en recorrer el espacio que nos separa de lo que fuimos. Un tiempo largo –longtemps– el de la lejanía. El isleño acostumbra a hacer este gesto: levanta la cabeza y fija un punto sobre el mar en dirección a algo que no ve pero que está, sabe que está. Y así se queda, detenido, perdido para el aquí, suspendido, por un tiempo. Y así también nuestros ancianos, sentados en un banco o en una butaca del salón, se detienen, al principio durante unos instantes, que luego se convierten en horas, y después en días, con la mirada fija en algún punto del aire. Ese punto es su lontananza.


Les paysages éclatants de Georgia O’Keeffe

GUY DUPLAT, ENVOYÉ SPÉCIAL À LONDRES | Publié le dimanche 2 octobre 2016 sur La Libre.be


La Tate Modern consacre une grande exposition, complète et convaincante, à la grande peintre américaine Georgia O’Keeffe (1887-1986). Figure essentielle du XXe siècle et de la peinture américaine, elle a souvent été ramenée à ses seuls tableaux de fleurs agrandies. Elles sont devenues des icones populaires, en posters, avec leur chromatisme vigoureux et leur sensualité voilée. Beaucoup (des hommes) y ont vu des connotations sexuelles qu’elle-même a toujours refusées avec vigueur.

L’expo à la Tate replace cette série dans un parcours très créatif, singulier et magnifique sur la fin avec ses paysages de désert d’une beauté stupéfiante. Une exposition, reflet de la personnalité forte de cette femme farouchement indépendante qui mourut presque centenaire.

Elle était née dans le Wisconsin et y vécut ses douze premières années dans la ferme de ses parents, baignée par le jaune des blés et le rythme de la vie rustique. Tôt, elle décide de devenir artiste et, à vingt ans, en 1907 elle poursuit ses cours à New York, y découvrant l’avant-garde européenne exposée par la galerie d’Alfred Stieglitz, la « 291 » sur la Fifth avenue. C’est là qu’elle admire Rodin, Cézanne et Matisse et apprend à lire Kandinsky. Elle deviendra la compagne puis l’épouse du photographe et galeriste Stieglitz.

 Oriental Poppies, 1927

Pourquoi des fleurs

Ses premiers travaux, inspirés des écrits de Kandinsky, partent du réel mais sont des compositions abstraites. Quand elle s’installe à New York avec Stieglitz et devient sa muse, si souvent choisie comme sujet de ses photos–nue ou habillée, elle change encore radicalement et peint de manière très réaliste la ville, ses gratte-ciel, son port. Avant de changer encore et de se lancer dans ses célèbres séries de fleurs fortement agrandies peintes dans des couleurs posées en épaisseur, donnant une consistance presque charnelle.

Des fleurs à la fois quasi abstraites et très précises, dans des verts pâles, des roses et des rouges. On y a vite vu, inspirés par les théories freudiennes, des connotations sexuelles, à ces étamines et pistils géants. Elle s’est toujours opposée violemment à cette interprétation. « Une fleur, dit-elle, c’est relativement petit. Une fleur, l’idée de fleur, cela parle à tout le monde. Pourtant, d’une certaine manière personne ne voit vraiment une fleur, c’est si petit et cela prend du temps. Alors moi, je vais la peindre en grand et les gens seront si surpris qu’ils prendront le temps de la regarder même à New York où les gens sont si occupés. »

En 1927, elle a 40 ans, subit deux délicates opérations au sein et vit mal que Stieglitz s’intéresse à une autre femme. Elle part alors au Colorado, puis au Nouveau Mexique qu’elle sillonne avec la femme de Paul Strand et avec le photographe Ansel Adams. Elle découvre les canyons profonds, les sommets boisés, les déserts dramatiques et la lumière intense des déserts. « Au Nouveau-Mexique, dit-elle, ce n’est pas la lumière qui tombe sur les choses mais les choses qui apparaissent dans la lumière. »

Black Mesa Landscape, New Mexico 1930

Presque abstraits

Dans les quelque soixante années qu’elle passera là, elle tentera surtout de cerner ces paysages. Seuls les formes des os blanchis au soleil apparaissent nets. Ou alors, c’est le contour d’une porte ou d’une maison en adobe. Le reste est une variation de bruns et de blancs, de formes liquéfiées par la lumière, d’aplats ponctués de tâches et de failles.

Elle combine les crânes de bêtes trouvés dans le désert et les paysages qui retrouvent la beauté de certaines estampes japonaises. La lumière se fait vaporeuse et brillante. Georgia O’Keeffe découvre la beauté d’un ciel moutonneux vu d’avion. Parfois un orage menace au lointain. Parfois, ses tableaux retrouvent l’abstraction.

Une peinture méditative qu’elle pratiqua jusqu’à sa mort à 99 ans, à Santa Fé, aux portes du désert.

Georgia O’Keeffe, Tate Modern, jusqu’au 30 octobre 2016

http://www.lalibre.be/culture/arts/les-paysages-eclatants-de-georgia-o-keeffe-57f0c9fccd70871fc42427ad

Georgia O’Keeffe, una solitaria en tierras infinitas

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https://elpaissemanal.elpais.com/documentos/georgia-okeeffe-una-solitaria-tierras-infinitas/


“Donde estaba me parecía que podía ver todo este mundo… y me gusta sentir el viento de cara cuando llego a lo alto.” Georgia O’Keeffe

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“Pinta siempre lo que sientes de lo que ves” le decía Georgia a su hermana Catherine

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Quería pintar el desierto y no sabía cómo… así que me traje a casa los huesos blanqueados como símbolo del desierto. Me parecen tan bellos como cualquier otro objeto… Los huesos parecen penetrar incisivamente hasta el centro de algo intensamente vivo en el desierto aunque sea vasto y vacío e intocable… e ignore la bondad con toda su belleza. (Catálogo exposición An American place, enero 1939)

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… y un paseo virtual de 23 minutos por la exposición de la Tate Modern donde todas podréis así meter el hocico y que, pronto, algunas de nosotras tendremos el enorme gusto de ir rastreando in situ, of course:
https://www.facebook.com/plugins/video.php

 

 

Georgia O’Keeffe at Tate Modern

http://www.mettle.com/georgia-okeeffe-360-the-tate-modern/

Aquí encontraréis otro vídeo de presentación de la exposición de la O’Keeffe que pronto, entrado el otoño, iremos a olfatear, a saborear, rastreando a la huesera: http://uk.blouinartinfo.com/news/story/1446143/video-a-tour-of-georgia-okeeffe-retrospective-at-tate-modern

http://www.tate.org.uk/whats-on/tate-modern/talks-and-lectures/curators-tour-georgia-okeeffe