1/.- ¿Qué nos puede enseñar la naturaleza en la praxis poética? ¿Por qué está tan presente en tu obra?
La materia de la naturaleza pulsa todavía en lo que nos rodea: la carne del árbol en la silla, la tierra cocida en esta taza, el coltán arrancado a las entrañas de la tierra por un niño que morirá prematuramente por el trabajo en la mina, dando latido al móvil… No es posible sustraerse de la naturaleza. Escribimos en medio del ecocidio, ¿Cómo olvidar ese gran sacrificio que sostiene nuestro “bienestar”? ¿Cómo puede la palabra poética olvidarlo y ensimismarse, narcotizarse con la musiquita de los ascensores?
A nivel biográfico, tuve el privilegio de pasar mi infancia en un lugar muy al sur, entre árboles y más árboles, cerca de un río lento, sin pantallas, jugando con lombrices en la tierra recién llovida. Esa huella es indeleble.
2/.- Escribes una poética de la compasión en un mundo economicista y beligerante, ¿Crees que hay valores por incorporar a la vida que afloran desde la poesía que leíste y la que proponen tus libros? ¿Cuáles serían?
Vivimos en un sistema economicista y competitivo: anti-poético, en definitiva. La sensibilidad poética requiere detenimiento y este sistema tiene pánico a la lentitud y al silencio; su nota clave es el vértigo, la prisión de un relato que nos lanza a un futuro que se desplaza indefinidamente. Las llamadas “humanidades” y asignaturas artísticas están siendo expulsadas del sistema educativo como un claro síntoma de una agenda deshumanizante.
A mis ocho años, de camino a la escuela, encontré un pájaro muerto a pedradas. Me quedé mirándolo un buen rato, agachada junto a su cuerpo… por mis pies subía un frío desconocido hasta entonces. Tomé conciencia de la crueldad humana, del sinsentido de esa muerte. Cuando entré al aula, la clase ya había empezado y no sé si la maestra me preguntó algo, pero rompí a llorar y le conté mi “hallazgo”. Su respuesta fue rotunda: “no es para tanto, ya te vas a acostumbrar”, entre las risas burlonas de algunos compañeros. Quedé absolutamente expuesta, con un intenso sentimiento de inadecuación. La escritura poética ha sido mi íntima resistencia, mi manera de viajar desde el futuro hasta aquella niña de ocho años y decirle: “no me acostumbré, su ortopedia para sobrellevar el horror no funcionó. Me siguen doliendo esos pájaros”. Demorar con la escritura el frío que subía desde aquellas baldosas para que no hiele nuestro corazón. No todavía.
3/.- ¿Qué consideras que es saber leer bien? ¿Por qué hay poca atención al goce de leer en profundidad y con el cuidado y amor hacia lo primordial o suficiente?
No sé qué es saber leer bien, quizás nada muy distinto a la buena escucha: atención, receptividad, auscultar entre líneas, sobre todo, lo que las palabras no pueden decir del todo. Hospitalidad, en suma. Y supongo que hay poca atención a la lectura en profundidad por los mismos motivos por los que este sistema expulsa la sensibilidad poética: la velocidad, el vértigo, la cultura del zapping, la evanescencia y final igualación de los contenidos compartidos en las redes sociales por su equidistancia mortal e igual a nada.
4/.- ¿Cómo superar los miedos a lo extranjero, extraño, desplazado, minoritario? En tu poesía parece que hay una delicadeza y seguimiento de este asunto. ¿Por qué no hay mayor conciencia de hospitalidad en las prácticas culturales hegemónicas de Occidente? ¿Es tu poesía también desde ahí una exiliada, una extraña?
En este punto, no creo en soluciones cosméticas. La única manera duradera de “superar” ese miedo es dejar de considerar al otro como algo amenazante, separado y ajeno a mí. Hay que des-hacer el error de partida, sanar como humanidad esa falsa percepción hasta que el “otro” devenga lo mío, lo de todos.
En mi infancia, viví junto a mi familia unos años de exilio, pero ¿qué ser humano no vive algún exilio en alguna dimensión de su vida? La poesía es una exiliada del lenguaje, de los circuitos normalizados y los sentidos convenidos. Difícil concebir una poesía que no se constituya en esa tierra extraña, en esa extrañeza radical de quien se ha sacudido el polvo de la percepción ordinaria de los párpados. Y junto a los exilios también prolifera la hospitalidad lectora, la palabra convertida por un instante de epifanía en casa común.
5/.- ¿Cómo impulsar la lectura hacia gran parte de la ciudadanía alejada de lo poético, ya no como género, sino como esa constelación que abarca a las artes y prácticas culturales con suma sensibilidad y amor hacia los fracturados de la historia, hacía los olvidados o hacia la naturaleza expoliada y arrasada?
Los programas educativos deberían alentar esa sensibilidad poética y lectora desde muy temprano. No talar indiscriminadamente lo intacto que aun habita a los niños: la capacidad de asombro, la curiosidad y esa apertura al mundo. Incluir contenidos motivadores, actividades como talleres de lectura y escritura, de auto-edición, contacto con los autores, amor por las palabras. Pero hay un trabajo más profundo que realizar que excede el ámbito curricular: nuestro sistema educativo fue concebido para producir sujetos útiles, no plenos. Por más “transversalidad” y “valores” declamados a nivel de ideario. No se trata simplemente de incluir historia de la literatura o enseñar todas las figuras poéticas, sino de convocar esa sensibilidad para que no se necrose, proponer una forma diferente de respirar que conjure la asfixia.
De lo contrario, la poesía no solo será cada vez más escasa, minoritaria y minorizada al modo de reserva o parque protegido, sino un gesto exquisito y vacuo en medio de la matanza. En un mundo que repite “paz”, mientras no cesa de abrir nuevas guerras las palabras se nos devuelven vaciadas, abusadas y con ese material de derribo debemos trabajar. Devolverles el latido, reanimarlas como al cuerpo de un ahogado.
*
Ver con la luz de los idiotas,
esos a quienes todavía duele
la nervadura de la hoja:
crucifixión de la savia
en redes que soportan
y callan.
Una hoja puede soportar
todo el peso del verano.
En esa luz,
ver que las hojas tiemblan
de miedo ante el humo
en todos los montes.
En esa luz, ver el mundo,
su andamiada frágil de pestañas
y meridianos.
(De “Antes de desaparecer”. Ed. Tigres de papel)
© BEBIENDO VERSOS, 2015
Publica en la editorial Tigres de Papel su obra Antes de desaparecer, su tercer libro de poemas después de Noche sin clausura, (Amargord, 2012) y Materia oscura (Baile del Sol, 2010).
“En su escritura, Laura Giordani siempre tiene presente lo pequeño, lo casi invisible, la lentitud, el cuidado, ese “milagro que acontece siempre en voz baja“. Todo ello late en su tratamiento de los textos, tanto en los temas que aborda como en el uso del lenguaje.
En este Antes de desaparecer vuelve sobre la ausencia, la violencia soterrada, el desarraigo, la inocencia arrebatada, con recursos desprovistos de artificio y que sin embargo abocan a la reflexión y la emoción irrenunciables.”
http://lauragiordani.blogspot.com.es/