Poética
Si el poema es bello, lo tiro.
Si es suave, lo tiro. Si es amable, complaciente, hermoso, lo tiro. Si es agradable, bonito, sonoro, femenino, lo tiro. Si habla de amor, lo tiro. Si habla de ti, lo tiro. Si es normal, lo tiro. Si es como tú, lo tiro. Si dudo, lo tiro. Si me relaja, lo tiro. Si gusta, desconfío. Si puede leerlo mi madre sin morir de frío, lo tiro. Si hace llorar, lo tiro. Si no habla de ti, de todos, de cada uno de nosotros, lo tiro. Si se parece a esto, probablemente lo tiro.
Si soy la misma que antes de escribirlo, lo tiro.
Si rima, lo tiro. Si miente, lo tiro. Si no hay ritmo, lo tiro. Si es bonito, lo quemo, y luego lo tiro. Si menciona la palabra emoción, lo tiro. Si no la evoca, lo tiro.
Si lo encuentro, y lo había olvidado, lo tiro también. Si no está mal, lo tiro. Si no puedo imaginarlo gritado, lo tiro.
Si no puede leerse en silencio, lo tiro. Si se entiende, lo tiro. Si es fácil, lo tiro. Si no se entiende, lo tiro. Si llega al corazón, no reconoceré haberlo escrito.
Si gana, lo tiro. Si pierde, lo tiro. Si es terapéutico, es mentira; al infierno con ello.
Si cura, lo tiro. Si podría no haberlo escrito, lo tiro. Si no sangra, lo tiro. Si no duele, lo tiro. Si no produce placer, lo tiro.
Si el poema es tibio, sobre todo si es tibio, lo tiro.
Si al escribirlo,
el leopardo hambriento aparece, y abre las fauces –el destello de luz en su estómago–, y ese rugido hace temblar el deseo de callarme: no lo tiro.
Solo quiero agarrar del cuello a ese animal, mirarlo a los ojos,
y decirle
que soy yo la que decide
aquí
quién come primero.
Lo que queda, si queda, es el poema.
*
DESTRUCCIÓN
¿Asustada?
Asustada.
Porque antes creía conocer el miedo.
Y no lo conocía.
¿Herida?
Herida.
Porque antes creía conocer el dolor.
Y no lo conocía.
¿Abatida?
Abatida.
Porque antes creía conocer el abismo.
Y no lo conocía.
¿Aislada?
Aislada.
Porque antes creía conocer el vértigo.
Y no lo conocía.
¿Asfixiada?
Asfixiada.
Porque antes creía conocer el pánico.
Y no lo conocía.
Creía conocer el límite de mi debilidad.
Y no lo conocía.
No tenía ni idea.
¿Sensible?
No. Soy de acero puro.
Sólo me hago daño al sol.
La madrugada es el tiempo de la resignación.
Pero el día es largo
y la madrugada oscura.
Estoy muda y tengo miedo:
no es que ahora pueda hablar
sino que las palabras son pavesas
en estas manos inútiles y huecas.
Nada debería existir:
ni la luna ni el sol ni yo.
Ni este paisaje frío
que nos regala el otoño
cada vez que llega.
Porque
el otoño
es un cuerpo
en descomposición.
Dejar que el pus anide
hasta que llegue a la garganta,
y que sea lo que él quiera ser:
niño o niña.
Vómito o náusea.
Esperanza es el nombre de la destrucción.
(de 37´6, Editorial Legados, colección Netwriters Poesía)
Tulia Guisado (Barcelona, 1979) es licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona; más tarde obtuvo el postgrado “Crítica literaria en la prensa” en la Universidad Pompeu Fabra. Realizó estudios de doctorado en el programa de literatura Historia e invención de los textos literarios hispánicos en la UB y un máster de “Cultura Histórica y Comunicación” en la Facultad de Historia de la misma universidad. Dedicada a la enseñanza y a la edición, ha participado en las antologías poéticas Las noches de LUPI en Madrid (Ed. La única puerta a la izquierda, Madrid, 2014) y Amor se escribe sin sangre (Ed. Lastura, Toledo, 2015). En 2015 ha publicado su primer libro, 37´6 (Ed. Legados, Colección Netwriters Poesía).
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