Reescribiendo el final del cuento de la Vendedora de fósforos

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La propuesta hecha a las mujeres de los grupos de lectura fue re-escribir el final del cuento de La Vendedora de fósforos. El propósito del ejercicio era aplicar los recursos de los que disponemos para eludir la trampa mortal de la fantasía evitando, de este modo, la congelación de nuestras posibilidades creativas ante una situación crítica que nos pide una acción contundente en lugar de una evasión fácil y anestesiante.

Aquí teneís una muestra de la desbordante creatividad y vitalidad de algunas las participantes…!

*

Un soplo de aire gélido, apagó la cerilla.

“Me quedé quieta en la oscuridad, como hipnotizada, viendo cómo humeaba la cabeza carbonizada del fósforo. Oí uno de los sonidos del bosque, un aullido, y levanté la mirada. Mil luces brillaron más allá de los tejados, como si todas aquellas cerillas hubieran seguido habitando otros mundos. Helada de frío, me levanté. Creo que quería acercarme más a las estrellas.”

Una luna finita, sonriente, se asomó entre los edificios del callejón. La niña se giró. No buscaba ya la salida del callejón, hacia las calles atestadas de gente que paseaban sus vidas. Guiada por las estrellas, comenzó a caminar en dirección contraria, hacia la zona más oscura. Al fondo del estrecho pasaje, se encontró una puerta desvencijada. Casi sin saber qué hacía, se coló dentro. Caminó a tientas hasta llegar a una enorme sala. La luz de neón se colaba por los ventanales sobre cascadas de libros que se extendían por las paredes. Escaleras que subían y bajaban, escritorios, un diván, una mesita. Una vela. Volvió a sacar su cajita de fósforos, y prendió uno, y con una llama se desplegaron dos, la de la vela encendida, y la de la cerilla, que poco a poco se apagó. Durante un rato, envolvió la llama con sus manitas heladas. Acurrucada en el diván, durmió, envuelta en luz de fuego y estrellas.

El sol le despertó. Se dio cuenta de que estaba en una gran biblioteca. Las telarañas decoraban los rincones y parecía que nadie había entrado allá hacía mucho, mucho tiempo. Volvió a buscar la salida hacia la calle, ¡tenía hambre! Era temprano y las calles nevadas y enceguecedoras estaban casi vacías. Vio la silueta de una mujer muy muy viejecita. Parecía que tuviera mil años. La siguió un poco temerosa, tenía ganas de volver corriendo a su refugio de libros. La vio acercarse pausadamente a la pastelería cuyos escaparates la habían deslumbrado el día anterior, ahora con la persiana cerrada. Junto a ella, había unas cajas. La archianciana extrajo de una de ellas varios panes y bizcochos. Metiéndolos en su cesta, continuó su camino. La niña esperó a que la mujer desapareciera. Se acercó a la puerta de la pastelería, e incrédula, se asomó a una de las bolsas. Estaba llena de pan y algunos pastelitos con aspecto delicioso. La cogió y corrió de nuevo hacia el callejón, hacia los pasajes y la sala llena de libros. Comió con avidez y se puso a caminar por las distintas estancias del lugar.

En una sala pequeña, había una chimenea, y junto a ella, leña apilada cuidadosamente. Sacó su inseparable cajita de fósforos, y trató de encender el fuego. Necesitaba papel. Volvió a la sala de los libros y hojeó unos cuantos. Encontró algunos libros de cuentos, que le capturaron inmediatamente. Se los puso bajo el brazo y siguió buscando. También encontró algunos libros repletos de fórmulas incomprensibles, que le servirían para prender la leña. El fuego comenzó a tomar forma. Parecía que le hablaba, con su crujido de maderas y el chisporroteo de las llamas. Sentada en una mecedora llena de cojines, junto a las llamas, se puso a leer. El patito feo. Barbazul. Las zapatillas rojas…

“Me dejé abrazar por los cuentos, que se enredaban con mis sueños, mientras la luz de las estrellas crepitaba en la chimenea. Dejé que transcurriera el invierno, saliendo sólo al alba, cuando las calles estaban vacías, en busca de alimentos. Un día, cuando el sol logró derretir el último cristal de escarcha, me asomé a la calle a esa hora en que toda la ciudad vibraba llena de transeúntes. Despacito, bañada por la luz del sol, me encaminé a la plaza. Me senté junto a la fuente, entonando una cancioncilla que alguna vez había escuchado, quizá dentro de mí. Unas niñas se acercaron curiosas. – ¿Eres nueva? – preguntaron. Me dio como risa. Y comencé a contarles un cuento.”

Y la brisa movió las aguas de la fuente, donde el sol se reflejó en mil fragmentos. (Irantzu P.) 

*

La venedora de mistos no tenia pares. Estava sola i sols tenia una caixa de mistos per encendre. No era valora’t el que posseïa i tornava del bosc plorant. Es va posar a ploure i aquesta aigua serena, la va amansir i consolar. Va aixecar el cap i va mirar més enllà dels seus peus. Últimament havia tingut fantasies que apuntaven a tenir una casa, a tenir escalfor, a tenir menjar… Estava cansada de tanta precarietat. Ella sola podia moure poc, però va observar nens i nenes que també com ella necessitaven protegir-se del fred, de la nit, de l’hivern. Va quedar-se pensant en el que havia observat fan molts animals com les formigues, les abelles… Seria bo d’ajuntar-se i així poder sumar les forces, ells eren petits i no en tenien molta, però junts podien recollir llenya, construir una cabana, fer una llar de foc, fer foc per a que els escalfes. Podien distribuir les feines i així cuidar-se d’alimentar el foc, fer el menjar, recollir fruits del bosc, construir eines. Només calia creure en el que va pensar i buscar a altres que també hi estesin interessats. La noia es va posar en acció i així va poder resguardar-se junt amb altres. Una vegada van aconseguir cobrir les primeres necessitats, cadascú va seguir buscant. Encara ara sé la veu pel bosc, cercant idees i compartint al vespre a la calor del foc. (Nuria P.) 

*

Un fuerte dolor la despertó sacándola del estado de ensoñación en el que se encontraba. Se dio cuenta que estaba tirada en la calle en medio de la oscuridad a punto de morirse de frío y encendiendo una cerilla tras otra de forma impulsiva. Por suerte para ella una de esas cerillas le quemó la punta de los dedos y el dolor la hizo reaccionar. Con esfuerzo se puso en pie y empezó a dar pequeños saltitos para ayudar a su cuerpo a desentumecerse y cuando pudo echó a correr por las heladas y solitarias calles del pueblo. De pronto se paró ante la fachada de una de las casas más grandes y luminosas, llamó y pidió auxilio a los que allí vivían; le ofrecieron un lugar dónde resguardarse del frío y acurrucarse al pie de una chimenea para recobrar el calor y la sensatez que había perdido. (Luz Marina L.)

*

Había una niña que no tenía madre ni padre y que vivía en la espesura del bosque.  Había una aldea en el lindero del bosque y ella había averiguado que allí podía comprar fósforos a medio penique y después venderlos por la calle a un penique.

Segundo, tercer y cuarto párrafo: … una noche se sentó diciendo: “tengo cerillas, puedo encender fuego y calentarme” pero no tenía leña.

Recordó que alrededor de su cobertizo del bosque había mucha leña para quemar y si usaba sus cerillas se podía calentar mientras pensaba cómo podía hacer para obtener un cobijo y el sustento que necesitaba. 

Así lo hizo recogió la leña que necesitó y al calor del fuego, tranquilamente, meditó qué podía hacer y se le ocurrió que podía ofrecerse en las grandes casas durante el día para trabajar en las cocinas.  Así podría estar caliente y podría de tanto en tanto “echarse algo a la boca”. 

Se puso en camino y aunque tuvo que ofrecerse en varias de ellas, en una la dama de llaves le pidió que fuera al día siguiente y comenzó a trabajar en la cocina donde aprendió a hacer muchas y sabrosas recetas  y ya no pasó más frío. (Juana Teresa N.)

*

La niña vagaba por las calles y preguntaba si por favor le querían comprar cerillas, pero nadie se detenía y le prestaba atención.

Así que volvió a su refugio y pensó que no podía hacer nada, por hoy, volvería a salir de nuevo un día y quizá al día siguiente… (pudiera ser o pudiera ser demasiado tarde…)

Se cantó, una cancioncilla para sí, esto de inmediato, despertó su corazón que latía ahora con más fuerza y éste canto atrajo a su vez a un bello animal, una yegua, que andaba por el bosque, se acercó a la niña, le acarició los pies, le lamio las manos y ella abrió los ojos.

La yegua, se sentó, sobre la fría nieve y bajó su lomo para que ella se subiera, así lo hizo, de inmediato, y pudo sentir el calor del animal.

La yegua, caminó por un rato hasta que llegó a una cabaña, donde freno su andar y posó a la niña en la tierra.

La niña, vio aquella cabaña, escuchó las voces que salían de dentro , el calor, la luz…y decidió a llamar a la puerta.

Toc , toc , toc.

Una niña, de su edad, le abrió la puerta, y sus sonrisas se abrieron reconociéndose como iguales.

La invitó a pasar.

Allí, observó boquiabierta, todo un espectáculo, mujeres de varias edades, grandes, más pequeñas, corpulentas, altas, anchas, delgadas, joviales y hombres, con barba gris, blanca, marrón,  sonriéndola.

Y los niños y niñas revoloteando.

Parecía haber una celebración y la mesa estaba llena de ricos y alimentos que olían tan bien que salivó.

Ella, les ofreció los fósforos a cambió de pasar unos días allí, o toda la vida, pensaba, ¡vaya lugar!

La rodearon, entre todos y todas, y la escucharon. La escucharon hablar, y así, se convirtió en una agradable conversación donde unos y otras charlaban. (María Purificación G.)

Cuando la niña está encendiendo fósforos inútilmente, que no calientan y la llevan a ensoñar huyendo de la realidad, se quema con un de ellos, el dolor es muy fuerte ya que como estaba ensoñando no se da cuenta hasta que la quemadura es profunda.

El dolor la “despierta” ve que el camino escogido no es el correcto. Justo pasaba por ahí, entre los que no le hacían caso o le daban malos consejos, un anciano. Un anciano de barba blanca y una mirada llena de luz, le pregunta que le pasa y cuando le enseña la quemadura se la lleva a su casa para curarla.

Le pone un ungüento para la quemadura, a la vez que le hace contar su historia, escuchándola con amor y sin palabras.

La niña al contar su historia, cobijada del frío, con el dolor de la mano y con una persona amorosa y sabia al lado, se da cuenta que lo que estaba haciendo no era lo correcto y decide con la ayuda del hombre sabio buscar otro camino. (Montse B.)

*

 “… pero justo cuando ella estaba alargando la mano hacia aquellos manjares, la visión se esfumó.

La niña se encontró de nuevo en la nieve. … (ahora en vez de encender la tercera cerilla que es su muerte)…

El frío le corría por todo el cuerpo, empezaba a no sentirlo, estaba como muerto. De repente sintió mucho miedo y angustia y un chispazo en su mente, en un momento lo supo, que iba a morir, que quedarse allí y encender su última cerilla sería su muerte. Dejó de esperar que el mundo, o la vida, o lo que fuera, fuera justo con ella. Dejó de esperar nada de nadie. Yo, yo, yo. Desesperada levantó la mirada. No veía salida pero tenía que “hacer” algo. Se levantó del suelo y se obligó a empezar a andar aunque no tenía esperanza. Miró a su alrededor, la oscuridad la rodeaba y una total soledad, no había nadie en la calle, el frío la estaba matando, la niña no sabía qué hacer. Sus pies se movían lentamente, un paso, un pie delante, otro paso, el otro pie se movía, otro paso. Sus huellas iban quedando en la nieve. Enfiló una calle y de repente vio un resquicio de luz: la puerta de una casa medio abierta dejaba salir algo de luz en aquella oscuridad. Cuando se acercó pudo ver a través de aquella pequeña apertura una chimenea con un gran fuego, revoloteando, chispeando, el calor llegaba hasta ella. Se acercó a la puerta, la empujó y la abrió del todo. Una anciana de ojos negros y profundos, estaba allá, rotunda, vigorosa, serena. La miró a los ojos y sin decir nada, con un gesto la invitó a entrar y le señaló uno de los dos sofás frente al fuego. La niña no podía creer lo que estaba pasando. Se sentó. Primero inquieta. Luego el calor fue entrando en su cuerpo, en sus pies, en sus manos, le quemaban mientras la sangre volvía a circular por sus extremidades, la cara, los labios, las entrañas, su corazón. La niña suspiró y con ese suspiro lágrimas empezaron a rodar, primero lentamente, luego eran como un río: lágrimas de alivio. La anciana la miraba y le sonrió, traía en sus manos un vaso de agua que puso en las manos de la niña: “bebe”. Y mientras la niña bebía, las dos sentadas ante el fuego, muy juntas, la anciana empezó a cantar suavemente una canción, una canción de celebración, hablaba del nacimiento de un niño en una noche estrellada, era una canción cálida como el fuego que chisporroteaba. Y la niña empezó a serenarse. Algo había pasado, algo diferente y había empezado con un solo paso. Cerca de la ventana, ante una mesa preparada para cenar, había un gran árbol adornado con campanas doradas que colgaban, tintineando si algo las movía, y arriba una gran estrella plateada parecía que señalaba el camino… (Mercé C.)

Estoy convencida de que si es huérfana, si nadie la escucha, si no tiene animus para enfrentarse a la situación y salir de sí, la clave está en la abuela. Si lo único que tiene son ensoñaciones, alguna de las ensoñaciones tiene que darle una clave para salir del sopor.

 “A la luz de la cuarta cerilla….Como llovida del cielo se le apareció su amable y cariñosa abuela y ella se llenó de alegría al verla. Mientras se abrazaba a ella la oyó decir: Niña, hay muchas mujeres como tú, con pocas cerillas y huérfanas, pero que observando, fijándose en otras mujeres, en lo que pasa a su alrededor, han encontrado la manera de no pasar frío. Piensa en mí, nunca me rendí, por eso llegué a viejita, no lo hagas tú tampoco. Sal, ve a buscar leña, enciende un fuego de verdad, que te caliente los huesos. Y una vez reconfortada frente a las llamas, piensa que puedes hacer para no volver a pasar frío, tienes cerillas para salir adelante, úsalas, y, cuando yo no esté, recuerda… y sigue el camino de las mujeres valientes.

Poco después la abuela empezó a esfumarse. Y la niña encendió otro fósforo para conservar a su abuela a su lado. Cuando vio que no volvía se decidió a seguir sus consejos y se encaminó al bosque a buscar leña para encender una buena hoguera. Pasó toda la noche frente a la hoguera recordando en su abuela y pensando en lo que le había dicho. A la mañana siguiente la niña……” (Mercé F.)

La nena es troba de nou enmig de la neu. Els genolls i els llavis ja no li fan mal, el fred coïa i s’anava obrint camí pel  braços i el tronc, la nena s’asseu al terra  contempla els llumins i es pregunta:

–Què haig de fer?

–On haig d’anar?

–Com ho puc fer?

Un munt de pensament s’amunteguen en el seu cap.

De sobte sent dins seu la veu de l’àvia que li pregunta:

–Què sents?

–Molt fred.

–Doncs aixeca’t i posa’t a caminar, escolta la teva veu interior, ves fent camí, ja trobaràs la solució, si et quedes quieta, llavors et gelaràs i no sentiràs res.

–Tinc uns llumins, els puc encendre.

–No gastis l’energia. Guarda-te’ls, en un altre moment et poden fer falta. Posa’t en camí.

La nena es posa a caminar, no veu res, és negra nit, té por… Quan porta molta estona caminant ja no té fred. Troba una altra nena que porta un feix de llenya però no té llumins.

Totes dues continuen fent camí, troben una casa, entren, a dins hi ha una dona gran que  està molt trista perquè no pot encendre la xemeneia i té molt fred.

Les nenes li diuen que no es preocupi que elles ja ho faran i mantindran la llar sempre encesa.

La casa està a prop del camí i tots els viatgers  que volen reposar forces, s’aturen per descansar, escalfar-se, beure, menjar i conversar.

Cada dia tenen  més feina però les tres estan molt contentes que la casa estigui plena de vida.

(Magda C.)

Mi abuela me rodeó con sus manos huesudas manchadas por el paso del tiempo.

Sentí la fuerza y el calor de la sangre de sus venas,

Inundada, desperté de la anestesia fría de la noche helada,

Acurrucada, mi vieja empezó a entonar el canto bello de la vida y empecé a recordar. (Maribel P.)

*

La vendedora de fósforos fue buscando lo que la hacía feliz…..  poco a poco fue descubriendo que el altruismo le hacía feliz hacer algún voluntariado.

Darse cuenta de su parte artística e ir desarrollándola, pintando descubrió su parte espontánea donde no había mente sólo creaba y disfrutaba.

En el baile le ocurría lo mismo, había un momento en que no pensaba que bailaba y así fue descubriendo su parte espontánea y creativa y le hacía feliz.

La gratitud también le hacía ser feliz como dar las gracias, pensar en cosas que puede agradecer y dar las gracias a personas en concreto. En dedicar mucho tiempo a su conocimiento personal. Formándose como enfermera, como terapeuta, formándose en centros de energía e ir conociendo y trabajando los chacras. En estar en contacto con la belleza, en deleitarse la vista y los sentidos estando en contacto con la naturaleza.

En ir aceptando poco a poco mi historia personal y así poco a poco ir creando mi propia felicidad conectando cada vez más con mi intuición y mi creatividad.

Colin colorado este cuento se ha acabado. (Ina C.)

*

Al ver que no vendía las cerillas decidió volver  al bosque. Entre la oscuridad de la noche consiguió ver un tronco de árbol hueco y decidió refugiarse en él, estaba tan cansada que se quedó dormida. Pasó toda la noche temblando de frio y soñando, soñaba entre otras cosas con pequeñas muñequitas de madera vestidas con preciosos vestidos de lana. Le costó mucho despertar, el frio de la noche la había dejado paralizada, pero el recuerdo de aquellas muñecas la animó a salir al bosque y buscar los primeros rayos del sol para calentarse. Caminó de nuevo hacia el pueblo y por el camino fue recogiendo las ramitas que se iba encontrando, acumulándolas  y abrazándoles contra su pecho. Nada más atravesar el bosque las piernas ya no la sostenían mas, hacía días que prácticamente no comía y el frio era espantoso. Se sentó en  el suelo apoyada en el muro de una casa y puso las ramitas sobre su falda. Con sus frágiles manos  empezó a aderezar las ramitas como si fuesen  cuerpos de muñeca. Rompió  trocitos de sus harapientos vestidos y deshizo los flecos de su bufanda para con ello  vestirlas e intentar darles el aspecto de las muñecas con las que había soñado.

Estaba totalmente perdida en su mundo cuando una señora se paró a mirarla, le sobrecogió la imagen de aquella niña desamparada pero le asombró aun mas observar bar su juego y el amor  con que vestía y hablaba  a sus ramitas. Unos minutos le bastaron para ver cuanta imaginación había en ese cuerpecillo. Se  acercó a ella y le dijo:

–¿Qué haces aquí? Hace un frio espantoso.

–Visto a mis muñecas, ellas también tienen frio.

Realmente con 4 aderezos había conseguido que tuviesen un aspecto humano y tierno. El amor que desprendía la mirada de la niña l conmovió a la señora, que le dijo:

–Ven,  acompáñame , en mi casa podrás calentarte y te proporcionaré telas y lanas para que puedas abrigarlas bien y de paso quizás te vaya bien comer un poco.

–Gracias , contestó  la niña débilmente, si consigo que sean muy bonitas podré venderlas y conseguir algo de dinero  hasta que llegue la primavera

La señora abrigó a la niña con su chal de lana mientras pensaba  como se las arreglaría para conseguir una plaza para ella en la escuela. La niña apenas podía caminar pero no paraba de imaginar cómo serían sus muñecas una vez acabadas. (Elena F.)

*

La niña se encontró de nuevo en la nieve. Pero ahora las rodillas y los labios ya no le dolían. Ahora el frío le escocía y se estaba abriendo camino por sus brazos y su tronco, por lo que ella decidió encender la tercera cerilla…fue entonces cuando la oyó, aquella voz, lejana pero firme, tan real. Abrió los ojos y miró a su alrededor, no vio nada. Las palabras resonaban en su cabeza: levántate y usa aquello que tienes! Como en un estado de trance se puso en pie y comenzó a andar buscando por las calles, no sabía muy bien qué. Corría sin rumbo y a medida que aceleraba su paso iba recuperando la sensibilidad en sus manos, brazos y piernas. Se detuvo en una plaza porque algo llamó su atención. En el suelo alguien había dejado un montón de periódicos viejos o quizás la ventisca los había arrastrado hasta allí. Pensó que si usaba su última cerilla podría hacer una fogata. Dudó pero en un instante se vio prendiendo fuego a aquellos papeles en el centro de la plaza. El pequeño punto de luz de una cerilla dio lugar a una enorme llamarada tan potente como efímera,  de modo que debía avivarla echando algo más. Sin pensarlo,  empezó a despojarse de sus harapos y uno a uno los fue arrojando a la hoguera. De nuevo el fuego creció, tanto que los destellos se reflejaban en los cristales de las casas. Mi niña como si ya no estuviera a la intemperie inició una danza alrededor del fuego, giraba y giraba, sin parar, al tiempo que entonaba una vieja canción, de la cual ni siquiera recordaba la letra. La melodía brotaba de su vientre como si no fuera la dueña de sus actos, de su voz, de sus pensamientos. El movimiento le reportaba sensación de calor a pesar de que se había deshecho de toda su vestimenta. Entonces una puerta se abrió en aquel ahora, en aquel aquí y una mujer salió caminando hacia la hoguera. Aquella anciana lo había visto todo desde su ventana, ella siempre lo veía todo, pero esperó, quizás demasiado, porque nada la había hecho salir antes de su letargo. La niña entregada a su baile vehemente sintió una calidez que no le era desconocida, se detuvo, ya no tenía frío. Ambas se miraron y caminaron hasta encontrarse una frente a la otra. La anciana sin decir nada cubrió a mi niña con su manto rojo, suave, tejido por ella misma y la llevó hasta su casa. Le ofreció un dulce brebaje preparado con semillas, flores y raíces, que ella misma había recogido. Se propuso darle cobijo durante un período, el necesario para mostrarle todo cuanto ella sabía. La anciana estaba sola y no le quedaba mucho tiempo de vida , tal y como los humanos la conocemos,  pero deseaba irse sabiendo que alguien podría nutrirse de sus experiencias y aquella pequeña merecía su dedicación.  Le enseñó a sacar partido de todo lo que la naturaleza podía ofrecerle para sobrevivir, cómo reconocer las plantas y los frutos, como cultivar, como elaborar alimentos y remedios que podría ofrecer a otras personas a cambio de comida, ropa o tal vez algunas monedas. Así había vivido ella siempre y así había llegado a la vejez.  Pronto descubrió que aquella niña tenía una gran habilidad para preparar sabrosos manjares con los más sencillos alimentos y debía emplear sus energías en mejorar sus destrezas. Trabajaron mucho hasta que llegó el día en que la niña debía emprender su camino.

–¿Dónde voy a vivir ahora? ¿Cómo voy a empezar mi nueva vida sin ti?- preguntó la pequeña.

–Vivirás en todas partes, irás de un lado a otro porque así es tu naturaleza, debes aceptarla. No tengas miedo de ser quien eres, mira en tu interior y sabrás siempre lo que debes hacer. Recuerda este tiempo tan hermoso que hemos pasado juntas pero camina. Aprecia la grandeza de la existencia en todas sus dimensiones, nútrete de los latidos de todo cuanto te rodea y siente la alegría de estar viva.

La anciana regaló a la niña una pequeña carreta donde transportar sus pertenencias, el manto rojo de lana y unos cuantos frascos con mermeladas, aceites esenciales, remedios…pero lo más valioso que se llevaba era el saberse capaz de hacer cosas útiles con sus propias manos, cosas que elevaban su alma y la de sus semejantes.  Y así, siguiendo el vaticinio de la vieja, rodó por el mundo, pasó por aldeas, pueblos, pequeñas ciudades, ofreciendo su saber y viviendo de sus habilidades. Quizás algún día encontraría un lugar donde establecerse y descansar, o no, o sencillamente entregaría a otro hermoso ser todo lo que la vida le había prestado antes de expirar el último aliento y no importaba el dónde, ni el cuándo, ni a quién. (Nuria T.)

*

… cuando moría un alma, caía una estrella.

Como llovida del cielo, se le apareció su amable y cariñosa abuela y ella se llenó de alegría al verla.

Sintió su fortaleza y conectó con la vitalidad que ella siempre le transmitió.

Por más vicisitudes que hubo de afrontar a lo largo de su vida, su querida abuela siempre demostró un gran coraje.

La niña quiso encender la cuarta cerilla para poder ver mejor a su abuela.

La humedad fría de la noche que hacía crujir sus huesos también había empapado el fósforo y éste se deshizo al frotarlo contra la superficie rugosa.

Entonces, volvió a recordar la presencia de su abuela y una fuerza interior la impulsó a levantarse del frío suelo. Siguió caminando erráticamente y poco a poco se fue alejando de la aldea en la que nadie le había mostrado un gesto amable.

Sin darse cuenta, se fue internando en la espesura del bosque y cuando las escasas fuerzas que la sostenían ya casi la habían abandonado, sintió el aullar de una manada de lobos.

El escalofrío de pavor que recorrió su debilitado cuerpo, la hizo temblar de tal manera que cayó desplomándose y perdió el conocimiento.

Los lobos encontraron el cuerpo inerme de la niña y gracias a su instinto protector permanecieron junto a ella y la rodearon con sus cálidos pelajes hasta el amanecer.

Cuando el sol empezaba a despuntar, la llevaron a su cercana guarida donde la loba alfa la amamantó. Sus labios cedieron al tibio contacto del pezón y pudo succionar la leche vivificante que tanto precisaba.

Fueron necesarios los cuidados de la manada durante varios largos días. Al despertar, la niña sintió que estaba en casa. (Sonia G.)

*

… Como llovidas  del cielo se le aperecieron  sus amables y cariñosas madre y abuela materna y ella se llenó de alegría al verlas. Tomaron entre las dos mujeres una gran y calentita manta y la rodearon con ella, estrecharon a la niña con fuerza entre ambas, para que entrase en calor.

Pero poco después  esa bella imágen comenzó a desdibujarse en la imaginación de la niña, hasta que finalmente desapareció por completo.

La niña desesperada, fue encendiendo un fósoro, tras otro, por tal de recuperar de nuevo esa maravillosa imágen y sensación, però, los fósforos se le gastaron y ya no tenía nada que la hiciese entrar en calor, ni  fósforos, ni imaginación ,pues tenía demasiado frio como para seguir respirando siquiera;cada vez le costaba más mantenerse viva….

Finalmente justo antes de dormirse para siempre, escuchó con mucha fuerza y claridad la voz de su madre: Hija pide ayuda!!!!!!!! grita!!!!!!

La niña así lo hizo, saco de lo más profundo de sus entrañas un gran rugido, pidiendo auxilio.

A la mañana siguiente se despertó en una habitación humilde, en una cama humide, però calentita, rodeada de la presencia amable y preocupada de su nueva família, aquella que respondió y acudió en su ayuda. (Montse Karla F.)

 

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