Llegamos junto a la vieja loba a tiempo para ver un fiero fuego verde muriendo en sus ojos. Entonces observé –y desde entonces lo he sabido siempre– que había algo nuevo para mí en aquellos ojos, algo que solamente sabían ella y la montaña. Yo era joven en aquel entonces, y sentía una vehemente comezón por apretar el gatillo; pensaba que, ya que menos lobos significaban más ciervos, ningún lobo en absoluto, representaría el paraíso de los cazadores. Pero tras extinguirse aquel fuego verde, sentí que ni la loba ni la montaña compartían mi punto de vista.
Desde entonces, he visto como un estado tras otro extirpaban sus lobos. He contemplado el rostro de muchas montañas recién privadas de lobos, y he visto como las laderas meridionales se iban arrugando con laberintos de nuevas sendas de ciervos. He visto como eran ramoneados hasta el más mínimo arbusto y plantón comestibles, primero hasta el desmedro anémico y luego hasta la muerte. He visto todos los árboles comestibles defoliados hasta la altura de una silla de montar. Al final, los huesos de los tan anhelados ciervos, muertos de hambre por su número excesivo se blanquean junto a los despojos de la salvia muerta, o se convierten en polvo bajo los enebros.
Ahora barrunto que igual que un rebaño de ciervos vive sintiendo temor moral hacia sus lobos, una montaña vive sintiendo temor mortal hacia sus ciervos. Y acaso con mayor razón, pues mientras que un macho abatido por los lobos puede reemplazarse en dos o tres años, un territorio devastado por el exceso de ciervos puede tardar muchos decenios en recuperarse.
Aldo Leopold, La ética de la tierra, Traducción de Isabel Lucio-Villegas y Jorge Riechmann. Los Libros de la Catarata, Madrid, 2017.
Aldo Leopold nació en Burlington (Iowa) en 1887, cultivó desde niño un intenso interés por la naturaleza y desarrolló una larga vida profesional, primero como ingeniero forestal al servicio de la conservación de los bosques estadounidenses, y después como respetado profesor universitario especialista en la gestión de la vida silvestre. Murió de un ataque al corazón el 11 de abril de 1948, mientras intentaba apagar un incendio en la granja de un vecino que amenazaba sus propias repoblaciones forestales en la granja familiar The Shack. Su libro A Sand County Almanac (1949) (Almanaque del Condado Arenoso), es uno de los clásicos absolutos que ha generado el pensamiento ecologista, junto con La primavera silenciosa de Rachel Carson, sin duda las dos obras del siglo XX que más profundamente han influido en el desarrollo del movimiento ecologista en EE.UU.
Este libro, concluido justo antes de su muerte en 1948, donde han hallado alimento intelectual y espiritual varias generaciones de ecologistas en el mundo anglosajón (allí es considerado una verdadera “biblia”), y que dio origen a la ética ecológica como disciplina filosófica de perfiles nítidos, aúna con inimitable frescura las observaciones naturalistas de primera mano y la reflexión de fondo sobre la relación entre el ser humano y la biosfera. El esfuerzo de Leopold a lo largo de toda su vida por llegar a comprender la tierra como un sistema ecológico dinámico y, al mismo tiempo, como una comunidad moral de la que todos los seres formamos parte, culmina en el famoso ensayo La ética de la tierra, cuyo título se ha escogido para dar nombre a la edición castellana casi íntegra de A Sand County Almanac.
http://www.catarata.org/libro/mostrar/id/16
https://es.wikipedia.org/wiki/Aldo_Leopold
Imagen: Frederic Remington, Moonlight Wolf, ca. 1909