Como si el hombre hubiera sido la gran idea tras el cerebro de la evolución animal. El hombre no es en absoluto el coronamiento de la creación: “cada ser se encuentra junto a él en el mismo grado de perfección”, escribió Friedrich Nietzsche. Más allá o más acá de nuestro dominio sobre lo vivo, estamos inmersos, para lo mejor y para lo peor, en la experiencia de una comunidad de destino compartido con los animales. Su proximidad está en el horizonte de algunos de nuestros problemas más primordiales. Recordemos, por ejemplo, los episodios de las vacas locas y de la gripe aviar, los cuales, con el escándalo de las condiciones industriales y mercantiles de cría y matanza de los animales, revelaron el peligro de contaminación entre las especies. También se puede evocar la próxima factibilidad de los injertos de órganos animales en humanos o la creación de quimeras, animales híbridos, que vuelven posible en lo sucesivo la ingeniería genética.
Las investigaciones científicas convergentes de paleoantropólogos, primatólogos, zoólogos, etólogos y genetistas, y lo que llamamos teoría sintética de la evolución (el conjunto de teorías contemporáneas de la evolución), no pueden más que echar por tierra, en sus fundamentos implícitos y conformistas, la sacrosanta fe humanista y todavía un poco creacionista que tenemos en la unicidad y la preeminencia de nuestra especie. Estas disciplinas invalidan la idea de la supremacía del hombre, poniendo fin a una arrogancia occidental casi inmemorial. Frente a esta gran crisis de lo específicamente humano, los filósofos se encuentran en primera fila. Todos, desde el comienzo de la filosofía en Grecia, han hablado de la animalidad, unas veces sin mencionarla como un tema explícito, otras veces otorgándole una función capital. Algunos dualistas, como René Descartes e Immanuel Kant, oponen radicalmente lo humano y lo animal. Otros, como Aristóteles, Gottfried Wilhelm Leibniz y Edmund Husserl, imaginan una gradación de la sensibilidad, la memoria y la conciencia entre el animal y el hombre, afirmando que la naturaleza no da saltos. Sin embargo, estos pensadores continuistas no dudan en colocar al hombre aparte y por encima de los otros seres vivos, como si el autor de la clasificación tendiera a excluirse de la clasificación. Un personaje del Político de Platón declara con gracia que si las grullas pudieran hablar se situarían de un lado de la línea de demarcación y pondrían a todos los seres vivos, incluido el hombre, del otro lado…
Este derrumbe de la creencia en lo particular de los humanos pasa en la actualidad por la escritura de filósofos posmodernos, resueltamente antimetafísicos, como Gilles Deleuze y sobre todo Jacques Derrida. Es necesario, sin embargo, mantener firmemente desligadas dos interrogaciones heterogéneas: la del origen del hombre (de orden científico) y la de la significación de lo humano (de orden filosófico y político). La filosofía –pese a que participemos a través de ella en experiencias del pensamiento y que de ahí surjan conceptos capaces de originar normas– no tiene que someter su problemática a las revisiones científicas y todavía menos a las conclusiones eticopolíticas que ciertos paleoantropólogos, primatólogos, genetistas y etólogos proponen, ingenua y a veces temiblemente, a partir de sus resultados.
Los discursos huecos sobre el libre albedrío y la voluntad no quebrantarán estas tentativas –materialistas y reaccionarias– de reducir la dimensión histórica del hombre a lo meramente etológico, o de subordinar lo social a lo “natural”. Solamente una argumentación filosófica y política, atenta a los acontecimientos y al carácter trágico de los conflictos jurídicos entre los seres humanos, evitará que nos hundamos en la confusión y la indistinción entre lo animal y lo humano. El hombre es descrito y explicado por los científicos en tanto que especie, pero, en sus prácticas éticas y políticas, los hombres se proclaman, se declaran como género humano.
Fue el etnólogo y filósofo Claude Lévi-Strauss quien señaló, con mucha razón, que la noción de derechos del hombre está demasiado anclada en una filosofía de la subjetividad, de lo individual, del ser moral. Por eso defendía el principio de un derecho del hombre en tanto ser vivo, derecho de la especie humana entre otras especies. Desde luego, ya no se puede callar la apremiante exigencia de un derecho de los animales, pero ¿habrá por ello que acoger el reclamo exorbitante, y por lo tanto injusto, de una extensión de los derechos humanos a los chimpancés, gorilas y orangutanes? No, porque tomar nota de las continuidades entre hombres y animales obliga al mismo tiempo a reconocer que existen entre ellos saltos cualitativos: los que originan la aparición de lo humano.
Sí, hay que tomar nota de la herida infligida por la animalidad al consenso humanista tradicional, pero también es necesario afirmar mediante la filosofía que el destino de lo humano no se deja descifrar sólo a partir de los conocimientos sobre el origen del hombre y los genes. Salvo que se desee reconstituir una idea de lo particular del hombre en el orden metafísico o teológico, se evitará claramente definir lo humano, pues se sabe desde hace mucho tiempo que no hay una esencia del hombre. No es seguro que el hombre, aquel que se ha podido designar como animal simbólico, pueda definirse por la existencia, el ser para la muerte, la experiencia de un mundo, mientras que el animal se caracterizaría por la pobreza de su estar en el mundo y su incapacidad para representarse la muerte. Resulta cada vez más claro que los animales también cuentan con comportamientos simbólicos y que son capaces de categorizar y transmitir conocimientos prácticos. Esta es la mala jugada que la primatología y la etología asestan al humanismo metafísico.
Ya no podemos creerle a Descartes cuando convertía el lenguaje en el criterio absoluto de lo humano ni a Montaigne cuando decía que a veces hay más diferencias entre un hombre y otro hombre que entre un hombre y un animal. Hay que ser un bruto para rehusar a los animales la capacidad de sufrimiento, el lenguaje, la interioridad, la subjetividad, la mirada. Pero ¿no existe el riesgo de que nos hundamos en la estupidez si nos obstinamos en negar que los hombres sienten, comunican, expresan y producen de manera distinta y mejor que los más humanos de los animales?
ÉLISABETH DE FONTENAY
© Philosophie Magazine
Traducción de Humberto Beck
http://www.letraslibres.com/revista/convivio/la-hora-de-los-animales
Una entrevista en Le Figaro, 23 octubre 2014, “Los monos no pueden hacer la revolución”: http://www.lefigaro.fr/livres/2014/10/23/03005-20141023ARTFIG00033-elisabeth-de-fontenay-les-singes-ne-peuvent-pas-faire-la-revolution.php
En el magazine Clés, “Nuestra relación con los animales queda aún por descubrirse”: http://www.cles.com/debats-entretiens/article/notre-rapport-aux-animaux-reste-decouvrir
Élisabeth de Fontenay. Le silence des bêtes. La philosophie à l’épreuve de l’animalité. Paris: Fayard, 1998. Reedición en bolsillo, ed. Seuil, col. Points, 2013.
Publicado en 1998, este libro de referencia analiza cómo, desde los presocráticos hasta Derrida, las diversas tradiciones de la metafísica occidental han abordado el enigma de la animalidad : este libro revela otra historia de la filosofía… En esta época, los animales estaban prácticamente inexistantes en la filosofía francesa. Desde entonces, se multiplicaron los análisis y las reflexiones sobre el desamparo que les está infligido, sobre su estatuto como seres sensibles, sobre su subjetividad, sobre su existencia de seres mudos, sobre su capacidad para comunicar y simbolizar, sobre su derecho a tener acceso a derechos, etc. Debe poderse deconstruir la arrogancia de lo propio del hombre, sin por ello ofender al género humano…
Maître de conférences émérite de philosophie à l’université de Paris 1 Panthéon-Sorbonne, es autora también de Diderot ou le matérialisme enchanté (1981), d’Une tout autre histoire. Questions à J.-F. Lyotard (2006), d’Actes de naissance. Entretiens avec Stéphane Bou (2011) et de La Prière d’Esther(2014).
Sus últimas publicaciones: “Sans offenser le genre humain. Réflexions sur la cause animale“, Albin Michel, 2008 ; “Cahier de L’Herne, Traduire le parler des bêtes“, 2008 (avec M.-C. Pasquier); “L’abstraction du monde” in Regards sur la crise — Réflexions pour comprendre la crise… et en sortir, ouvrage collectif dirigé par Antoine Mercier avec Alain Badiou, Miguel Benasayag, Rémi Brague, Dany-Robert Dufour, Alain Finkielkraut…, Paris: Hermann, 2010; Actes de naissance, entretiens avec Stéphane Bou, Paris: Le Seuil, 2011.
Acerca de su libro: “Sans offenser le genre humain”: http://www.marc-villemain.net/elements/pdf/mdl14/Sans-offenser-le-genre-humain-Elisabeth-de-Fontenay.pdf
https://es.wikipedia.org/wiki/Élisabeth_de_Fontenay
https://fr.wikipedia.org/wiki/Élisabeth_de_Fontenay
Imagen: Mural pintado por Dedos y su mujer Xochiti, un duo artístico de nombre Nomadic Alternatives, en una pared en East Village o East Handings, en Vancouver. El texto dice lo siguiente: “Estamos aquí / estamos gritando, llorando / y no nos oís / porque habéis olvidado / nuestro lenguaje”.