Marguerite Yourcenar y el amor a los animales

<< Y sin embargo el amor a los animales es tan antiguo como la raza humana. Millares de testimonios escritos o hablados, de obras de arte y de gestos evidenciados, dan fe de ello. Amaba a su asno, aquel campesino marroquí que acababa de oírlo sentenciar a muerte porque él, durante semanas y semanas, había estado vertiendo sobre sus largas orejas cubiertas de llagas aceite para motores, por creerlo más eficaz, al ser más caro, que el aceite de oliva que abundaba en su pequeña granja. La horrible necrosis de las orejas había ido pudriendo poco a poco al animal entero, al que ya no le quedaban muchos días de vida, pero que seguiría hasta el final cumpliendo con su tarea, al ser el hombre demasiado pobre para consentir en sacrificarlo. Amaba a su caballo, aquel rico avaro, que llevaba a la consulta gratuita del veterinario europeo al hermoso animal de pelaje gris, orgullo de los días de fantasía, y cuya enfermedad se debía únicamente a un alimento no apropiado. Amaba a su perro, aquel campesino portugués, que llevaba en brazos, todas las mañanas, a su pastor alemán con la cadera rota, para tenerlo a su lado durante su largo día de trabajo como jardinero, y alimentarlo con los restos de la cocina. Aman a los pájaros, ese anciano o esa anciana de los desmedrados parques parisinos, que alimentan a las palomas y de los cuales se ríe la gente sin razón, puesto que gracias a ese batir de alas a su alrededor entran en contacto con el universo. Amaba a los animales el hombre del Eclesiastés cuando se preguntaba si el alma de las bestias desciende bajo la tierra; y Leonardo, que liberó a los pájaros presos en un mercado de Florencia, o también esa china de hará mil años que al encontrar, en un rincón del patio, una enorme jaula con un centenar de gorriones –pues su médico le recomendaba que comiese cada día los sesos de un pájaro aún tibios– abrió de par en par las puertas de la jaula: «¿Quién soy yo para preferirme a estas bestezuelas?». Las opciones que debemos tomar continuamente, otros las tomaron antes que nosotros. >>

Marguerite Yourcenar, El Tiempo, Gran Escultor, trad. Emma Calatayud, Alfaguara, 1989.

Fotografía de Marguerite Yourcenar con su cocker Valentine, tomada en mayo de 1968, por Marc Garanger © Éditions Gallimard.

La perrita cocker murió atropellada el 3 de octubre de 1971. Marguerite Yourcenar la llamó con alegría, y Valentine cruzó la carretera cerca de Petite Plaisance para reunirse con ella. La escritora, muy afectada por su muerte, escribió un “Tombeau pour Valentine” (que se puede leer en Sources II, Gallimard, collection « Les Cahiers de la nrf », 1999.)

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2 pensaments sobre “Marguerite Yourcenar y el amor a los animales

  1. Recuerdo que a mi perra Daina, también por venir a buscarme, echó a correr tras de mí, atravesó la carretera y un coche que venía a toda leche en sentido contrario la atropelló y le rompió el cuello. Quien percibe ese suceso, el paso de la vida a la muerte en una décima de segundo, vive momentos de puro trauma. Es imposible asimilar la desaparición repentina del ser amado, la muerte de un cuerpo, aún caliente, pero inerte, incapaz de responder a la vida. En esos momentos, nos damos cuenta del gran afecto -profundo- que se había creado con ese animalito tan fiel, tan lleno de vida, tan entusiasmado por todo. A partir de entonces, hay que empezar a aprender a cómo volver a ir por la vida sin ese ser que todo lo daba… Que era una gran lección de vida.

  2. Cuánto lo siento, Mercedes, sí, aquellas experiencias de vida dejan huella en el corazón y ceniza en la lengua…

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