© Fotografía de Shana and Rober ParkeHarrison, Flying Lesson
Creer: crēdēre. El verbo creer comparte la raíz kerd-, que el indoeuropeo le atribuye, con la palabra latina cor, cordis, de la que deriva tanto «corazón» como «cordura». La confianza es un vínculo cordial. Se confía con el corazón. La confianza es la cuerda o cordura que enlaza dos partes, la alianza que asegura la estabilidad o el equilibrio.
La palabra fides, que se tradujo por «fe», significaba confianza. La confianza en la palabra dada era, en los pueblos antiguos, el fundamento de todas las transacciones. De las alianzas también. Traicionar la confianza era romper el pacto, deshonrar la palabra. Respetar la palabra era asumir el pacto.
Con el tiempo, sin embargo, la mente suplantó el corazón y la creencia sustituyó la confianza.
De la confianza a la creencia no sólo hay un largo camino, hay también un cambio de situación: la confianza es cordial; la creencia, mental.
Creer que / creer en
Del supuesto al credo
De entre los dos tipos de creencias a las que la mente se entrega, una sola es indispensable. Dos expresiones les corresponden: «creer que» y «creer en».
Creer que (algo sucederá en idénticas o similares circunstancias) es indispensable. Si no creyésemos que la calle fuese a estar «como siempre» allí, tras la puerta, si por un instante dudásemos de ello, no nos atreveríamos a salir. ¿Y si en vez de la calle hay abismo?, pensaríamos. Creer que se establece a partir de una suposición: lo que hasta ahora siempre se ha dado volverá a darse en idénticas circunstancias.
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No cabe duda de que creer que algunos fenómenos poseen cierta estabilidad y de que sean propensos a la reiteración resulta indispensable para la vida en este mundo. El problema se presenta cuando de creer que algunos fenómenos son hasta cierto punto estables pasamos a creer en la estabilidad de los fenómenos. Un corto paso, sin duda, una ligera variante gramatical, pero sumamente importante, pues es el que nos invita a pasar subrepticiamente del supuesto al credo.
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¿Qué significa «creer en»? «En» es una preposición espacial. «En» nos indica un lugar, el lugar en el que algo está contenido. Nos indica ese «algo», más bien. Algo, o alguien, que está situado dentro de otra cosa. Algo o alguien que está situado dentro, o en el interior, de algo. ¿En qué está contenido aquel que cree? ¿Desde dentro de qué tinaja elabora sus creencias? ¿Con qué datos: con qué alubias o con qué licor?
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La expresión «creer en» delata siempre un proceso de sustitución: creer en Papá Noel sustituye creer que Papá Noel nos traerá juguetes; creer en Dios sustituye creer que tal dios existe y nos ampara. Quien dice creer en ha sustituido el supuesto por la confianza y la confianza por el credo. Esta sustitución –y el giro gramatical que comporta– pudo tener lugar en un momento concreto de nuestra historia, un momento que se situaría en Roma, en su período de decadencia, con el nacimiento de una nueva conciencia que dejaba sitio a la duda en un ámbito hasta entonces inmune a ella: ¿Y si los dioses no existiesen?… Una simple duda, una simple pregunta, puede desestabilizar un Imperio. Lo evidente de repente deja de serlo, lo nunca cuestionado es cuestionado, lo que sostenía los cimientos se desploma. Ante tal perspectiva, los poderes políticos instituyeron lo que, a partir de entonces, se denominarían «credos».
El paso de creer que a creer en no es el simple resultado de una perversión del lenguaje, es un contrato de sumisión que el creyente firma a cambio de su libertad.
La voluntad entregada, diferida, transferida a una instancia cuya autoridad dependerá del número, la masa, de sus crédulos, sus adeptos, los débiles que se hacen fuertes al amparo de la muchedumbre.
Creer en es la proyección del sentimiento de orfandad. Oficio de sanación, si se quiere. Ilusión compartida, deseada. El creyente busca afianzar en la autoridad lo que la confianza deja a la integridad del propio arbitrio. La autoridad: la autoría del cuento que se impone, ahora sí, como verdad.
Ciertamente, la confianza puede ser traicionada; la creencia, no. Pero mientras la confianza consolida la igualdad y el respeto entre las partes, la creencia asegura la subordinación del crédulo al imperio del que la instaura y la fomenta.
La necesidad de confiar nos pertenece a todos, es consustancial al abandono.
Pero los credos se establecen como estrategia de dominio, y la mayoría de edad consiste en hacer del abandono fortaleza.