«En una palabra todas las cosas buenas son salvajes y libres. Hay algo en unos acordes musicales, sean producidos por un instrumento o por la voz humana –por ejemplo, el sonido de una corneta en una noche de verano– que por su salvajismo, hablando sin ánimo de ironizar, me recuerda a las voces que profieren los animales salvajes en sus bosques originarios. Puedo entender mucha de su naturalidad. […] Me encanta, incluso, ver a los animales domésticos reafirmar sus derechos innatos, cualquier evidencia de que no han perdido del todo sus hábitos originarios y salvajes ni su vigor; como cuando la vaca de mi vecino se escapa del pastizal a principios de primavera y nada alegremente por el río, una corriente fría y gris de unas veinticinco o trenta pértigas de anchura, crecida por el deshielo. Es el bisonte cruzando el Mississippi. A mis ojos, esta hazaña confiere cierta dignidad al rebaño… tan digno de por sí. Las semillas del instinto se conservan bajo los gruesos cueros de las reses y los caballos, como la simiente en las entrañas de la tierra, durante un periodo indefinido.»
Henry D. Thoreau. Caminar. Trad. Federico Romero. Árdora exprés, 2001