
Existe una expresión budista que dice: “No ames a los dragones al igual que Sekko”.
Había un hombre llamado Sekko que adoraba a los dragones. Su casa estaba llena de imágenes de dragones en todas sus formas: esculturas, pinturas, figurines y adornos.
Un día, un dragón real oyó hablar de Sekko y supuso que, ya que le gustaban tanto los dragones, este hombre estaría feliz al ver uno de verdad y decidió visitar a su admirador.
Pero en cuanto el dragón se hizo presente en la casa de Sekko y asomó la cabeza por la ventana de su habitación, éste quedó aterrorizado y salió corriendo.
Pero en cuanto el dragón se hizo presente en la casa de Sekko y asomó la cabeza por la ventana de su habitación, éste quedó aterrorizado y salió corriendo.
Sekko es un símbolo de aquellos que prefieren la imitación al objeto real. Una persona que le dice a todos lo importante que es para ella la práctica y, en cuanto empieza, renuncia debido a que le resulta muy difícil, es alguien a quien tan sólo le gustan los dragones esculpidos.
El poder de la vida que yace profundamente enterrado dentro de cada uno, no puede surgir a menos que uno esté convencido de estar caminando la única vía posible para si.
Cuando uno encuentra al “verdadero dragón” debe llenarse de alegría, decidirse a aceptarlo y luchar con el.
Kosho Uchiyama. Abrir la mano del pensamiento. Fundamentos de la práctica del Budismo Zen. Editorial Kairós, 2004

Imágenes: Sección de rollo «Nueve Dragones», pintado en 1244 a. C. por Chen Rong durante la dinastía Song. 46,3 cm x 1.096,4 cm. Museo de Bellas Artes de Boston
En este enlace podéis visualizar entero ese hermoso rollo pintado por Chen Rong, Nueve Dragones (deslizando el “handscroll”). Soporte de ensoñación, meditación, contemplación, y gozo.