[…] En cualquier caso, mientras tanto, nos toca intentar regular de la mejor manera posible el mundo que tenemos entre manos. Para ello no se me ocurre otra cosa, para empezar, que unas simples indicaciones prácticas tendentes a promover un cambio en dirección a un reequilibrio:
-Lo primero, abrir los ojos.
-Lo segundo, ampliar el cerco de lo que nos atañe. Adquirir visión global.
-Después, disminuir el ansia. Aquietarnos. Querer menos. Necesitar menos.
-Desarticular el sistema de consumo en sus raíces controlando el ansia.
-Invertir los valores de la verticalidad (crecimiento, progreso, ganancia).
-Decrecer. Repartir. Equilibrar la balanza. Hay opciones. No es éste el único sistema posible y, desde luego, no es el mejor.
-Decrecer en todos los sentidos. Tomar conciencia de nuestra dimensión de plaga.
-Disminuir en orgullo de especie y en voluntad de perdurar por encima de todo(s). Atemperar el miedo que nos hace desear la inmortalidad. Tomar conciencia de la transitoriedad de toda existencia.
-Y, finalmente, ensanchar el horizonte del principio de racionalidad. Reemplazar la moral de la reciprocidad por el sentido de la compasión. Añadir a la justicia (equivalencia), comprensión; a la inteligencia, sabiduría.
Un programa utópico, no se me escapa. Visto desde parámetros científicos, a todas luces, ingenuo. Insuficiente, por supuesto. Pero es un punto de partida. Y, dada la ingenuidad científica que nos domina, un factor de equilibrio. Siempre he entendido que una reforma política y social no obtendría resultados duraderos salvo que empezase por el esclarecimiento individual de las conciencias. Porque los conceptos no existen. Lo que existe existe en singular. En singular se sufre, en singular se teme y en singular se padece la insatisfacción y el ansia. El cambio habremos de lograrlo entre todos, pero su posibilidad tendrá que gestarse en cada uno, de uno en uno, pues la lucidez no es algo que pueda obtenerse en plural, sino que le incumbe a cada cual. Y la lucidez es la condición de posibilidad para que el cambio, de darse, no sea simplemente otra oscilación dialéctica, sino un cambio radical. (Mantenerse en la ceguera, por supuesto, es otra opción.)
Recordemos a Friedrich Nietzsche en Turín, abrazado al cuello del caballo, pidiéndole perdón por la humanidad. Invirtiendo con un gesto universalmente compasivo el orden jerárquico que sitúa al ser humano en la cúspide. Ojalá llegue un tiempo en el que aquel gesto del filósofo sea considerado como de la más alta cordura.
Chantal Maillard, “¿Es posible un mundo sin violencia?” (fragmento), en La cólera de Occidente. Perspectivas filosóficas sobre la guerra y la paz. (Diversos autores y autoras participantes). Plaza y Valdés editores, 2013