Ítaca, cualquier Ítaca, es un lugar interior. Ese origen al que, en determinados momentos de nuestra vida marcados por un esencial cansancio, anhelamos volver no es un lugar geográfico, ni tampoco metafísico, es un estado. Volver al origen es volver a ese estado inicial en el que, desprovista la mente de elementos suficientes para establecer comparaciones y, por lo tanto inhábil aún para el juicio, somos dilatada conciencia, vivencia inmediata de un presente envolvente. Acaso la inocencia no sea otra cosa que la incapacidad para el juicio, y ésta sea la razón de que, en los primeros albores de la existencia, el mundo sea experimentado con sencilla y gozosa plenitud. Ese gozo sin motivo, esa plenitud es a lo que nos referimos cuando hablamos de “la infancia” con nostalgia, es lo que esa palabra significa, lo que señala. Y si del territorio en el que transcurrió nos vimos, por cualquier motivo, exiliados, es a él al que ingenuamente creemos que hemos de volver para recuperarla. Mi Ítaca es, o ha sido, Bélgica. (18)
El exilio puede entenderse como cualquier desarraigo que se nos impone y es experimentado como pérdida. Del estado original todos somos exiliados. Aquellos, sin embargo, para quienes el exilio interior estuvo acompañado de una desterritorialización geográfica tienen, paradójicamente, una ventaja sobre quienes permanecieron en su lugar de origen, y es que, al no haberse transformado junto con el entorno, éste se convierte con mayor facilidad, para ellos, en un universo de signos. Ver transformarse los lugares y objetos, en efecto, y transformarse con ellos, ya sea porque desaparezcan o porque simplemente nos acompañan, hace que dejen de ser signos de una anterioridad. Sin signos, no hay retorno posible, no hay puente, no hay migas de pan. Quedan los recuerdos, pero no hay manera de recuperar lo olvidado. Y eso, lo olvidado, no la memoria-recuerdo, es lo que interesa para la búsqueda. Los recuerdos son imágenes o impresiones que viven con nosotros y a las que vamos modificando y reinterpretando de acuerdo con nuestras necesidades. Lo olvidado, en cambio, puede, por el efecto de alguna asociación que la mente efectúe casualmente, presentarse de repente tal cual vivimos entonces, y hasta con un plus, un aumento en la calidad de las sensaciones. Estos destellos son lo que interesa para la recuperación de aquel estado remoto. (19)
Chantal Maillard. Bélgica. Cuadernos de la memoria. Pre-Textos, 2011
Volver del exilio, de una vida de exilio, al lugar de la infancia: un charquito de agua de lluvia en la que se condensó la mirada. […] Viajes de reconocimiento, en los que una no busca tanto sorprenderse como recuperarse.
Chantal Maillard. Husos. Pre-Textos, 2006 (p. 91)
Hacerse un hueco, justo en el límite, hacerse un hueco en el lugar de nadie puede que haya sido el lema de mi vida o, al menos, la inconsciente tenacidad con la que he procurado vivir frente a todas las convenciones y a pesar de ellas. Se genera una extraña fuerza al sumir la propia historia y defenderla porque es propia, simplemente porque nos pertenece. Cuando supe que asumir la propia historia no consiste en decantarse por una cosa u otra, por este grupo o por el otro, por el antes o el después, empecé a sentir que se dignificaba mi condición de apátrida, porque si bien es cierto que el último instante es deudor de todo lo que le precede, es apátrida, siempre, el ahora, y el ahora es la intensidad que impregna la trama de la existencia. La escritura, simplemente, agudiza la atención, ilumina las hebras.
Chantal Maillard. En la antología Ellas tienen la palabra. Hyperion, 1998 (p. 147-148).
Gracias Muriel, así puedo ir al libro y encontrarlo más facil
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> El 9 may 2016, a las 15:24, blog de les llobes escribió:
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Me alegro, Mercé, que sigas las migajas de pan…
Abrazo lobuno matutino!