La práctica de lo salvaje. Prólogo de Gary Snyder

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Todos nosotros, especialmente cuando somos jóvenes, nos enfrentamos a preguntas: ¿Quién soy yo? ¿Qué estoy haciendo aquí? ¿Qué está pasando? Crecí en una pequeña granja en el Noroeste del Pacífico norteamericano, en la Isla de la Tortuga. Las aguas colmadas de salmones del estrecho de Puget estaban cerca, y “lo que estaba pasando” era la implacable deforestación de uno de los más imponentes bosques de todos los tiempos.

La vasta extensión de enormes árboles en el litoral del Pacífico Noroeste era un fenómeno botánico y ecológico de formidables proporciones. Originó, junto con los bosques de secuoya roja algo más al sur, las coníferas más grandes del mundo. A esta expresión maravillosa de los procesos naturales llegaron los euroamericanos, que, de inmediato, devastaron el crecimiento de siglos para transformarlo en las casas de las ciudades cada vez más grandes de la Costa Oeste. Para mí, la pregunta “¿quién soy yo?” estaba ligada a mi pertenencia juvenil a una sociedad en expansión sin conciencia alguna del pasado o del futuro medioambiental. Nuestra granja se encontraba lo bastante cerca de ese mundo original de la naturaleza salvaje como para absorber algunas enseñanzas de primera mano de las lagunas, los bosques y la alta montaña. El valor de esas experiencias se consolidó con mi posterior formación intelectual, y me dediqué al estudio juvenil de la historia humana y natural, con un ojo puesto en reconocer las huellas de la injusticia y la explotación.

A los diecisiete años me hice socio de la Wilderness Society, una organización que todavía lleva a cabo una buena labor, y más tarde me afilié a un club de montañismo llamado Mazamas, con sede en Oregón. Me convertí no solo en montañero y trabajador forestal temporal –incluyendo faenas de leñador–, sino también en un defensor de la naturaleza salvaje. A lo largo de los años he desempeñado mi trabajo en montañas y bosques de todo el Oeste americano, y después en Japón, y un poco en Taiwán y Nepal. Comencé a impartir talleres para pequeños grupos, y clases por toda Norteamérica, enseñando la disciplina, el conocimiento y las destrezas que creía necesarias para apreciar la feroz ordenación de lo salvaje.

Trabajar con personas de lugares remotos de Alaska, o del centro de Manhattan o de Tokio en cuestiones relacionadas con la ecología y las estrategias medioambientales, las especies amenazadas, las culturas primarias y las religiones de Asia oriental es lo que ha dado pie a estos ensayos.

También plantean un enfoque espiritual. Mi propio camino es una suerte de budismo arcaico, que no ha perdido su vínculo con las raíces animistas y chamánicas. El respeto por todos los seres vivos es una parte primordial de esta tradición. He intentado enseñar a otros a meditar y adentrarse en las zonas salvajes de la mente. Como sugiere uno de estos ensayos, incluso el lenguaje puede ser visto como un sistema salvaje.

Un término clave es la práctica, entendida como un esfuerzo sostenido, deliberado y consciente por acompasarnos con mayor sutileza con nosotros mismos y la verdadera condición del mundo existente. El mundo, exceptuando una mínima intervención humana, es en última instancia un lugar salvaje. Es esa la parte de nuestro ser que dirige la respiración y la digestión, y cuando se observa y aprecia es una fuente de lúcida inteligencia. Las enseñanzas del budismo son realmente sobre la práctica y muy poco teóricas, aunque la teoría es tan atrayente que a lo largo de su historia ha provocado una ligera y sugerente desorientación en muchos.

La práctica de lo salvaje propone que nos ocupemos de algo más que de la ética medioambiental, la acción política o un activismo útil e ineludible. Debemos enraizarnos en la oscuridad de nuestro ser más profundo. Una recopilación de ensayos posterior, A place in Space, sugiere que la mayor parte de ese arraigo tiene lugar en comunidades, que existen, lo sepamos o no, en “naciones naturales” conformadas por cadenas de montañas, cursos de ríos, planicies y humedales.

Nada de lo que aquí se dice pretende poner en duda la elegancia, el refinamiento, la belleza o la llamativa complejidad de eso que llamamos civilización, particularmente aquella que prima la cualidad sobre la cantidad y que no es solo una excusa para la piratería global internacional. Me atrae la idea de que la cultura misma tenga un sesgo salvaje. Como manifestó hace años Claude Lévi-Strauss, las artes son el territorio salvaje que sobrevive en la imaginación, como parques nacionales en el interior de las mentes civilizadas. El abandono y el deleite al hacer el amor, tantas veces cantado, es parte de nuestro gozoso carácter salvaje. ¡Sexo y arte por igual! Lo que quizás no vimos con tanta claridad era que la realización personal, e incluso la iluminación, es otro aspecto de nuestra condición salvaje, un vínculo de esa cualidad que hay en nosotros con los procesos (salvajes) del universo.

Mi motivación debe mucho a ser un euroamericano viviendo en el Nuevo Mundo, en un lugar semisalvaje. Considerando el planeta en su conjunto, se observa que los problemas no son muy diferentes en cualquier lugar de la Tierra. El mundo entero tenía buenos bosques y mucha fauna salvaje hasta hace unos cuantos siglos. Las comunidades humanas disfrutaban de un gran espacio, excelente agua y buena tierra. Y sumando o restando unos pocos miles de años, todos hemos estado viviendo en pequeñas comunidades de subsistencia durante la mayor parte de la historia humana. Ese tipo de vida tenía sus inconvenientes, pero hay lecciones y destrezas relativas a esa larga historia que todavía no hemos asumido ni incorporado a nuestras actuales ocupaciones.

Lo salvaje, tantas veces despachado como caótico y brutal por los pensadores civilizados, responde en realidad a un orden imparcial, implacable y hermoso, a la vez que libre. Su expresión, la plenitud de la vida animal y vegetal en el planeta, que incluye las tormentas, los vendavales, las serenas mañanas de primavera y a nosotros mismos, es el mundo real, al que todos pertenecemos. Estoy profundamente agradecido por haber podido recorrer este sendero, estudiando con maestros en Oriente y Occidente, y haber disfrutado de la oportunidad de escribir y expresar mis ideas para todo aquel que ha querido escuchar.

Gary Snyder 25.10.98-12.05.10


Gary SnyderLa práctica de lo salvaje. Trad. Nacho Fernández y José Luis Regojo. Varasek ediciones, 2016

Fotografía de Jim Brandenburg. Timber Wolf (Canis lupus) three running across frozen lake in Minnesota.

https://blogdelesllobes.wordpress.com/2011/05/17/gary-snyder-a-barcelona-primeres-impressions/


10 pensaments sobre “La práctica de lo salvaje. Prólogo de Gary Snyder

  1. “La práctica de lo salvaje propone que nos ocupemos de algo más que de la ética medioambiental, la acción política o un activismo útil e ineludible. Debemos enraizarnos en la oscuridad de nuestro ser más profundo”.

    Ho repeteixo per a mi: arrelar-nos en la foscor del nostre ésser més profund”

  2. Qué buen mantra en el que vibrar has elegido, Rosa (¿o es él que te eligió a ti?): arrelar-nos en la foscor del nostre ésser mes profund…
    Situarse allí en esa comprensión de que nada luminoso ni frondoso puede crecer ni vivir sino enlazado con esa fértil oscuridad sub-terránea, así como nos invita Snyder apelando a la sabiduría del árbol!
    Besos deshojados para ti…

  3. He recordado, y han vuelto a abrirse, dos frases de Chantal Maillard en el inicio de Diarios indios, que se entretejen ahora con la frase de Gary Snyder que citabas, Rosa.

    Escribe Chantal: “Nadie penetra en la profunda oscuridad de sí mismo si no es forzado por las circunstancias. […] De lo que hablo es de un regreso a la oscuridad. De lo que hablo es de desnacer…”

    Voilà…

  4. Muchas gracias, Antonio. Hemos hecho un pedido grupal a Varasek ediciones a través de la llibrería Pròleg. Pronto los tendremos…
    Un saludo lobuno para ti.

  5. Hola Muriel, he leído tus entradas sobre Gary Snyder y estoy deseando hacerme con alguno de sus libros. Sin embargo, tengo dudas de si leer “Práctica de los salvaje” o “La mente salvaje”, pues desconozco cuál será más completo o recomendable. ¿Me podrías ayudar? Mil gracias.

    1. Hola Alejandro:

      Los dos libros de Gary Snyder que mencionas son ambos recomendables. “La práctica de lo salvaje” es un libro de ensayos, reúne una serie de escritos en torno a la recuperación de una condición esencial que nos vincula con el territorio natural, con lo que llama la comunidad natural, y con nuestro propio ser salvaje.

      El volumen de “La mente salvaje” recoge toda la trayectoria poética de Snyder. Esta antología recorre todos los libros de poemas publicados por Snyder desde 1959 hasta 2017 (más un inédito del 2013). Al final del volumen de “La mente salvaje” encontrarás también 6 pequeños ensayos (2 de ellos sacados de “La práctica salvaje”).

      Si te gusta la escritura poética tal vez el volumen “La mente salvaje” resulte de tu agrado. Este libro te permitirá además adentrarte en la escritura ensayística de Snyder. En cuanto a “La práctica salvaje” podríamos decir que es la base sobre la que se fundamenta todo el trabajo de Snyder (poeta, activista ecologista, atento a las tradiciones orientales, practicante del zen…) enraizado en una rigurosa y creativa actitud ética y política.

      No sé si esas pocas anotaciones te ayudarán en tu decisión; de cualquier forma, empieces por donde empieces, estás adentrándote en un territorio que sin duda recorrerás, saboreándolo, durante largos años…

      Un saludo, Alejandro, y un aullido.
      Gracias por dejar tus huellas en este territorio lobuno.
      Seguimos haciendo vía…

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