El séptimo día. Chantal Maillard

 

Imagen: Mariana Laín Claesson

 

En una de las que serían sus últimas noches, al ir a cruzar la calle, Friedrich Nietzsche se detiene. Un cochero impaciente lacera a latigazos el lomo del caballo que no puede tirar de la carga. El filósofo corre hacia el animal, se abraza a su cuello y, llorando, le pide perdón en nombre de la humanidad. La historia considera este episodio como uno de los síntomas de su locura.

Puede que nuestra inestimable cordura sea la razón por la que Béla Tarr no le concede al ser humano un séptimo día.

*

Mil quinientos lobos y cuarenta y seis millones de humanos ocupan el territorio ibérico. Tres mil quinientos tigres y siete mil millones de humanos habitan este mundo. Demasiado graves las cifras, demasiada desmesura.

Me duelen centenares de miles de lobos y tigres y panteras y elefantes. En el reino de las bestias yo soy la intrusa.

*

Quién tuviese aún tatuada en la piel la segura trayectoria de las aves y la suerte de morir en vuelo, sin sorpresa, sin un grito. Quién pudiese aún vivir sin preguntas, sin ataduras, sin temor y sin vergüenza.

Nunca suficientemente desolada para tocar fondo y arañar el lodo. Tan sólo acariciarlo con la punta de los pies quebrados, huesos Egon Schiele, suspendidos. Levitación en ciernes. Detenida ascensión y vuelo tan sólo permitidos en la fase más leve del sueño.

Alimentados en el círculo del hambre por incontables seres a cuyos ojos acuden el mismo miedo y la misma ternura, y soportados por millones de esclavos que han perdido su origen y sus cuentos, ¿qué haremos con la vigilia?

Breve temblor de vasos en la mesa. Los pájaros emigran.

*

Desandar lo andado. Aspirar a encontrar un pueblo sabio, un pueblo antiguo, un pueblo elefante, cuya fuerza no estuviese al servicio de la agresión, la conquista o el poder, que tan sólo exigiese que se respetara su derecho de paso: el camino sagrado por el que la manada atraviesa los territorios sin dañarlos.

Hallar a un pueblo sabio. Desear salvar la tierra si tan sólo se hallase uno.

*

No nos enseñaron a desconfiar de los buenos.

La tierra yerma se estremece. Bajo su piel, el pueblo de las ratas huye en desbandada.

Mis palabras: un sonajero de semillas en la mano de un niño.


Chantal Maillard. La mujer de pie. Galaxia Gutenberg, 2015

Imagen: Mariana Laín Claesson

 

3 pensaments sobre “El séptimo día. Chantal Maillard

  1. Querida Muriel, muchas gracias por esta recopilación de hermosas formas de acercamiento a nuestros queridos animales.
    Estos últimos días esperaba un poco tu entrada en el blog, con la ilusión de una rana que desea zambullirse en la charca que sabe que va a encontrar, pero poco a poco ha ido creciendo la tristeza, hasta llegar “La Pantera” de Rilke, (que nunca deja de conmoverme) y la entrada de hoy…

    ¿Qué hacer con el texto de hoy? ¿Qué hacer con los anteriores?
    ¿Que hacer? aparte de sentir vergüenza …

  2. Tal vez, querida Montserrat, la entrada de hoy sobre El caballo de Turín de Béla Tarr, responda en parte a tu pregunta. O tal vez, es preciso durante un tiempo dejar flotar en el aire estas preguntas. Disponerse a ello. Hasta que confluyan, más que respuestas, gestos, “pequeños gestos hacia la vida” como dijiste tú en cierta ocasión…

    Tal vez, reemplazar la vergüenza por la confianza, aun no sabiendo si acaba bien o si sirve de algo, o tal vez no (como diría Chantal!). Ante todo, que sea un hacer que no nos aleje de lo que estamos siendo. Un hacer siendo “animal perdido en mí”.

    Un abrazo-regazo para ti hoy.

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