El animal autobiográfico
Y entonces descubrí sus ojos, su cara, dos orificios como cabezas de alfiler,
enteramente de un oro transparente carentes de toda vida pero mirando,
dejándose penetrar por mi mirada que parecía pasar
a través del punto áureo y perderse en un diáfano misterio interior.
Julio Cortázar, Axolotl
El Filósofo (1) “pensó” lo animal, lo racionalizó, lo dividió y lo mecanizó. Creó todo un sistema humano en el que parecía autorreferirse. Formalizó la vida animal sin aproximársele. Formuló egológicamente una maquinaria que ignoraba la mirada del animal. Más aún, nombró lo animal sin percibir una respuesta del mismo. Pienso, luego existo se convirtió en una autoafirmación del logos humano. La mirada del animal, ése animal concreto que pudo haber interpelado al Filósofo, no sólo fue desviada, sino también ignorada.
El animal nos mira, nos concierne y nosotros estamos desnudos ante él. Y pensar comienza quizás ahí. Jacques Derrida (2)
La cuestión animal se asume verdaderamente a partir de una experiencia. Un indicio que emana de una mirada: “el animal también me mira”. Cuando miro al animal me miro a mi mismo, sus ojos me ocasionan cierta incertidumbre: ¿quién es ése que me mira?
Las críticas de Derrida al pensamiento antropocéntrico comienzan por señalar una negación tajante. El Filósofo que “pensó”, que nominó lo animal, lo hizo sin querer mirarlo.
Al igual que Descartes, jamás Kant, Heidegger, Lévinas, Lacan (…) evocan la posibilidad de ser mirados por el animal que ellos observan y del que hablan. (2)
Heidegger mismo, quien caracteriza a lo animal como “carente de mundo”, parece haber reconocido—al menos por un instante— en la mirada animal una manera de apertura, un reconocimiento profundo de su propia existencia.
La pobreza del mundo del animal—nos hace notar Giorgio Agamben (3)—se transforma a veces, durante el curso (de Heidegger), en una riqueza incomparable, y la tesis según la cual el animal carece de mundo es puesta en cuestión como una indebida proyección del mundo humano sobre el animal.
¿Pero ese gato no puede también ser, desde el fondo de sus ojos, mi primer espejo? (J. Derrida)
La apuesta de Derrida es paradójica: apunta a mostrar la carga autoafirmativa del hombre al hablar del animal, pero al mismo tiempo piensa al animal(es) a partir de una experiencia autobiográfica. Es a raíz de la mirada, del gato que alguna vez lo miró, que el filósofo francés se aproxima a la existencia como un espejo con el otro-animal. Yo soy en la medida en que me reflejo con el otro, soy siguiendo un rastro, si(gui)endo al animal que me mira.
La apertura que la mirada animal trae consigo es una invitación a reflexionar, sentir y percibir un abismo absolutamente indeterminado, un vértigo que—más allá del vacío que provoque— es un indicio que puede devenir en una nueva forma de entendimiento.
Veo al animal y soy el animal. No puedo mas que pensar: ¿quién soy?, ¿quién me mira?, ¿quién es el animal que luego estoy si(gui)endo? (J. Derrida)
Francisco Osorio, director editorial de la revista Opción, México
(1) El Filósofo con mayúscula metaforiza el canon discursivo filosófico, científico y político, enteramente antropocéntrico.
(2) Jacques Derrida, El animal que luego estoy si(gui)endo. Trotta, 2008.
(3) Giorgio Agamben, Lo abierto. El hombre y el animal, Adriana Hidalgo editora, 2006.
*El número 175 de la revista Opción es una invitación a pensar esa mirada.
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