Hoy me encontré un saltamontes verde. Sus alas como hojas tiernas, plegadas después del vuelo. Me acerqué. Se dejó coger. Hubo un movimiento en mi pecho, algo así como agua derramada. Le señalé la hierba. No la quiso. Subió por mi brazo, subió hasta posarse en mis labios. Yo, quieta como un árbol. A salvo el corazón, o como quiera llamarse a aquello que se derrama. Luego se aposentó en el párpado: pequeñas grapas sus patas, cosiéndome la vista. Suave, amable ceguera del ojo. Por más que le indicara el camino de vuelta a tierra, no quería, el insecto, volver a ella. No sabría decir si de amor, por su parte, se trataba. Sin otro recurso, por la mía, tuve que hablarle, tuve que despedirme.
Chantal Maillard. La mujer de pie. Galaxia Gutenberg, 2015
Fotografía: Rain. Vadim Trunov
Maravilloso texto ¡¡ Maravillosa fotografía ¡¡
Cuanta dulzura, armonía y belleza en la vida cotidiana para quien saber mirar…
Gracias Muriel.
En lo insignificante a menudo anida, sí, para quien sabe mirar en lo cotidiano como bien dices… mirar con aquella mirada que escucha escribe Chantal… Coletazos, querida Montserrat!
Un text aparentment senzill, delicat, dolç, profund…
La fotografia és una meravella.
Gràcies per compartir
Sí, Magda, aparentemente sencillo, profunda delicadeza a flor de piel… Aquella lentitud y quietud arbórea en la que se abre una brecha donde acontecen encuentro y despedida… En derredor todo fluyendo… Derrame derramándose… indefinible… Así Chantal, escritura rastreando diminutas intensidades demoliendo el yo… Abrazo lobuno.