Es una tarde otoñal, una tarde gris pero sin lluvia. Llego a La Central y encuentro el libro. La tierra prometida. El libro negro, blanco, rojo. No un libro-objeto sino un libro-cosa. Áspero. Una cosa animalesca, desplegada en dibujos-rasgaduras, en rastros, en huellas, cada uno una herida estremecida, una herida electrizada, emborronada, garrapateada, un-borrón-y-cuenta-nueva. Una larga letanía. Letanía negra que se despliega lentamente, puntuada ¿sembrada? por el rojo nombre de los animales que se extinguen, extinguidos. Extinguida la naturaleza salvaje afuera. Los animales extinguidos adentro nuestro. Nosotros exangües. No lo vemos, aún. No lo vemos, porque nuestra mirada que mira afuera no ve. La visión falla. La visión ciega. Acaso, ¿sólo el ciego ve lo visible? Sólo él ¿nosotros? ve lo que aquí, rojo sangre, salta a la vista, agrediéndola y, sin embargo, orientándola en una invocación, un conjuro. Esta visión oye, escucha el ruido de cada animal cayendo en los mataderos, cayendo en el bosque, cayendo fuera de nuestra mirada cuando giramos la vista y miramos hacia otra parte, especies animalescas cayendo fuera de nuestra mirada inatenta. In-atendidos, los animales extinguidos, en la voz de Chantal Maillard. Tal vez aún apenas sea posible nunca tal vez aún apenas sea posible nunca tal vez aún apenas sea posible… Ella no habla de ellos. Ella habla por ellos, por cada uno de ellos. Ella habla para ellos, para nosotros. Ellos son el rojo grito que salta a la vista en la línea negra de cada página, el hilo rojo de la vida extinguida. Ellos son el pálpito de la vida. El latido después de nosotros, antes de nosotros, de cada uno de nosotros, los animales, las especies todas, nuestra especie. Hasta que algo no se nombra, no existe. Entonces la poeta nombra los nombres a punto de extinguirse. La poeta frágil, casi traslúcida, aquí de pie, delante de nosotros, la poeta que ya es la voz de todos nosotros en un solo aliento recitando la plegaria. Su voz quebradiza tiembla, se hace oír, suena como la cuerda de un arco que ya no pretende cazar sino tan sólo vibrar, resonante, porque el disparo ya dio en el blanco. El disparo incesantemente está dando en el blanco. El blanco somos cada uno de nosotros, humanos exangües, cada vez que una especie se extingue. Es de noche. Despertemos. Es preciso recitar con ella, juntos, esta letanía. Tal vez aún apenas sea posible nunca tal vez aún apenas sea posible nunca tal vez aún apenas sea posible nunca lobo tal vez aún apenas sea posible…
Muriel Chazalon
13 de noviembre 2009
Chantal Maillard. La tierra prometida, Ed. Milrazones, 2009. Dibujos de Joan Cruspinera. Diseño de Josep Bagà.
Hermosamente descrito,
recitemos, irrumpamos, también nosotros, en la plegaria…
Querido Stalker, agradezco tu nota. No me eres del todo desconocido pues hace ya cierto tiempo que entro subrepticiamente en tu blog, con mucho deleite hay que decirlo, y en el que dejaré un día no muy lejano, espero, alguna de mis huellas lobunas. Compartimos el gusto y el amor por muchas personas que allí vas desgranando con tanto acierto y sensibilidad, como, bien sûr, Chantal Maillard, mi querida Barbara, Michaux, Martine Broda y tantos otros… Así como ese sutil y profundo amor y respeto a la naturaleza salvaje, a todos y cada uno de los animales, y a estas palabras-musgos-liquenes-guijarros-latidos-alientos-polen-cuencodeaguadelluvianegra-hojasalviento-crisálidas-orillas-palabrasapuntodeserpalabras… que siguen vibrando tanto tiempo despues de haber sido arrojadas en el estanque (tan a menudo estancado!) de la mente-corazón… Gracias por tu labor y hasta pronto.